En la política, las emo­ciones son las que mandan. Son los mejores motores para lograr lo que se busca siempre: emo­cionar para movilizar. Pri­mero se debe llegar al cora­zón, si se pretende llegar al cerebro para que sea este el que de la orden a que actue­mos en favor o en contra de una idea, un sueño. Pensa­mos aquello que sentimos. El cerebro político es un cerebro emocional. La hipocresía de periodistas pidiendo a grito pelado un debate de propues­tas planteadas desde lo técnico es una mezcla de ignorancia con el acostumbrado y desfa­sado postureo de superioridad moral e intelectual. Pretenden que se les hable a ellos, cuando el mensaje debe ser pensado, construido y distribuido a los electores. Ellos son apenas el camino para llegar, los votan­tes son el objetivo.

En las internas coloradas las cartas están echadas, comu­nicacionalmente hablando. Tanto Añetete (o como sea que pretendan que se las diga ahora), como Honor Colorado, han elegido sus ejes comunicacionales y en este contexto trataremos de describir a ambos lados de la brecha que se plantea en cada vez más campos, obvia­mente la estrategia de comu­nicación no tendría que ser la diferencia.

En el grupo de Mario Abdo Benítez y Hugo Velázquez optaron por apuntar a emo­ciones como el miedo, que es sin duda de las más usadas en política. Aquel sentimiento incó­modo, que experimen­tamos todos alguna vez en nuestras vidas, esa emoción que causa un cierto malestar en quien la posee. Aunque se suela presentar ligado a tér­minos negativos y poco agradables, el miedo es una emoción extre­madamente fun­cional, para la psicología, su finalidad es activar nues­tro sistema de defensa o de huida cuando percibi­mos una amenaza real o imaginaria con el fin de que podamos por lo menos sobrevivir. Ahora, la clave radica en como gestio­namos esta emoción. El abuso y principalmente la exclusi­vidad de apelación al miedo puede derivar en consecuen­cias terribles, como provocar alteraciones no tan sanas y funcionales como la ansie­dad e incluso la inseguridad desmedida en la toma de deci­siones. El miedo es el contragolpe en la polí­tica. Funciona para generar frentes y división en el electorado a través de sen­timientos como la ira, el odio y la rabia. Nuestra mente no entiende la diferencia entre lo real y lo imaginario, esta última opción nos hace vul­nerables a la manipulación psicológica. Y a eso recu­rren y recurrirán en el ofi­cialismo con cada vez mayor inten­sidad a medida que avanza la campaña. Por el lado de Honor Colorado la apuesta también se da con absoluta claridad. El eje discursivo (que luego se transforma en líneas discursivas) también es una emoción: la esperanza. Definida como la confianza de lograr una cosa o de que se realice algo que se desea. Un proceso de fe y ánimo opti­mista basado en la expecta­tiva de resultados favorables relacionados con eventos o circunstancias de la propia vida o el mundo en su con­junto. Otras definiciones de tener esperanza incluyen: “esperar confiado” y “abri­gar un deseo con antici­pación”. La Real Acade­mia Española define la esperanza como “Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea” y la esperanza cris­tiana como “En la doctrina cris­tiana, virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha pro­metido”. La esperanza es sobre todo y ante todo la invitación a que se puede estar mejor de lo que se está. Es casi que la posición lógica y esperada de un movimiento que se precia de ser la alternativa a como se está en la actualidad.

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Así como es una de las emo­ciones más utilizadas en polí­tica hoy en día, también es uno de los principales erro­res de comunicación de las distintas campañas en todo el mundo. El 99% de ellas fra­casan por un déficit de mensa­jes nuevos y por estar centra­das, única y exclusivamente, en derribar al adversario por la vía de las emociones nega­tivas. Pasa que las emociones positivas son más poderosas que el miedo. Apelaciones a la ilusión, la esperanza y el opti­mismo poseen una capacidad movilizadora mucho mayor que los sentimientos nega­tivos. Estas emociones son capaces de unir países, gene­rar comunidad, de emitir poderosas señales y decla­marse como la única opción política para ganar al miedo. Al final de la campaña, el elec­torado deberá elegir entre dos mensajes: el miedo y la esperanza. Al fin y al cabo, el votante prefiere acudir a las urnas con la ilusión de mejo­rar su vida y no por miedo a algo o a alguien. El 18 diciem­bre los colorados tendrán la opción de salir del miedo y avanzar hacia la esperanza. El “cháke Cartes” no solo es absolutamente insuficiente, sino que ya no funciona.

En el grupo de Mario Abdo Benítez y Hugo Velázquez optaron por apuntar a emociones como el miedo, que es sin duda de las más usadas en política.

Apelaciones a la ilusión, la esperanza y el optimismo poseen una capacidad movilizadora mucho mayor que los sentimientos negativos.

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