- Por Mariano Mercado
Todo fue creado por Él y para Él. Es el principio y el fin. El amor de Dios llega a nosotros a través de Cristo y por Él se llega al Padre. Jesucristo es el puente, el camino, la verdad y la vida. “Y quiso el Padre que en Él habitase toda la plenitud y por Él reconciliar consigo todas las cosas, pacificando con la sangre de su cruz, tanto las cosas de la tierra como las del cielo” Colosenses 1,20.
Recordando la columna del domingo anterior, no podemos olvidar que llegamos al domingo de Resurrección luego de unos días muy difíciles para Jesús. Momentos de sufrimiento, humillación, fue coronado de espinas como burla de quienes querían su muerte. El padecimiento de Jesús es un claro ejemplo que en la vida a veces encontramos gente que nos apoya, nos aplaude, pero en momentos de crisis y dificultades, todos, o casi todos huyen, no encontramos a nadie, o solo a unos pocos, como María y Juan al pie de la cruz.
A veces la vida nos presenta otras situaciones y desempeñamos el papel de Pedro, negamos a Jesús, cuando pecamos, hacemos daño o dejamos de hacer algún bien por los demás, nos cruzamos de brazos, quedamos dormidos ante una necesidad del prójimo, el pecado de omisión, que pocas veces se tiene en cuenta.
Hoy, arrepentidos y renovados, celebramos la Pascua, porque después de tres días, ¡llegó el milagro!, cumplió su promesa, Jesús ha resucitado. Sin lugar a dudas, este acontecimiento es el sello, la marca y el centro de la fe cristiana, el signo clave de la esperanza de una vida nueva para todos los que creen en Él. Es el “paso de la esclavitud, a la libertad”.
No es fácil hablar de la resurrección de Jesús porque va más allá del paso de la muerte a la vida. ¿Cuál es su significado? La resurrección, un hecho muy profundo, es el llamado directo de Dios a una vida de fe consciente, llena de luz y de verdad. La muerte no es el fin, no tiene la última palabra y estamos invitados a “creer”, permanecer en Él, para gozar después de la vida eterna. Resurrección es levantarnos de nuevo.
Jesús se nos muestra a diario, y está en nosotros reconocerlo aceptando sin reparos la misión que nos encomienda. Decir “sí” no es un proceso fácil, es fruto de una transformación, una cristificación constante, es morir día a día a lo que somos, para nacer de nuevo a la vida verdadera, la espiritual.
Por ese sacrificio del cordero el día de Pascua, Dios nos regaló un sacramento, quizás el más importante de todos, asombroso y admirable por su misterio, para que podamos estar en comunión con Él: la Eucaristía, donde Jesucristo está presente en cuerpo, alma y divinidad, fruto de su amor infinito por nosotros. La consagración y conversión del pan y el vino, en su cuerpo y su sangre, nos invita a ser fiel testimonio del amor misericordioso de Dios. Se hace pan para alimentarnos y perpetuar su presencia entre nosotros. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre”, Juan 6,51.
Celebremos alegres, renovando nuestra fe en Cristo resucitado, con la disposición para recibir la fuerza del espíritu que nos transforme, sobre todo en este tiempo de pruebas, y nos lleve a ser testimonio de vida cristiana. Jesús cumplió su promesa, resucitó, nos da la confianza que seguirá cumpliendo con sus demás promesas como: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin de la historia” Mateo 28,20. Solo basta CREER para ver la gloria de Dios.
¡Felices Pascuas!