DESDE LA FE

  • Por Mariano Mercado

“No sirve de nada ‘llorar la miseria del mundo’, sino que es necesario trabajar por la mitigación de la miseria en el mundo”. Estas fueron las inspiradoras palabras que el obispo de Dubrovnik, monseñor Josip Marcelic, expresó a María de Jesús Crucificado Petkovic, que la motivaron e impulsaron a andar un camino de fe.

Luego de la Primera Guerra Mundial, Europa se hallaba sumida en numerosas calamidades, el derrumbe de la economía, desgracias, abandono material y espiritual, enfermedades y extrema pobreza. Una sociedad sin esperanza.

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Esta acuciante realidad hizo eco en el corazón de María de Jesús, mujer fuerte y perseverante ante las calamidades. Empezó dirigiendo, en Blato, Croacia, una cocina popular para los más pobres, luego un orfanato, hasta que, finalmente, en el día de la Anunciación, en el año 1920, fundó la congregación Hijas de la Misericordia, de la Tercera Orden Regular de San Francisco, para la educación e instrucción de la juventud. La fundación fue gracias a las orientaciones del obispo de Dubrovnik e impulsada por su vivo deseo de ayudar a los necesitados, como devoción y testimonio profundo del amor eterno y misericordioso de Jesús Crucificado.

“No vivir solo para sí mismo, sino también para el bien del prójimo”. Fueron estas, palabras de San Francisco, el detonante para la vida apostólica de la congregación.

Y esa vocación de servicio hacia los más pobres, marginados y despreciados, provocaba en ella una inconmensurable alegría, porque en ellos veía el rostro de Jesús, el amor fue aumentando y este se convirtió en su norte, exhortando a todas sus hermanas a ser ejemplo de conducta y sacrificio, como un acto de bondad y amor. Abordó una misión que la llevó a expandirse y asentarse en distintas partes del mundo, en 1936 sus primeras hermanas llegan a la Argentina y más tarde en el año 1941 llegan al Paraguay.

La vehemencia de la historia y sus cicatrices se ven reflejadas en un mundo pluricultural lleno de luces y sombras. Golpea ver una exacerbada glorificación al consumo y posesión material, donde conviven los sentimientos y deseos más oscuros del corazón. Ante esta realidad con que convivimos frente a frente, surge la pureza sublime del amor, del perdón y la misericordia, a través de la entrega y del servicio de las hermanas de esta congregación.

En palabras de la ahora beata María de Jesús Crucificado Petkovic se escuchaba: “Dios no nos ha creado para vivir retiradas en una cueva, y si hemos renunciado al mundo, es para trabajar por su salvación, levantarlo de sus miserias y ayudarlo en sus padecimientos. Preocúpense por los niños abandonados, por los ancianos y dense totalmente a las obras de misericordia, ya que se llaman Hijas de la Misericordia”.

Ser luz y dar luz es una tarea llena de retos y vicisitudes. Ante semejante realidad, que hoy, al igual que hace 100 años, se enraíza en el mundo, la misión de la congregación es rescatar lo bueno de cada ser humano y revalorizarlo a través de las obras de caridad. La persona que experimenta la misericordia no se sentirá humillada, sino como rescatada de nuevo y revalorizada en su dignidad de criatura de Dios. A sus hijas espirituales recomienda que sean madres de la humanidad sufriente, que tengan entrañas de misericordia, practicando no sólo la misericordia corporal, sino también la espiritual.

Hoy nuestro homenaje a las Hijas de la Misericordia, por los 80 años de presencia en Paraguay. Que el Señor bendiga sus obras y sobre todo siga regalando santas vocaciones para extender su misericordia.

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