DESDE LA FE

  • POR LIC. MARIANO MERCADO ROTELA

Grandes poetas, sabios y artistas a través de los siglos, han transcendido descri­biendo el amor con gran­des obras literarias. Pero el amor, como tal, escapa a la palabra, al grafo y por supuesto a la razón. ¿Quién puede definir el amor? Eti­mológicamente, amor se compone del prefijo a- y la palabra en latín -mors (cuyo significado es muerte). Por lo tanto el amor es lo contrario a la muerte, es vida.

Y es que el amor en sí mismo, si lo definimos teológica y bíblicamente, no es algo, es alguien. “Hermanos que­ridos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. 1 Jn 4,7-8. Es el principio y el fin, reside en lo más profundo de nuestra conciencia, de nuestro ser. Fuimos creados por amor y para el amor, es un don, en su más amplia concepción.

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Jesús, en uno de los más grandes actos de amor, entregó su vida, se sacrificó por nosotros, dejándonos un valioso testimonio que nos relata el evangelio de Juan, 13,34: “Les doy un manda­miento nuevo; Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros”. ¿Podemos dimensionar la fuente de semejantes pala­bras? Solo quien se deja guiar por el Espíritu de Dios sabrá amar como Jesús nos amó, es decir, hasta el extremo, sin reservas, sin descanso, hasta dar la vida por el bien de los demás.

Generalmente el amor se asocia al vínculo de una persona hacia otro ser vivo y con mayor frecuencia a la relación de pareja. Pero, el ejercicio del amor puro e incondicional, que deviene de Dios, nace y se vivencia ya en la familia, que inde­fectiblemente debería cons­tituirse como fruto del amor y la elección libre del varón y la mujer, que deciden unir sus vidas en santo matrimo­nio. Esta es la comunidad pri­mera, la unión vital, donde se profundizan los sentidos y la dinámica entre esposos, padres e hijos, hermanos, nietos y abuelos, etc. Donde se aprende a compartir, a dar y a celebrar el amor, con respeto, con valoración, con compresión y afecto sincero.

En el contexto de la celebración del Día de los Enamo­rados, debemos afirmar que desafortunadamente en la vida moderna el concepto del amor es sustituido y reducido al materialismo, los intereses y las fantasías. A veces ese “amor” se vuelve tóxico, abu­sivo, maniático y hasta obse­sivo, generando consecuen­cias contrarias al amor, como la destrucción del hogar, la desarticulación de la familia, divisiones. ¡Cuántas barba­ridades se han cometido en nombre del amor!

Es probable que la pareja o matrimonio perfecto no exista, pero cuando el varón y la mujer se unen y practican la comunión, dos seres que verdaderamente saben amar, ocurre una conjunción, donde se profundiza el amor puro, que permite el crecimiento, dinamismo, creatividad y la santidad en la relación. Para llegar a eso, resulta esencial, el compromiso y la decisión firme de amar, de reconocer las virtudes y defectos de la pareja. Asumir juntos una vida en común, como parte de un mismo ser. “De manera que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios unió que no lo separe el hom­bre”. Mt 19,6.

Recordando la 1ra carta de San Pablo a los Corintios, capítulo 13, podemos afir­mar que “El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos. No se alegra de lo injusto, sino que goza en la verdad. Perdura a pesar de todo. Lo espera todo, lo cree todo. El amor nunca pasará”. Dios es amor y se entrega al que se deja amar. Si todos viviésemos amando y perdonando, rei­naría la verdadera libertad, la paz y la armonía. Tenemos una gran misión: aprender a amar, porque el mundo nece­sita de amor. ­

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