DESLA FE

Por Francisco Miranda Fassino, SDB

Al iniciar un Año Nuevo civil, la Iglesia nos invita a celebrar la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Esta antigua fiesta se remonta al Concilio de Éfeso, en 431, en el que se proclamó el Dogma de la Maternidad Divina de María. En oriente, la advocación de María como Madre de Dios, se remonta el siglo III. En un papiro encontrado en el desierto de Egipto, cerca de la antigua ciudad de Oxirrinco, aparece un tropario (himno bizantino) en el que se llama Theotoke (Madre de Dios) a la Virgen. Se trata de la oración “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita” (250 d.C).

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En occidente, la fiesta de “Santa María Madre de Dios” fue la primera fiesta mariana que apareció en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación –el 1º de enero– del templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano. Posteriormente, el 1 de enero, en el rito romano, empezó a celebrarse la fiesta de la “Circuncisión del Señor”. Fue el papa Pío XI, quien, en 1931, al conmemorarse los 1500 años del Concilio de Éfeso, instituyó la fiesta el 11 de octubre. La reforma litúrgica del Vaticano II la elevó al grado de Solemnidad y la trasladó al 1 de enero.

Después de este pequeño recorrido histórico, nos preguntamos ¿qué nos dice esta fiesta hoy? El inicio de un nuevo año trae consigo nuevas esperanzas, nuevos proyectos, nuevas oportunidades, nuevas decisiones, así como también nos invita a revisar nuestra relación con Dios y con nuestro prójimo.

El evangelio nos presenta a los pastores que se acercan a comprobar con sus propios ojos lo que el ángel les había dicho. La señal era un niño envuelto en pañales. No había grandes signos, grandes señales, ni milagros, solo un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Es decir, sencillez, humanidad, familiaridad. Dios se nos revela en lo cotidiano, en la cercanía, en las cosas sencillas que, a veces, corren el riesgo de pasar desapercibidas. Mientras todo esto ocurre, nos dice el evangelio: “María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). No solo queda admirada de las maravillas que se dice de Jesús, sino que, busca entrar en el misterio de Dios, manteniendo una actitud de permanente búsqueda de sentido.

María es modelo de fe y de profundidad de quien escucha la palabra de Dios y la guarda en el corazón. La fe es un proceso de interiorización, un camino que se recorre en la esperanza y confianza en las promesas de Dios. El camino de fe de María atravesó momentos de alegría, pero también de tristeza, de oscuridad, como nos pasa a nosotros. Ella nos enseña a hacer una lectura creyente de nuestra vida, es decir, leer los acontecimientos descubriendo el paso de Dios en lo cotidiano.

El 1 de enero celebramos también la Jornada Mundial de Oración por la Paz. La paz no es ausencia de conflictos, ni pactos de no agresión. Es un don de Dios. La paz (Shalom) es armonía con Dios, con la naturaleza, con el prójimo, especialmente con nosotros mismos. Es una tarea de cada uno y de todos.

Al iniciar un nuevo año, pidamos a Dios la fortaleza para ser constructores de paz, de solidaridad. Que nos conceda la fuerza de su Espíritu, para ser fermento de una nueva sociedad, donde la justicia llegue a todos, sin distinción; donde la verdad triunfe sobre la mentira y la falsedad; donde el perdón derrote al odio y al deseo de venganza, como decía San Juan Pablo II “Los pilares de la paz verdadera son la justicia y esa forma particular del amor que es el perdón” (Jornada mundial de oración por la paz, 2002). Que Jesucristo, Hijo de Dios y de María, príncipe de la paz, te bendiga, acompañe, proteja y sostenga.

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