La pequeña Anita, quien hace un mes fue conectada a un dispositivo Berlín Heart, sigue a la espera de que aparezca un donante de corazón que le permita acceder a una nueva vida y también abandonar el hospital.

La vida de Anita cambió bruscamente. Según cuenta su madre, Norma Capdevila, a Hoy/Nación Media, el 21 de marzo pasado, la pequeña celebró su sexto cumpleaños, lo hizo en la escuela, rodeada de sus amigos y la profe. Durante el recreo, jugaba a las escondidas, podía correr para buscar un escondite o hacía el “tambo” para liberar a los que ya fueron descubiertos.

Al salir de clases, regresaba a su hogar y se sentaba en la mesa junto a su familia para almorzar. Su comida favorita: los tallarines con salsa de carne, de su tía; sin dejar de mencionar también las delicias preparadas por la abuela. Las tardes trascurrían entre tareas escolares y los juegos con Willy y Bruno, más que mascotas, sus dos amigos perrunos.

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Pero, un mes después de esta historia, al llegar a su casa, le dijo a su mamá que tenía mareos y la sensación de que el corazón le saldría por la boca. Desde ese momento, comenzó la travesía de idas y vueltas al hospital para estudios e internaciones. Su corazón dejó de funcionar correctamente a causa de una miocardiopatía, al punto de requerir un dispositivo de asistencia ventricular (corazón artificial), como última alternativa de espera a un donante para acceder a un nuevo órgano.

Ya llevan 47 días internada y el único pase de salida del hospital es un trasplante. Actualmente está al cuidado del equipo de cardiología del Hospital Pediátrico Niños de Acosta Ñu y de sus padres.

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