En política tener con­flictos y crisis es una cuestión casi coti­diana. A veces son generados por contrincantes y otras se generan por errores pro­pios. La diferencia que marca a los protagonistas, que nos muestran quiénes y cómo piensan en realidad son sus métodos de resolución de esos conflictos. Es eso lo que marca a fuego la personali­dad, no la imagen que preten­den proyectar. De lo primero les es imposible despegarse, viene implícito, en cambio lo segundo puede construirse con una asesoría profesional y colaboración del político y el entorno que lo rodea.

La crisis que está dinami­tando la imagen del candi­dato liberal a la Presidencia de la República ya supera por lejos una simple cuestión de matemáticas, de actas de escrutinio, de tiempo de votación versus canti­dad de votos que aparecie­ron. Hace por lo menos una semana, si no es más, dejó de ser un problema de apa­riencias para pasar a ser una real crisis de imagen. Aun­que supuestos politólogos, quienes convenientemente son consultados al respecto por los medios de Natalia y Don Antonio, traten de marear, minimizar, igualar con la ANR o incluso llegar a afirmar que esto le favorece a Efraín. Que el politólogo haya sido un altísimo fun­cionario del gobierno libe­ral, en una institución que está en directa dependen­cia del MOPC cuando Ale­gre era ministro, es apenas una coincidencia que para nada debe llevarnos a pen­sar que eso podría influen­ciarlo. Tampoco es cuestión de ser mal pensados.

El concepto de fraude lleva acompañando durante gran parte de su carrera política a la figura de Efraín Alegre y como mencionábamos al inicio de este Contexto, ni siquiera fue generado por sus contrincantes, sino que por un error propio. Al menos así empezó cuando luego de la primera elección a la que se presentó como candidato presidencial y en la que fuera derrotado por Horacio Cartes, él y sus voceros como Luis Alberto Wagner empezaron a insta­lar la línea discursiva de que había habido fraude. Obvia­mente, sin aportar una sola prueba, solo desde lo discur­sivo, con los peligros que eso conlleva. Luego hubo unas internas del PLRA en que ahí sí sus contrincantes acuña­ron el marcante de “Efrau­dín”, el cual nunca más iba a poder sacarse de encima. Habló tanto de fraude que al final lo usaron en con­tra suya para asignarle a él la capacidad de amañar resultados electorales y tor­cer la voluntad popular. En su segundo intento en que volvió a ser derrotado, esta vez por Mario Abdo Bení­tez, no aprendió la lección y volvió a recurrir al con­cepto de fraude para justifi­car su segundo fracaso con­secutivo.

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Hoy, a meses de las eleccio­nes generales en que vol­verá a ser candidato, esta vez para enfrentar a San­tiago Peña, las acusaciones y denuncias de supuesto fraude apuntan directa­mente a él y a sus candi­datos al Senado de haber sido quienes amañaron los resultados de las internas perjudicando a sus pro­pios correligionarios, con el agravante de que varios de ellos incluso eran can­didatos de su movimiento y otros veían con buenos ojos su liderazgo, ciertamente antes de sentir en carne propia de lo que es capaz. Las denuncias hablan de que al menos 120 mil votos podrían estar por lo menos en duda, cantidad suficiente como para anular las elec­ciones y volver a convo­carlas y acá entra lo que hablábamos al principio y los mecanismos de resolu­ción que tiene Alegre para las crisis que medran su imagen. Directamente no hablar de ellas, no dar res­puesta alguna, tal vez en la inocente creencia de que porque no se hable del tema, la crisis en cuestión no esté sucediendo. Una torpeza política descomunal. Casi al mismo nivel de pedirle a su candidata a vicepresidente, Soledad Núñez, a que diga que las denuncias y acusaciones son “una cam­paña mediática” llevada por periodistas que le hacen “el trabajo sucio” al candidato de la ANR. Realmente en algún punto se esperaba un mayor grado de crea­tividad en la línea de res­puesta, sobre todo viniendo de quien por muchos del ambiente es considerada la candidata de las agencias de publicidad.

En las generales de abril del 2023, Efraín Alegre deberá evaluar mucho mejor su estrategia si pre­tende volver a usar el eje fraude para explicar sus frustraciones. Ya está visto que todo lo que diga al res­pecto podrá ser usado en su contra y con demole­dora dureza. O tal vez solo decida, de la mano de Anto­nio Solá, cambiar su eslo­gan a “Pachria o fraude”. Está demás decir a quién le asignará la ciudadanía el concepto de patria y quien llevará la chapa de fraude.

La crisis que está dinamitando la imagen del candidato liberal a la Presidencia de la República ya supera por lejos una simple cuestión de matemáticas, de actas de escrutinio, de tiempo de votación versus cantidad de votos que aparecieron.

El concepto de fraude lleva acompañando durante gran parte de su carrera política a la figura de Efraín Alegre y como mencionábamos al inicio de este Contexto, ni siquiera fue generado por sus contrincantes, sino que por un error propio.

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