“No va a ganar”. La frase es una muletilla que usa el oficialismo y algunos de sus principales voceros, uno de los primeros en adoptarla fue el presidente de la República y varios de Fuerza Republicana la repiten sin tener idea de los alcances o implicancias de esta. Lo hacen al momento de referirse a los candidatos del movimiento Honor Colorado.

En Política, así como en casi todas las actividades de la vida, las palabras tienen poder; en ese sentido, la importancia de transmitir optimismo es vital. En política se busca movilizar, y para lograrlo, lo mejor es generar emociones; de ellas, las positivas tienen mucha más capacidad de movilización que las negativas. Todo eje y línea discursiva debe tener una base emocional. Toda emoción es anterior a la razón. No hay acción humana sin una emoción detrás. El 95% de la comunicación se realiza a través del subconsciente. La importancia de construir la relación política como una experiencia emocional que active nuestros mecanismos internos y consiga la actitud y predisposición necesarias para conseguir una acción concreta: la participación, la simpatía y obviamente, el voto. Pensamos lo que sentimos.

George Lakoff, en su muy recomendable libro “No pienses en un elefante” nos habla de que las palabras no son inocentes. Puede que aún menos de lo que pensábamos. La palabra “elefante” hace que evoquemos automáticamente a un animal de trompa flexible y orejas grandes. Incluso cuando le pedimos a alguien que no piense en uno, lo estamos evocando. No solo eso: estamos dando carta de validez a esa palabra para referirnos a ese animal en concreto.

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Emocionarse para emocionar. Las emociones guían nuestra toma de decisiones mientras nosotros intentamos, de manera vana, hacerlo de manera racional. Cuando invocamos el poder de una emoción podemos hacerlo para crear un efecto positivo o negativo. Es decir, hay emociones que se consideran negativas porque producen una reducción del bienestar de la persona que las experimenta. La ira, la culpa o el miedo nos remueven por dentro y nos empujan a tomar una acción. Es cierto, pero a la vez nos hacen sentir mal. En cambio, la alegría, la satisfacción, la esperanza o el orgullo provocan el efecto contrario. Nos hacen sentir bien y aumentan nuestro bienestar emocional. El lenguaje positivo desencadena endorfinas (la hormona de la felicidad) y otra serie de mecanismos biológicos que consiguen hacer sentir mejor al receptor del mensaje. En cambio, el lenguaje negativo actúa sobre el cerebro disparando nuestro centro de control emocional y generando emociones negativas. Es importante ser consciente del tremendo poder que el lenguaje negativo tiene sobre el electorado.

Pero el oficialismo está cegado por el pesimismo. Es la marca país de esta administración. La rabia, el enojo y resentimiento hacen que estén convencidos que apelar a un eje discursivo tan negativo les dará el éxito electoral, en una especie de autoconvencimiento de lo que les gustaría que suceda. Digno de un profundo estudio de sociología y psicología ya que era esperable que prefieran afirmar: “nosotros vamos a ganar”. Se conforman con que el otro no gane y eso dice muchísimo de cómo piensan realmente, de qué es aquello que los motiva y los motivó todos estos años que estuvieron en el poder en los que gobernaron con la mirada puesta en el espejo retrovisor.

Cuando escuchamos o leemos algo negativo, instintivamente nos hace subir la guardia y ponernos más cautelosos. Normalmente cuando el electorado capta palabras negativas como “no”, “nada”, “no se puede”, decide escaparse. Puede estar frente al político, pero automáticamente y en su cerebro ya dejó de prestar atención a su mensaje. Además, las palabras positivas consiguen crear un ambiente más amistoso y agradable gracias al efecto que tienen en el subconsciente del electorado. Un mensaje y discurso político en positivo se centra en describir los beneficios que la gente va a obtener. De esta manera se está dando protagonismo a aquello que va a lograr y no a la situación actual en la que se encuentra. Al final de la campaña, es esa promesa o expectativa de beneficio lo que hace que termine votando por un candidato.

Pero el oficialismo está cegado por el pesimismo. Es la marca país de esta administración. La rabia, el enojo y resentimiento hacen que estén convencidos que apelar a un eje discursivo tan negativo les dará el éxito electoral.

Se conforman con que el otro no gane y eso dice muchísimo de como piensan realmente, de que es aquello que los motiva y los motivó todos estos años.

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