• Por Josías Enciso Romero

Con mi vecino don Cecilio nos separa una eternidad de años y un tejido de alambre des­vencijado que nadie se anima a tocar. Y un pelotón en fila de guayabales. La mitad tiene sus troncos en mi propiedad, pero dan frutos en su terreno. Y la otra mitad que está en su patio sobre el mío dejan caer las guayabas injertadas con pera. A pesar de la distan­cia que marca la edad, por mi curiosidad y sus ganas de contar, nos llevamos bastante bien. Como su casa está hacia la calle y la mía construida al fondo, solemos encontrarnos a la mitad de ambos terre­nos, como aquellos oficiales que plantean una tregua. En ese horario de nadie, que es el atardecer. Sentado bajo el mangal, en su sillón de cables y con su mate de veinticua­tro horas, me voceó mientras yo regaba las plantas: “¿Ya te conté cuando los que vivían antes en tu casa me intrigaron con la Policía y me llevaron a Investigaciones, y el jefe me muestra un tejuruguái col­gado de la pared y me dice: ‘¡Ápe, péa la Constitución Nacional!’”. “Sí, don Cecilio”, le respondí, “varias veces”.

Para que los domingos no atruene la placidez del des­canso con su tocadiscos con vinilo, sus nietas le regalaron un celular de alta gama con un auricular. A sus ochenta y tantos años se adaptó rápida­mente. No se le escapa nada. Intercambia la música con las noticias. “Y hasta veo yutú”, me confesó. Ayer, mate en mano, se acercó a la línea divi­soria. “¿Ya te conté que yo era simpatizante del movimiento Renovador del doctor Sei­fart?” (Ángel Roberto, ya fallecido). “Esa se te escapó, vecino”, le señalé. Y prosi­guió sin pausas: “Me acordé nomás hoy porque vi que el ‘mariscal de la derrota’ se cayó de un escenario, ha péa presagio que no falla”. No logré conectar la rela­ción entre ambos hechos, pero, antes de preguntarle, él mismo se encarga de acla­rarme: “Nicanor, pues, vino al movimiento de la mano de dos jóvenes del interior, sei­faristas fanáticos, Alderete (José Alberto), de San José de los Arroyos, y Castillo (Arte­mio), de Félix Pérez Cardozo. Aunque yo siempre estaba en la última fila en las reunio­nes, les fiché a todos. Ellos le pidieron a Seifart, cuando eso ministro de Educación, que le nombrara a Duarte Fru­tos como viceminis­tro de Culto y ahí empezó su carrera política. Habrá sido allá por 1990, más o menos. Cami­naba rápido, con cara de eno­jado, no le saludaba a nadie y se iba directamente a la mesa principal. Tenía una habili­dad natural para ubi­carse este mucha­cho”.

Entusias­mado conti­nuó su relato: “En 1993, Seifart es vicepresidente con el ingeniero Wasmosy (Juan Carlos) y Duarte va como ministro de Educación. Era cupo del movimiento. Lo razonable era que el ‘Comandante’ se candi­datara para el siguiente período, pero Wasmosy le pone una gorra de lana a Nicanor y le susurra que se lance él para el 98. El pre­sidente de la Ande, ‘Kencho’ Rodríguez, iba a ser su dupla. El ‘mariscal’, engolosinado con la oferta del presidente, le deja en seco a Seifart”. Ahí le detuve para preguntarle quién era el “Comandante”. “Y así le llamábamos a Sei­fart –continúa–, creo que tenía algo que ver con uno al que le decían ‘Comandante Cero’ en Nicaragua. Qué sé yo”. Y, medio molesto porque le interrumpí, me pregunta: “¿Puedo seguir?”. Con un ademán le indiqué “adelante”. “Wasmosy lo único que que­ría era debilitar a Seifart y Duarte, ambicioso, se prestó al juego. Luego, Wasmosy buscó un acercamiento con su eterno adversario, el doc­tor Argaña (Luis María), y Frutos (Duarte) entró en corto. En un acto realizado en Misiones dijo que abrazarse con Argaña era abrazarse con un cadáver o con Satanás, no recuerdo bien. Wasmosy no tolera la insubordinación de su subordinado y le echa del Ministerio de Educación y Culto”.

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Intervine para decirle que tenía una noción vaga de aquellos acontecimien­tos y, sin darme importan­cia, prosigue: “¿Y qué hizo Duarte? Se fue y se abrazó con Argaña y fue su candi­dato a vicepresidente. Les ganó Oviedo (Lino César) las internas. Con Argaña asesi­nado y Oviedo prófugo, quedó abierto el camino para Nica­nor. ¡Ah, cierto! Fue minis­tro de Educación, otra vez, con González Macchi (Luis Ángel). Renunció a regaña­dientes para candidatarse a la Presidencia de la Repú­blica y empezó un feroz ataque a ‘Lucho’. Duarte pisaba todo lo que encontraba en su camino con tal de llegar a su objetivo. En el 2007 liberó a Oviedo, según los entendidos, ilegalmente, pensando que le iba robar votos a Lugo (Fer­nando) y llevó al Partido Colo­rado a la llanura. Le traicionó a Seifart en vida y traicionó la memoria del doctor Argaña. Cuando volvimos al poder, en el 2013, Cartes (Horacio) le nombró embajador en Argentina y, luego, decidió regresar, pero como aquí no le ofrecieron nada, empezó con sus ataques contra HC”.

Como su esposa ya le estaba llamando para el almuerzo, me deja algo al irse: “Pero irrazón la Duarte. Cuando se levantó de su caída el sábado en Itapúa dijo que se pare­cía a ‘Kung Fu’. ¿Vos te acor­dás de Wan Chan Kein (Kwai Chang Caine)? Era un monje shaolín y su maestro le decía ‘Pequeño Saltamontes’. Por eso, te repito: Irrazón la Nica­nor. Ha’e opo ha opo de movi­miento en movimiento. Los próximos en ser traicionados, porque no serán los últimos, van a ser Marito y el ‘Toro’ (Hugo Velázquez). Vas a ver. Vas a ver”. Y se alejó. A mitad de camino se da la vuelta y promete que “la próxima te voy a contar cuando Alderete le prestó plata para comprar su pri­mera casa y no le quiso devol­ver”. Hay olor a una “biogra­fía no autorizada”. De don Cecilio dependerá.

“Los próximos en ser traicionados, porque no serán los últimos, van a ser Marito y el ‘Toro’ (Hugo Velázquez). Vas a ver. Vas a ver”.

“El presidente de la Ande, ‘Kencho’ Rodríguez, iba a ser su dupla. El ‘mariscal’, engolosinado con la oferta del presidente, le deja en seco a Seifart”.

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