La sica es una daga corta que en la antigüedad fue el arma preferida de los asesinos por su faci­lidad para esconderla entre las ropas. De ahí la palabra sicarius. Los que se dedi­caban al homicidio preme­ditado y económicamente retribuido, hacia los años sesenta de la era cristiana, según registros de algu­nos historiadores, también constituyeron una secta judía que asesinaba roma­nos en lugares públicos, para luego escabullirse en medio del gentío que corría despavorido.

Hoy en día ya no usan puñales peque­ños, sino ostentosas armas modernas y de calibres capa­ces de despedazar o perforar hasta vehículos blindados. Este introito vale para clari­ficar el concepto de acuerdo con el diccionario rector de la lengua española. Y es una sola acepción: “Asesino asa­lariado”. Suponemos que la estrella con cola del con­glomerado jagua’i paquete, Luis Antonio Bareiro Mer­sán, rebautizado “Muñe­quita” por nuestro Cervan­tes criollo, Eugenio “Papi” Sanabria Cantero, está esforzándose –como la iro­nía que no le esquiva– en proyectar metafóricamente el concepto, pues hace algún tiempo viene refiriéndose a los y las periodistas del dia­rio La Nación como “sica­rios mediáticos del car­tismo” o “el cartismo y su legión de sicarios mediá­ticos”. Habrase visto, el impoluto, que no se anima a opinar sobre los negocios y negociados de su patrón tocayo, dando cátedras sobre decencia y honesti­dad intelectual. Llenar de improperios al “enemigo” es una estrategia vieja como la mentira, pero efectiva para cubrir con un manto de impunidad silenciosa el contrabando que inunda los supermercados y la can­tidad de whiskys importados por año que alcanzaría para emborrachar a los bebedores locales y fronterizos hasta a los cosacos de las estepas ruso-ucranianas y sobra­ría aún.

Sentado sobre una bolsa de trigo, con paja y con cizaña, cosechada en el año cero de la honestidad, el periodista sin mácula, quiso desacreditar una tarea de investigación del programa “La caja negra” de Unicanal y publicada por nuestro diario, con una ensayada pose de vengador del Olimpo –por supuesto que no le salió–, apostro­fando a los vivos y a los muer­tos: “Me importa un carajo lo que publica La Nación, yo no sigo a los sicarios del cartismo”. Nos parece muy bien. Excelente. Ni necesi­tamos que lo haga. Ya que quiere ser siempre creativo, lo que tampoco puede, debe­ría investigar por su cuenta, desde su taburete de vier­cista “hamburguesado”, los nexos entre el banco de la Faraona y Luiz Carlos da Rocha, más conocido como Cabeza Branca. Aclaramos a Lui­sito que esta Faraona es otra. Hacemos la per­tinente puntua­lización, porque la última vez, a raíz de un ataque masivo que tuvo en las redes por cierta polémica provocada por una persona con el mismo sobrenombre, la culpa de nuevo fue… sí, no duden: “Los sicarios mediá­ticos del cartismo”.

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Con ansias de juez impla­cable –ha’éntema la Castri­lli– quiere dictar sentencias inapelables con su martillo de subasta de honras, de la propia y las ajenas. Con su personal y acidulado estilo, cree que todos tienen precio.

Así son los corsarios que, a diferencia de los piratas, tenían patente de corso de su gobierno para saquear buques con otras bande­ras. Francis Drake, sin ir más lejos, tuvo categoría de héroe inglés y fue nombrado Caballero por la reina Isabel I. Nuestro deslustrado e insí­pido atracador de los mares del papel, el micrófono y la pantalla chica capitanea el buque insignia del mejunje Vierci, quedándose con la punta del requecho por tan gratificante trabajo, con pre­via autorización de su majes­tad de la prístina e inmarce­sible integridad. El poderoso dinero, que no es caballero, guía el olfato periodístico de este prestigioso hombre de la cultura vernácula. Un corsa­rio con letras doradas. Con orejeras, en vez de parches.

“Giuzzio (Arnaldo) habrá cometido muchos errores como ministro (del Interior), pero difícilmente haya otro con tanto coraje para enca­rar de frente a HC y su legión de sicarios mediáticos, legis­lativos y fiscales”. Lo dicho: Luisito no puede vivir sin nosotros, sin nombrarnos. Somos la razón que da un poco de luz a su frustrante y opaca existencia.

Apenas estamos remojando nuestra pluma en la tinta. Tenemos para un libro, como aquella disputa con su otro colega bañado de humil­dad, Enrique Vargas Peña, con quien se enredó en un inolvidable sopapo mediá­tico porque, descubrió EVP, que nuestro ídolo de este “Contexto” había sido nom­brado, por decreto del Poder Ejecutivo, como “miembro del sector privado del Con­sejo de Administración del Fondo para la Excelencia de la Educación y la Investiga­ción”. Tamaña osadía se com­padece con las elecciones que hizo este gobierno para rellenar su mediocre gabi­nete. La acusación de EVP de que no podés ser “perio­dista y funcionario público” desató la ira del inmaculado y, no hace falta que adivinen, le replicó: “Fiel a su pasado cartista. Funcional a la clase política que pretende buscar la causa del fracaso de la polí­tica educativa en cualquier otro. Cínico y mentiroso”.

Para Luisito, “la única ver­dad en educación es que la administración de Petta no da talla para convertir la cri­sis en una oportunidad de cambio”. Era el 19 de mayo del 2020, tiempo de clases virtuales.

La crítica a Petta, justi­ficada, pero en el caso de Bareiro, interesada, fue nuestro “Ábrete Sésamo”. En el fondo, defendía a su ministro amigo, el de Hacienda, Benigno López, quien estaba de punta y tren­zas con el entonces titular de Educación y Ciencias. Pero donde verdaderamente se pulveriza la honestidad inte­lectual y el integrismo ético de nuestro constante difa­mador es cuando acepta for­mar parte de un equipo para el cual no estaba capacitado ni académica, ni intelectual, ni técnicamente: Comité Estratégico del Proyecto “Diseño de la Estrategia de Transformación Educativa 2023″. Compartía escenario –sí, acertaron– con el minis­tro de Hacienda, su cuate y cómplice. En otras ediciones ya explicaremos por qué.

Puede seguir diciendo lo que quiera de nosotros. De nuestra parte, no será la sica, sino nuestra pluma la que se encargará de clavarle en su arrogancia de escriba cor­sario autorizado por el rey, su altanería con bromato y su hinchada petulancia de infatuado diletante. Salud comisario, si le responde­mos es porque valoramos mucho más de lo que piensa a nuestros periodistas y ante lo denigrante no nos tendrán callados.

Para Luisito, “la única verdad en educación es que la administración de Petta no da talla para convertir la crisis en una oportunidad de cambio”.

Puede seguir diciendo lo que quiera de nosotros. De nuestra parte, no será la sica, sino nuestra pluma la que se encargará de clavarle en su arrogancia de escriba corsario autorizado por el rey.

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