• Por Josías Enciso Romero.

Apenas ganada la Presidencia de la República, el 27 de abril del 2003, el electo mandatario Nicanor Duarte Frutos empezó a desplegar un comportamiento agresivo, irracional, grosero y prepotente (los rasgos característicos de su personalidad) hacia los curas y obispos de la Iglesia católica. La iracundia (inseparable de su ego) del jefe de Estado, que asumiría el 15 de agosto de ese mismo año, tuvo su génesis –para ponernos a tono– en que, supuestamente, “mi familia y yo fuimos manoseados en muchas homilías, durante la campaña electoral, por los hipócritas, falsos predicadores y sepulcros blanqueados. Tengo autoridad moral para decir esto”, declaraba públicamente en aquellos días. Y remató, colérico: “La Iglesia se jugó a muerte a favor de Fadul (Pedro)”, quien se presentó en dichos comicios en representación del Partido Patria Querida (PPQ).

Algunos analistas de la época, según puede constatarse en los archivos periodísticos, atribuían esta desproporcionada reacción del ahora mundialmente conocido como el “mariscal de la derrota” a su “conversión evangélica”. Falso. La que se bautizó en una iglesia de los “Hermanos Menonitas” fue la esposa, no él. Su asistencia era en carácter de asistente. No es un juego de palabras, porque ni siquiera era oyente. Porque si fuera, aunque sea oyente, habría aprendido algo de los frutos del Espíritu, como la paz, la generosidad, la bondad, la templanza y la mansedumbre. Y que la iglesia donde iba a calentar sillas tenía como confesión de fe el pacifismo, el amor al enemigo y no el odio y la confrontación. Otros alegaban que esas irritaciones constantes de Nicanor contra la Iglesia católica solo tenían la motivación de ganarse algunas indulgencias con su señora, vaya a saber por qué razones.

Asumiendo prerrogativas de soberano absoluto –el presidente es el Estado, confirmaría después su correligionario Herminio Cáceres–, rápidamente destronó a Dios y se sentó en su reemplazo. La soberbia fue su escalera para llegar a tan elevada cúspide, de la que caería estrepitosamente cinco años después. Por primera vez, bajo su presidencia, el Partido Colorado había perdido unas elecciones nacionales. Se creía con poderes “así en el cielo como en la tierra”. Paradójicamente, imitando lo que condenaba, se invistió con la “infalibilidad del papa”, ya abolida siglos atrás. Repartía indulgencias y dinero público entre familiares y políticos amigos, mientras seguía comparando a los pastores católicos como “sepulcros blanqueados”, lo que en buen español significa que son blancos por fuera, pero podridos por dentro. Toda esta recordación tiene dos puntas: la visita del “mariscal” al Vaticano para la consagración de monseñor Adalberto Martínez como primer cardenal paraguayo y la precandidatura a la Presidencia de la República de un protestante, Arnoldo Wiens, que tiene como principal impulsor a Duarte “Bruto”.

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La presencia de “Nicadrón” en el Vaticano –que sería, según su atolondrada apreciación, el “sepulcro mayor– dio pie a diversos comentarios. Aunque en la lista inicial aparecía que iba acompañado de su esposa, en el decreto oficial no aparece el nombre de la señora. Cinco años duraron los ataques violentos y desaforados del entonces presidente a la Iglesia católica. En una información firmada por Patricia Vargas Queiroz en el diario Última Hora, del 15 de agosto del 2007, declaraba al salir del Palacio de López que “los sacerdotes ya no tienen el monopolio de la verdad, como en la edad media”, enrostrándoles todos sus errores, pero sin que él asumiera siquiera algunos de los suyos: como el acelerado enriquecimiento por medio de la ilegal apropiación de los bienes del Tesoro de Hacienda. Hoy mismo está luchando codo a codo por el podio de la corrupción con el presidente Mario Abdo Benítez, otro que se está yendo al Vaticano, esperando encontrar la Baticueva.

A mediados de agosto del 2007, en un acto político realizado en la ciudad de Limpio, Nicanor Duarte Frutos, arrojando su investidura a los marranos, exhortaba a sus correligionarios a no “confiar en los hombres que usan polleras”, refiriéndose a los sacerdotes. Puso en la picota de los males ejemplos al pa’i Antonio Rubio, quien era denunciado y procesado por estafa en el manejo de proyectos sociales, olvidándose de que era su eterno socio cuando se desempeñaba como ministro de Educación y Culto. Pero así son los Judas. De ayer, hoy y mañana. El fallecido monseñor Pastor Cuquejo definió en una sola frase, con una contundencia irrebatible, las expresiones del entonces mandatario: “Dan lástima los discursos del presidente”. Es notable cómo algunos hombres no cambian. Quince años después, aunque sus ataques tienen otros destinatarios, sus palabras siguen provocando lástima. Hay que sentir pena por aquellos que solo tienen miseria que desparramar y odios que destilar. Aunque destilar es una especialidad de la casa.

Si en el 2003 los anatemas de Duarte Frutos contra la Iglesia católica tenían como argumento el apoyo de los sacerdotes a Pedro Fadul, en el 2007 su ira se fundamentaba en el respaldo a Fernando Lugo. Hoy que tiene como prohijado a un ex pastor apóstata, Arnoldo Wiens, no sabemos cuándo volverá a estallar en contra del 95% de la población paraguaya que se declara católica. Quizás, dentro de poco vuelva a tirarse contra los “sepulcros blanqueados”, una imagen que contrasta con la del “mariscal”, porque él es solo sepulcro. Ni siquiera blanqueado. A decir verdad, blanqueado momentáneamente por jueces venales y cómplices. Pero mañana las tumbas volverán a abrirse. ¡Cuántos cadáveres encontraremos abajo! Por eso la desesperación de seguir encaramado al poder: para continuar con la corrupción y la impunidad. Nada es para siempre.

Quince años después, aunque sus ataques tienen otros destinatarios, sus palabras siguen provocando lástima.

Si en el 2003 los anatemas de Duarte Frutos contra la Iglesia católica tenían como argumento el apoyo de los sacerdotes a Pedro Fadul, en el 2007 su ira se fundamentaba en el respaldo a Fernando Lugo.

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