• Por Josías Enciso Romero

Mientras el entonces miembro de la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana, Mario Abdo Benítez, aquel negro 20 de setiembre del 2006 pedía un minuto de silencio y que los miembros del colegiado se pusieran de pie para rendir tributo al dictador que había cubierto el suelo paraguayo de sangre, muerte y desolación allá en el pequeño pueblo de Villalbín, departamento de Ñeembucú, los familiares de Rodolfo y Benjamín Ramírez Villalba, con lágrimas en los ojos y un agudo dolor en el corazón, recodaban el trigésimo aniversario de la desaparición de estos dos luchadores por la democracia a manos de los genocidas torturadores del Departamento de Investigaciones de la policía estronista durante la primavera de 1976. Esa misma pena lloraban los padres de Amílcar María Oviedo y Carlos José Mancuello, asesinados en igual fecha junto con los mártires de Ñeembucú. Ni un atisbo de pedido de perdón de parte del heredero más legítimo de la dictadura estronista, quien disfrutó de las atrocidades del poder sin un ápice de remordimiento. Es más, por las constantes reivindicaciones del pederasta criminal, la sociedad concluyó, y con justicia, que Abdo Benítez (hijo) nunca se arrepintió de haber sido integrante de una familia que amasó su fortuna sobre miles de cadáveres de paraguayos y paraguayas que murieron por la libertad. Y para completar el cuadro, su esposa es socia dilecta de quienes fueron agraciados por la dictadura para construir un imperio. De la nada, un día amanecieron tocados por la varita del rey Midas. Abdo Benítez y López Moreira, unidos por el asesinato de miles de paraguayos, sobre cuyos cadáveres erigieron su fortuna.

El presidente de la República, Mario Abdo Benítez, es un hombre sin conciencia, quien utiliza los argumentos del mal para despreciar el bien. Sin escrúpulos porque no siente asco, sino admiración, por una de las dictaduras más sangrientas, corruptas e implacables que azotaron al Paraguay, enlutando a miles de familias paraguayas con la sangre de sus madres, padres, hijos y hermanos. Torturados sin compasión en el Departamento de Investigaciones y en la Dirección Nacional de Asuntos Técnicos (o, simplemente, La Técnica), dependiente del Ministerio del Interior del régimen del sanguinario Alfredo Stroessner. Su memoria solo registra la buena vida que le proporcionó el déspota, de quien su padre, don Mario, era secretario privado. Un pobre infeliz y analfabeto hereditario que conocía los crímenes del gobierno que sometió al Paraguay desde 1954 hasta 1989, pero que se callaba a cambio de la fortuna que provenía del sufrimiento de un pueblo oprimido, explotado y masacrado.

En un discurso pronunciado en el distrito de Tomás Romero Pereira el 20 de agosto pasado, el presidente de la República “reconoció que los colorados son responsables de haber permitido el ingreso de Horacio Cartes a la Asociación Nacional Republicana (ANR)”, e, inmediatamente, cayó en esas contradicciones que su analfabetismo hereditario no le permite discernir: “Cuando vi la amenaza (de Cartes), en homenaje a Bernardino Caballero y a mi padre Mario Abdo, secretario privado de un gran colorado, el general Alfredo Stroessner, salí a la cancha para defender al auténtico coloradismo por la obligación moral que tengo con nuestra historia” (Abc Color, 20 de agosto, página digital, 16:47). No quiero estar en la piel de quienes se declaran antiestronistas, como “el mariscal de la derrota”, Nicanor Duarte Frutos, al leer estas bazofias. Mañana mismo tendría que renunciar. Quizás su hijo mayor le dé un empujón de coraje.

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Pero vayamos a lo concreto: Stroessner fue estronista, nunca colorado. Usó al partido para satisfacer sus infernales deseos. El papá de Marito, Mario Abdo, era febrerista. Se conocieron con “Tembelo” en el exilio. Al futuro verdugo del Paraguay, según el desaparecido Víctor Chamorro Noceda, le llamó la atención la rapidez con que manejaba la máquina de escribir. Y nada más. Su abuelo materno, de Marito, el coronel Victoriano Benítez Vera, comandante de uno de los cuerpos de la Caballería, viajó a Buenos Aires para crear en el Paraguay un partido similar al peronismo con el fin de suplantar al coloradismo. Cuando regresó al país, el teniente coronel Enrique Giménez se sublevó contra su jefe (Benítez Vera) y le hizo tragar sus intenciones anticoloradas a cañonazos. Tenés que leer la historia, Marito, para saber que no sos más que un apéndice trágico de nuestra historia. Una buena lectura del recordado Washington Ashwell te vendría muy bien. Aunque renuncies a la posibilidad de que puedas entender. A diferencia de la épica canción de Emiliano R. Fernández, “cachorro de tigre suele ser overo”, en tu caso se ajusta a la perfección que “hijo de burro sigue siendo burro”. No vas a cambiar la historia, aunque seas presidente de la República por apenas cinco años. La historia ya ha condenado a tus antecesores, a vos y a tu descendencia. Y con ese veredicto tendrás que vivir por el resto de tu existencia. La realidad no se ajusta a tu antojo. Ya no estamos en la dictadura que tanto añoras.

No creo, sinceramente, que Mario Abdo Benítez pida perdón a las víctimas de la dictadura. No lo hará porque él no es colorado. Ni lo fue su padre ni lo fue Stroessner. Ni lo son los familiares de su esposa. No hay coloradismo puro en sus sangres. Ni en las venas del “mariscal de la derrota”, cuya madre era una digna libera. La historia, a veces, tarda, pero siempre llega a destino.

No creo, sinceramente, que Mario Abdo Benítez pida perdón a las víctimas de la dictadura. No lo hará porque él no es colorado. Ni lo fue su padre ni lo fue Stroessner.

No vas a cambiar la historia, aunque seas presidente de la República por apenas cinco años. La historia ya ha condenado a tus antecesores, a vos y a tu descendencia.

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