DESDE LA FE
Por Mariano Mercado
“Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos, o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 37-40).
Este texto de la Sagrada Escritura sigue teniendo vigencia. El Señor nos sigue llamando a vivir el amor, sobre todo en gestos concretos hacia el prójimo, teniendo la seguridad que estamos haciendo por él. Basta con salir a la calle para ver la cruda realidad que nos da ejemplos de necesidad, enfermedades, dolor, marginalidad y lo que es peor, de abandono. En general estamos creando una visión desalentadora de la sociedad, sobre todo en este contexto donde la pandemia ha azotado con fuerza a todas las economías y ha creado más asimetrías y desigualdades.
Más allá del aspecto material, el egoísmo ha crecido en proporciones tan peligrosas, que el ser humano está perdiendo la capacidad de agradecer, de dar gracias desde el corazón, de dimensionar el sentido profundo del dar y recibir, y del impacto que tiene en aquellos cuya vulnerabilidad merece ser atendida.
Las virtudes revelan lo más puro de nuestra humanidad, y nos permiten dejar de lado el individualismo y la indiferencia, expandir el corazón cuando más ganas tengamos de contenerlo y responder con acciones concretas que ayuden al prójimo a vivir con mayor dignidad. Amar al prójimo no es una tarea fácil, pero las barreras las ponemos nosotros mismos. Amar requiere de empatía, solidaridad y compromiso, valores que no se limitan a las meras palabras y rompen con la utopía, se concretan con fe y esperanza, materializándose en la práctica, con una intensa vocación de servicio, en la misión de hacer visible el amor, amor para dar amor.
Nuestro país siempre se ha caracterizado por el valor de la solidaridad. Desde este espacio intentamos poner nuestro grano de arena, visibilizando de alguna manera los innumerables ejemplos de entrega y servicio al que más necesita, como la Fundación San Rafael, fundada y dirigida por el padre Aldo Trento, que ilustra exponencialmente la fe católica con acciones reales.
Me dijo emocionado hace pocos días “Hace 30 años estoy en Paraguay, no conozco otro país donde tanto se ame a la Virgen María, donde hay tantos corazones generosos para ayudar al que necesita”. Sin dudas es la otra cara de la moneda de nuestro país, donde por lo general los hechos de corrupción y violencia acaparan los espacios informativos.
En esa amena charla que tuve con él, me dijo una frase que me conmovió. “Muchas personas dan vida a estas obras, que a través de mí sí al Señor pueden ser una realidad sanadora en medio de tanta miseria. Especialmente recuerdo con cariño al señor Horacio Cartes, a quien agradezco por su constante apoyo. Sin la misericordia de Dios y sin su compromiso con los pobres no seguiríamos en pie”.
Desde el año 1999, el P. Aldo junto a sus colaboradores,atiende numerosas obras sociales en distintas áreas: salud, educación, alimentación, atención a niñas madres desamparadas o en situación de riesgo, ancianos y enfermos terminales de cáncer y sida. A todos se les acompaña espiritual y materialmente.
Esta columna rinde hoy un homenaje en vida al querido padre Aldo Trento. Desde muy pequeño quiso servir al Señor, ingresando a los 11 años al seminario, en su país natal, Italia. Llega al Paraguay de la mano del movimiento Comunión y Liberación en el año 1989. Se enamora de la historia de Paraguay, de las Reducciones Jesuíticas y, sobre todo, de los pobres.
Las obras que de la parroquia San Rafael surgen inspiradas en las Tres Reglas del padre Aldo: Primera: “Callos en las rodillas”, de rezar y reconocer que el dolor tiene un propósito. Segundo: “Callos en la cabeza”, es decir, ver la realidad, no dejarse llevar por el pensamiento porque el deprimido no ve la realidad, sino es dominado por su pensamiento… Y tercero: “Callos en las manos”: escribir, trabajar con las manos, hacer.
Para muchos las obras que lleva adelante la Fundación San Rafael son destellos de luz en medio de las tinieblas, para otros es un techo, es comida, es la dignidad que en algún momento han perdido y por gracia de Dios lo han recuperado.