El 8 de diciembre, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Debido a la pandemia que padece nuestro país y el mundo, este año la celebración religiosa fue diferente a años anteriores, Monseñor Francisco Javier Pistilli Scorzara, obispo de la Diócesis de la Santísima Encarnación, presidió ayer la homilía central en el Santuario de la Virgen de Itacuá. La celebración se realizó a puertas cerradas, con limitada participación y dentro del estricto respeto al protocolo sanitario exigido por el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social.

“La solemnidad que celebramos es parte del misterio cristiano. El contenido de este dogma de nuestra fe, explica quiénes somos, quiénes estamos llamados a ser, quién es Dios con nosotros y a qué nos llama. La Inmaculada Concepción de María es un don que Dios concede a María, uniéndola con Cristo, para restablecer ya en Ella, como anticipo, lo que Jesús vino a realizar para todos: acabar con el mal y abrazar a la humanidad en su fragilidad, haciéndose Él mismo frágil, vulnerable, pero fuerte para derrotar a la muerte y al pecado. Cristo es el primero, y junto a Él, María, expresando que en esa unión inicia el tiempo de la plenitud, abierto a todos”, dijo el obispo.

Agrega que María nos ofrece a los cristianos católicos el alimento verdadero, ya no el fruto prohibido dado con mentiras. Sino el pan vivo, el alimento vivo, la Palabra hecha carne que no miente, porque se da a sí misma. “En el año de la Eucaristía que iniciamos, queremos dar una vez más el paso de buscar el alimento que sí nos hace mejores, no superiores a otros. Este alimento nos une en comunión como lo que somos: Familia de Dios, hermanos todos, rezaba parte de la homilía del día de la Virgen.

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El covid-19 es una de las experiencias del mal que debemos pisar juntos, uniéndonos con Dios y como hermanos. Nuestro combate con el mal se da afuera, en las condiciones adversas de la vida y de todas las dimensiones de la vida económica, social, política, ideológica. “María Inmaculada, es una mujer nueva, la mejor mujer, vestida por la gracia de Dios, cubierta en su desnudez por el Espíritu que la hace Madre, y la hace fuerte en su dolor. Es a Ella a quién acudimos los creyentes, cada día y todos los años. Este año sin peregrinación física, pero el corazón está que no para de caminar. Porque necesita volver a sentir a su Madre, volver a encontrar refugio en su desvalimiento, recuperar dignidad y alejar la vergüenza de su desnudez”.

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