DESDE LA FE
Por Esteban Kriskovich, doctor en Ciencias Jurídicas. Ex embajador de Paraguay ante la Santa Sede. Experto en ética social, bioética, derecho.
El gran Papa del milenio, San Juan Pablo II, en su Encíclica Cristhifidelis Laici, expresó lo siguiente: “Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable” (n.3).
“Los fieles cristianos, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia, por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana” (n. 9). El rol de los fieles laicos en la política es mostrar el camino de la verdad en momentos históricos de arduos desafíos y graves responsabilidades (*).
El cristiano no lucha sólo para sí, sino para el bien, la libertad, la justicia y la dignidad de todos. El cristiano no huye del poder, sino que quiere utilizar ese poder para el bien de todos, para la construcción de una sociedad con desarrollo auténticamente humano. Los cristianos en el mundo de la política, estamos siempre “Entre las vicisitudes y persecuciones del mundo y los consuelos de Dios” (San Agustin, De civitate Dei, XVIII, 51)
Pero también con la exigencia y el compromiso de que con sabiduría y congruencia, no tener posturas tibias, cobardes, por ejemplo en materia de defensa de la vida humana, conductas que por su gravedad, incluso son sancionadas en la Iglesia Católica con excomunión automática sin necesidad de sentencia eclesial (excomunión latae sententiae).
No se puede tener en este tiempo vacilaciones, cobardías, tibiezas, hipocresías. Con la certeza de que también en el juicio final nos pedirán cuenta de nuestras acciones y omisiones en el campo político.
Como nos ha dicho Juan Pablo II en Paraguay: “la dimensión moral es una realidad presente en toda actividad humana, ya sea en la esfera individual, ya sea a nivel comunitario: en el campo de la economía, de la política, de las relaciones sociales. Por ello, el mensaje evangélico ha de proyectarse sobre estas realidades para iluminarlas, contribuyendo a la mejor solución de los problemas y a conseguir los objetivos que favorecen el bien común. Todo creyente, si es consecuente con su compromiso cristiano, será también un decidido defensor de la justicia y de la paz, de la libertad y de la honradez en el ámbito público y privado, de la defensa de la vida y en favor de los derechos de la persona humana.
La evangelización, tarea de la Iglesia en todos los tiempos y por toda la tierra, repercute necesariamente en la vida de la sociedad humana. No se puede arrinconar a la Iglesia en sus templos, como no se puede arrinconar a Dios en la conciencia de los hombres. Todo cristiano, como corresponsable de la misión de Cristo y como miembro de la Iglesia, debe hacer todo lo posible por afirmar y defender la dignidad de sus hermanos los hombres, con todas las consecuencias espirituales y materiales de esa dignidad en la vida de cada persona y de toda la sociedad. Esto es lo que le hará acreedor del premio o del castigo eterno” (cf. Mt 25, 31-46) (Juan Pablo II en Paraguay, Palacio de Gobierno, 16/05/1988, n.2).
Debemos reflexionar en nuestro tiempo sobre todo esto, ante los desafíos políticos futuros, y ante la situación de la política actual a nivel nacional e internacional. Reflexionar y actuar.
Como decía San Pablo: “El mundo entero espera impaciente la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos, 8,19)
(*) Juan Pablo II, Carta apostólica Tomás Moro patrono de los políticos y gobernantes, N° 4.