Con el artículo “Con datos falsos, Nakayama pretende ‘corregir’ a Peña”, el sociólogo José Fernando Duarte retruca al senador liberal recientemente electo Eduardo Nakayama, quien a través de su cuenta de Twitter trató de descalificar los conocimientos de historia del presidente electo, Santiago Peña. Para Duarte, Nakayama es un “idealizador del periodo liberal”.

Duarte expone que el excandidato a intendente de Asunción fabricó una imaginaria “red ferroviaria” y una “industria bélica” durante el tumultuoso y fratricida periodo de gobiernos liberales, que se extendió entre 1904 y 1936.

Precisa que “el senador electo por el PLRA Eduardo Nakayama pretendió desacreditar y darle cátedra de historia al presidente electo, Santiago Peña, diciendo que “hizo gala de su desconocimiento de la historia paraguaya” durante su presentación en un programa periodístico del pasado sábado, haciendo alusión a obras inexistentes de la era liberal (1904-1936)”.

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Sin embargo, “la tesis de ‘una consolidación institucional’ en el periodo liberal, sostenida por Nakayama no tiene asidero histórico. El lesseferismo liberal fue un verdadero dique contra el avance de lo público y la ampliación de funciones estatales. En realidad, el Estado paraguayo empieza su lento proceso de consolidación y modernización a partir de los militares en el poder, tras la revolución de febrero de 1936 y con el ascenso de Morínigo”, manifiesta.

Agrega que “la ‘brillante’ contribución liberal a las instituciones fue, en todo caso, la antiliberal y cuasifascista Constitución de 1940, impulsada por Estigarribia y los mencionados intelectuales ‘cuarentistas’, escrita entre cuatro paredes e impuesta al pueblo paraguayo”.

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Permanentes enfrentamientos

El artículo recuerda además que “la denostada ‘dictadura de Stroessner’ fue el resultado directo de la carta fascista de 1940, propiciada por los intelectuales liberales, ya que dicha normativa fundó la vigencia de los regímenes cívico-militares paraguayos”.

Añade que “aun así, la Constitución del 40 no inauguró la historia de arbitrariedades y abusos del poder propios del periodo liberal. En efecto, entre 1904 y 1940 (sin contar el periodo de la Revolución Febrerista) diferentes presidentes liberales declararon el Estado de sitio en 38 oportunidades (ver apéndice). En todo ese período hubo una sola elección presidencial entre candidatos de partidos diferentes, aquella del año 1928, en la que se enfrentaron el liberal José P. Guggiari contra el colorado Eduardo Fleitas, en una contienda en que varios líderes colorados estaban proscritos”.

Para Duarte, “nada más alejado de la ‘democracia de ensueño’ y ‘el respeto al Estado de derecho’ narrado por algunos idealizadores del periodo liberal como Nakayama. Lejos del idilio proyectado por cierta intelectualidad, en ese periodo se practicó la tortura, regían relaciones laborales de semiesclavitud como las que padecía el mensú en los yerbales, se clausuraban permanentemente órganos de prensa colorados como Patria, La Unión y otros, se creó el campo de concentración Fortín Galpón, fue norma el fraude electoral, la proscripción política, la entrega de las funciones estatales a enclaves anglo-argentinos y el nulo reconocimiento de derechos a los trabajadores, campesinos y mujeres”.

Entonces, “más que ‘consolidación de instituciones’, lo que la primera mitad del siglo XX muestra son permanentes enfrentamientos entre liberales cívicos y radicales, golpes de Estado y sangrientas guerras civiles, como la de 1911 o la de 1922-1923, y sobre todo deserción del Estado en materia de la defensa de la soberanía nacional”.

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Falseamiento de datos

Hablar de ‘una importante red ferroviaria’ impulsada por el liberalismo es un falseamiento de los datos de la realidad. En realidad, lejos de ser una iniciativa de gobiernos liberales, esa energía era administrada por una empresa privada llamada CALT (Compañía Americana de Luz y Tracción), que funcionaba con material térmico y que apenas abastecía de electricidad a la capital”, refiere.

Aclara que “la supuesta ‘red ferroviaria’ –a lo sumo se puede hablar de algunos tranvías en Asunción, primero tirados a caballo y luego a electricidad– se había entregado a manos de empresas de capital extranjero, que gestionaron ‘el ferrocarril’ sin tener en cuenta las necesidades del pueblo paraguayo, explotando a los trabajadores de nuestro país y sometiéndolos a condiciones laborales injustas y arbitrarias”.

Fue el Partido Colorado, bajo el breve gobierno del gran intelectual Natalicio González, el que nacionalizó la empresa CALT, sentando las bases para la creación de la Ande, una institución rectora del desarrollo de nuestro país. Esto se realizó el 11 de agosto de 1948, por medio de la Ley N.° 16″, revela.

Señala que en materia de servicios públicos tales como “el acceso al agua potable, el liberalismo tiene aun mucho menos que reivindicar, ya que el Estado comienza a tomar protagonismo en dicha área recién desde mediados de la década de 1950, mediante la instalación de Corposana, gracias a un crédito internacional”.

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Otra ilusión

Finalmente, manifiesta que la mentada “industria bélica” nacional que habría abastecido al Paraguay durante la guerra del Chaco, “es fruto de otra ilusión del parlamentario electo, ya que el material de fuego fue adquirido del exterior, particularmente de mercados europeos (incluido el cañonero Tacuarí)”.

Desde 1904 en adelante, la penetración boliviana sobre el Chaco paraguayo no tuvo descanso, mientras las facciones liberales saqueaban las arcas públicas para financiar sus sangrientas guerras civiles y negaban líricamente la posibilidad del conflicto, como se puede constatar en varios discursos de Cecilio Báez y otros prominentes intelectuales de la época”.

“Por ahora el Paraguay no está preparado militarmente. La causa principal de tal situación es la escasez de recursos del Estado. El dinero es el nervio de la guerra. El patriotismo más acendrado, el heroísmo más sublime, son estériles cuando una nación carece de medios económicos”, refería el propio presidente Eusebio Ayala, el 1 de abril de 1933, ante el Congreso, ya en medio de la guerra. De este modo, el “presidente de la victoria” reconocía la pesada herencia de sus antecesores.

Apéndice sobre decretos de Estado de sitio del periodo liberal. Extraído del libro “Pensamiento de los partidos políticos (1986-1947)” de Wasington Ashwell.

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