- Por Josías Enciso Romero.
A muchos periodistas les encanta imitar al monito de Roa que siempre viajaba en tren con su dueña en el trayecto Asunción-Encarnación, ida y vuelta. Era un miriquiná zafado, díscolo y libidinoso. En medio del diario espectáculo, aquella “miniatura de sedoso pelambre de color canela” se puso erecto e hizo lo que mejor sabe hacer ante unos pasajeros que “ululaban de placer”. Nuestro más laureado y universal escritor lo llamó Guido. Nosotros podríamos llamarle “Muñequita”, por mona. O Carlos, o Enrique, o Luisito o Benjamín. El nombre es lo de menos. Lo resaltante es que todos ellos están viendo permanentemente la paja en la mano ajena y prefieren ignorar el onanismo que baña con el fuego fatuo de la efímera luminosidad su presumida fama que rápidamente toca techo.
Nada es tan veleidosa como la popularidad –que de manera alguna implica calidad– que otorgan los flashes de la prensa. Entonces ya no hay más remedio que vegetar en la medianía. Y para tratar de salir de ese empantanado sitial de las neuronas de la creatividad agotadas, solo queda el último recurso, el del escándalo. El grito con que se pretende acallar la razón. La histeria buscando arrinconar la serenidad reflexiva. La grosería ramplona sobre el buen gusto y el bien decir. Así se vomitan bazofias, impotencias y frustraciones. Por tanto, hay que aporrear el micrófono, apedrear las teclas de la computadora y vociferar anatemas, sentencias y grotescas diatribas con el desesperado afán de sobresalir como el líder de los iconoclastas. Falsos iconoclastas que, de inconformistas, solo tienen la lengua. Porque si verdaderamente sus intenciones son destruir “imágenes sagradas”, hay que empezar con los retratos de los bueyes apis que les pagan el salario. Caso contrario, repito, todo es pura lengua.
Yo, personalmente, con mis cuarenta y pico encima, ya no escucho radio. Ni veo televisión local. Eso sí, leo tres diarios. Por eso no sé lo que dicen en los medios de otros formatos. No obstante, no faltan los que me envían mensajes que me ponen al día. El último fue que el periodista Luis Bareiro, el hombre orquesta de Antonio J. Vierci, supremo maestro en la triangulación del whisky, de nuevo quiso menospreciarnos profesionalmente: “Cómo les encanta pajearse a los de La Nación/Nación Media que, por sus denuncias de corrupción, ganó Santiago Peña. Fantasean, nadie lee ese diario”. Aunque, tardíamente, reconoció que “es evidente el fracaso de Mario Abdo, la gente vio que su calidad de vida empeoró”. Palabras más, palabras menos, la idea y la intención fueron esas.
Varias cosas para deshilachar. En primer lugar, “Muñequita” había sido, igual que el mandatario, nos lee. Mediante eso se entera de los hechos de corrupción que él y los medios donde trabaja decidieron ocultar. Tapar como lo hace el gato con su detritus. Pero a nosotros, también, cómo nos hubiera gustado que el comisario mediático Bareiro publicara algo sobre la empresa Aldia SA del presidente de la República, que vendía asfalto a las constructoras de rutas. Aunque sea eso. Pero ni un comentario, porque el 15 de junio de este año, con su “portentosa” voz, ya había proclamado con la infalibilidad de los oráculos: “Me importa un carajo lo que publica La Nación/Nación Media, yo no sigo a los sicarios del cartismo”. Yo sí les leo a los Vierci boys, así me entero de lo que escriben.
Decir que Santiago Peña ganó gracias a nuestras denuncias de corrupción contra Mario Abdo Benítez sería menospreciar el liderazgo de quien fue electo candidato presidencial por la Asociación Nacional Republicana. Pero hagamos una reflexión a la inversa: Ni toda la feroz e infame campaña del “diario que más se lee”, “la radio que más se escucha” y “la televisión que más se ve” pudieron conseguir que Santiago Peña perdiera y que ganara su adversario de Fuerza Republicana. Así como no lograron que prosperara el juicio político en contra de la fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez. Nadie les dio bola. Ni a los plañideros desgañites de sus periodistas de supuesta mayor “influencia” sobre la opinión ciudadana. El pueblo les hizo pito catalán. O sea, fracasaron. Y fracasaron estrepitosamente porque eligieron aliarse en silenciosa complicidad con los dueños del poder, que fueron capaces de robar los recursos públicos en plena pandemia. Subestimaron la conciencia colectiva. Hay un pequeño secreto: se llama credibilidad. Y así les fue.
Hace rato venimos exponiendo que los medios ya no ejercen una influencia directa sobre el público. Las informaciones pasan previamente por el tamiz de los líderes de opinión, quienes son los que convencen o no a los electores. El resto es maullido de gato sobre el tejado ardiente de la pichadura. Al menos, ahora se dieron cuenta de que la gente se dio cuenta que su calidad de vida empeoró (la reiteración es intencional). Con una pizca de honestidad intelectual hubieran realizado estas declaraciones hace rato. Pero, ¿cómo? ¿Y favorecer a Santiago Peña? ¡Jamás! Los intereses del patrón están muy por encima de la verdad. ¡Ich, carancho!
Muchos de este mismo diario ya lo dijeron. Así como algunos analistas políticos: se acabó la historia de los medios dueños de la verdad, determinantes para ganar elecciones. Ahora solo queda la histeria de los despechados. Por nuestro lado, les alentamos a los colegas que nos sigan mirando, siquiera de reojo. Así se enteran de la corrupción gubernamental. Aunque sigan haciendo las del monito de Roa Bastos. Y frente al público.
La grosería ramplona sobre el buen gusto y el bien decir. Así se vomitan bazofias, impotencias y frustraciones.
Hay un pequeño secreto: se llama credibilidad. Y así les fue. Hace rato venimos exponiendo que los medios ya no ejercen una influencia directa sobre el público.