Felino Amarilla era propietario de una lengua más puntiaguda que estoque artesanal fabricado en la cárcel de Tacumbú. En la punta tenía el filo. Y el veneno. Arremetía con habilidad de torero. Clavaba en el gollete, atravesando el pecho hasta alcanzar los pulmones. Sus contendientes de las escaramuzas verbales quedaban sin aire. Y sin argumentos. Resollando. Con diabólica sonrisa, entre socarrona y sarcástica, destrozaba a sus adversarios cortándoles el copete de ostentosa ignorancia. Era un ejemplar raro: sincronizaba la mente con la lengua con precisión suiza. Hablamos de él en pasado porque hace algunos años dejó de tener frecuencia mediática, especialmente en radio Ñandutí, “su segunda casa”. Solo realiza esporádicas apariciones en los medios escritos. No sabemos si se dedicó a menesteres más lucrativos, diría el paraguayólogo gua’i, pero seguro estamos que mantiene su maldad intacta. Víctor Benítez, “elgroseroese” (cómo te extrañamos “Gordo”), solía confidenciar que después del golpe contra Alfredo Stroessner, su félido amigo había quedado bajoneado. Extrañaba aquellos tiempos en que “éramos tan felices combatiendo dictaduras”. “Antes -dijo que decía-nos conocíamos todos, ahora todos son luchadores por la democracia”.
Felino hizo escuela sin escalas. Muchos colegas lo escuchaban en aquella época -década de los 80- como alborotador y orador fulminante en los debates estudiantiles en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción, volviendo locos a los pyrague. Era uno de los pocos que merecía ser grabado. Al unísono prendían su equipo periodistas y agentes de Investigaciones. Así se enriquecían incesantemente los Archivos del Terror. Compartía esa pasión estudiantil con sus habilidades de artista de brocha gorda para pintar paredes y murallas contra la dictadura, en su condición de militante de la Juventud Radical Auténtica. Ante las inmisericordes garroteadas por parte de los agentes policiales de la dictadura estronista llegó a la conclusión de que la palabra agente estaba precedida por el prefijo de negación “a”.
Es cierto que ni los dedos de una mano son iguales (frase fresquita que acabamos de inventar). Pero algunos músculos comunes deberían sintonizarlos. En los grupos familiares, lamentablemente, no es así. Felino tiene una hermana. Se llama Celeste. Si Felino utilizaba la lengua como ametralladora dialéctica, Celeste la usa como ventilador escatológico para dispersar detritus. Si en el pasado adquirió cierta fama fue por su relación con algunos intríngulis relacionados con la provisión de merienda escolar en el departamento Central. Con una garrocha revestida de dólares saltó de fino a la Cámara de Diputado. Nos dijo ella. “Esta banca me costó 200 mil dólares”. A confesión de parte, relevo de guardias.
Abusa de la lengua, pero sin heredar la habilidad familiar. En la sesión de la Cámara de Diputados del miércoles 2 de marzo de este año tiró fango contra la mitad de sus colegas colorados y, según dijo, reservó artillería para la otra mitad. Los acusó de tener conexiones con el narcotráfico. Citó nombres y apellidos, sin embargo, no aportó ninguna prueba. Dos la denunciaron, pero ahora ella se escuda en su calidad de parlamentaria para que no pueda ser desaforada y juzgada por sus opiniones. Lo que habilita a los demás diputados a despellejarla con el mismo látigo.
Este último fin de semana demostró que muchas veces los paraguayos votamos y no elegimos. En un caldeado debate con una ciudadana, militante de la Asociación Nacional Republicana y del movimiento Honor Colorado, la dialéctica celestiana -no celestina- mostró el lado más oscuro de su personalidad. Estábamos acostumbrados a sus gua rangada s y sus crímenes contra la decencia en el decir. La polémica alcanzó su decibel de ordinariez más pura en el debate internáutico cuando respondió a su oponente en la discusión (textual): “Perra cartista anda a retirar los restos del asado de hoy de la casa de tu dueño. Te dejaron una bolsa en el portón de atrás” (sic). La agredida le exhibe una parrilla abundantemente servida. La devolución de la diputada: “Yo no como asado perra. Disfruta tus sobras” (sic). En medio de un público tuitero expectante, responde la colo’ó: “Tenés razón, las monas no comen asado, te llevo una docena de bananas al Congreso”. Corcovea la chovy: “Tampoco como bananas y no vas a poder llegar a mi oficina si yo no autorizo. La entrada de bandas y valles solo autoriza la bancada HC (Honor Colorado), trata con ellos”. Y concluye “Vos sos del pueblito, yo diputada…mejor voy a mirar la lluvia sobre el lago (Ypacaraí, estaba en Samber), mete tu asado en la heladera para comer mañana” (textual).
Celeste Amarilla, quien suple sus deficiencias oratorias con un lenguaje barriobajero, suele promocionarse a sí misma por el vestuario que exhibe en cada sesión. Lo que ella, a juzgar por su vocabulario usual, necesita no es un asesor de modas, sino de buenos modales. Porque en esa asignatura, aunque se vista de seda, igual queda aplazada.