• Por Mariano Mercado

El mundo cambia vertiginosamente, saltamos de una generación a otra, una más disruptiva que la anterior, y casi sin darnos cuenta, estaremos por la cuarta o quinta revolución industrial, con un desarrollo sin precedentes en lo que a tecnología e hiperconectividad se refiere.

La crisis desatada por el coronavirus ha acelerado y transformado sistemas y actividades, a la par que toda forma de relacionarnos, comunicarnos, de trabajar y gestionar nuestra realidad. En definitiva, nuestra manera de vivir. En este paradigma, las nuevas generaciones de jóvenes tienen que adaptarse y crecer.

Ante este nuevo escenario, se necesita más que nunca, el ingenio humano, y valorar la educación, como factor determinante para el desarrollo y el progreso de una sociedad, así como la actitud y capacidad de los jóvenes para reinventarse y adaptarse con una mente abierta a los constantes y profundos cambios.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

¿Estamos preparados para afrontar el desafío? Desde pequeños nos han inculcado ciertas ideas, que han pasado de generación en generación y que hemos tomado como verdades absolutas para el rumbo de nuestras vidas, sobre todo en lo que a educación se refiere: ¡hay que estudiar para ser alguien! sin embargo, no solo se trata de estudiar.

Sin profundizar demasiado, podemos afirmar que el sistema educativo de nuestro país se halla en crisis, situándonos entre los peores del mundo. Diseñado, entre otros fines, eduque o no, para seguir reproduciendo el modelo social actual. Se convierte, por tanto, en cierta medida, en una máquina expendedora de calificaciones, certificados, diplomas o títulos, por encima de lo más importante, el conocimiento.

Existe una brecha de capacidad entre la formación existente y el mundo actual. En general debemos romper con las carencias y aspirar a un sistema educativo comprometido con los valores, un sistema motivador en su más amplio sentido, que forme jóvenes libres y autónomos, un sistema educativo que explore y desarrolle la inteligencia emocional, el pensamiento crítico y la actitud innovadora. Que fomente las relaciones multiculturales, que potencie las capacidades y habilidades, e identifique, incorpore y promueva los talentos, de tantos jóvenes ávidos de superación.

Pueden pensar que esta realidad suene a distopía, pero no, es posible lograrla dentro de un proceso lento pero gradual. Esta situación nos obliga a reformular el sistema educativo, que garantice el ejercicio de una vida plena, más feliz, en un ilimitado panorama de grandes retos y oportunidades para los jóvenes.

Sin embargo, no olvidemos que el proceso educativo se inicia en la familia. Es en el seno familiar, donde se siembran los valores, la fe, la perseverancia y la integridad. A la educación formal, académica, no debe faltar el acompañamiento de la educación familiar, ahí se sientan las bases de ciudadanos comprometidos con su país.

En palabras del pedagogo Paulo Freire: “La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiar al mundo”.

Dejanos tu comentario