DESDE LA FE

  • Por Graciela Barreto Castro*

El sufrimiento social generado por el alcoholismo y las otras drogas aumentó el llamado desgarrador de las familias de una intervención oportuna para el tratamiento de la enfermedad, que se cree saber mucho, por las consecuencias nefastas que la sustancia provoca sobre el equilibrio psíquico, sobre la vida familiar y sobre la vida personal y social de los niños, lamentable experiencia de las estadísticas de Paraguay y de los jóvenes que la utilizan, pero se sabe muy poco de las múltiples discapacidades en la existencia que va arrastrando a su paso.

Los principios del tratamiento recomiendan que las respuestas eficaces deben estar cercanas a la demanda. Es decir, acudir a lo más cercano y ser oportuno en las intervenciones para este trastorno por uso de sustancia, ya sea para la prevención, el tratamiento o la rehabilitación.

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En este escenario es que la problemática ha llevado a las parroquias y algunas congregaciones religiosas católicas a la apertura de una línea pastoral del servicio a los sufrientes impactados por las drogas.

Es sabido que el consumo de drogas modifica el funcionamiento de la persona y desarrolla una serie de actitudes negativas, que limitan las relaciones y reducen en gran medida la libertad interior, a veces hasta anularla completamente a la par de que engendra una ceguera en los que los usuarios no logran sustraerse a su consumo, sea cual sea la droga consumida, desde el abuso con la bebida alcohólica, el tabaco, cannabis no medicinal, el crack o cuando piden a los médicos que les receten una droga capaz de aliviar las dificultades de su existencia y atenuar el sufrimiento, generando una ceguera mayor. Todo esto pasa a la par de que se quiere reivindicar la liberalización de las drogas en una perspectiva política, muy lejos de respuestas de salud.

Las personas usuarias de drogas adultas, generalmente un poco más lúcidas, no dudan en lanzar un llamamiento desde el fondo mismo de su dependencia: “Digan sobre todo a los jóvenes que no usen nunca estos productos, que tengan el valor de rechazarlos, que encuentren jóvenes y adultos que les ayuden a vivir y a resolver sus problemas, en vez de recurrir a la droga” (Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud).

Por otra parte, localmente se cuenta con el Documento de los Obispos del Paraguay sobre la problemática de las drogas denominada “Que brille la luz”, en su momento coordinada su elaboración por monseñor Claudio Giménez, allá por el año 1993, firmada un 12 de junio. Si hoy lo leyéramos es como profético ya que desde la introducción mismo del documento es una alerta constante sobre la situación diciendo. “El narcotráfico y la drogadicción son males que preocupan muy seriamente a la Iglesia y a nuestra sociedad, tratándose de un problema grave, que ha crecido aceleradamente, creando una red que abarca diversos niveles de nuestra población”.

Muchos han sido los esfuerzos por instalar esa respuesta oportuna en el tema de reducción de la demanda de uso de alcohol y otras drogas. Así, una de las primeras organizaciones fue impulsada por el modelo de autoayuda liderada por la hermana Regina Sian (MIC), instalando los grupos de Alcohólicos Anónimos AA y Narcóticos Anónimos NA, como también los grupos de autoayuda para las familias en los salones parroquiales a nivel nacional. Un gran esfuerzo de servicio con altos beneficios para los que siguen esa línea de lucha contra una enfermedad agresivamente crónica y de múltiples recaídas. La Iglesia necesita seguir fortaleciendo su tarea pastoral ante esta dura realidad.

*Especialista en prevención y tratamiento de las adicciones.

Asesora de grupos del Pastoral de Prevención y Tratamiento de Adicciones.

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