En nuestro país se han registrado hasta la fecha, diez falleci­mientos debido al corona­virus y se sabe de 759 con­tagiados. No todos cumplen las indicaciones de “quedarse en casa” ni se someten al ais­lamiento y al uso de masca­rillas y guantes cuando salen a la calle. Lo notable es que cuando suceden estos hechos, las consideremos todavía una novedad. Porque si los para­guayos ignoramos los detalles de la misma historia nacio­nal, tampoco recordamos desde luego nada en el pasado semejante a lo actual. Y sin embargo, hemos tenido epi­demias, guerras y “revolucio­nes”, incendios y accidentes que ocasionaron la muerte de miles de compatriotas, en dis­tintas épocas. Y si les prestá­ramos alguna atención, segu­ramente que los males de hoy serían enfrentados con mayor solvencia en vez de esperar -simplemente- que el virus desparezca.

500.000 MUERTOS

En los últimos 125 años (con­tados desde el inicio de la “gue­rra grande” hasta el derro­camiento del Sr. Stroessner), tuvimos dos guerras inter­nacionales que nos dejaron cerca de 450.000 muertos y otros más de 30.000 aporta­dos por nuestras “revolucio­nes”: golpes de estado, aso­nadas o cuartelazos, desde la sanción de la Constitución de 1870 hasta que accedimos a la democracia. Además de las epidemias que nos casti­garon con otra cifra impre­cisa de fallecidos (aunque se estiman en millares), provo­cadas por el cólera, la fiebre amarilla, la peste bubónica, el tifus, gripes de distintas pro­cedencias, HIV hasta -maso­menos- ayer. Ocasionando entre todas un número de víctimas que podrían estar cerca de los 50.000 muertos. Y ni hablar de otras “pestes”, traducidas en malos gobier­nos y sus desastrosas conse­cuencias: exilios, muertos y desaparecidos, miseria, san­gre y luto. Hechos registrados en el mismo tiempo mencio­nado y suponiendo que ahora, ya todo está en orden y en paz.

EL PARAGUAY CONDENADO AL “SILENCIO PERPETUO”

No tendríamos que remon­tarnos hasta los inicios para saber de nuestras muchas desgracias. Podríamos empe­zar con lo sucedido hacia fina­les de Marzo de 1735, cuando Bruno Mauricio de Zavala, gobernador de Buenos Aires, ingresaba triunfante a Asun­ción tras la batalla de Tavapy en la que desarticuló la revo­lución Comunera. Fue enton­ces que decidió “pacificar la provincia” persiguiendo a todos los que habían formado parte de la rebelión, con una represión tenaz y cruel que incluyó ejecuciones suma­rias, desterrados por doce­nas y exilios perpetuos para los líderes más activos del levantamiento, hacia leja­nas tierras del sur de Chile. Mientras que los sindicados de haber matado a autorida­des del gobierno fueron col­gados, descuartizados y sus partes arrojadas en distintos y alejados puntos del territo­rio. Finalmente, Zavala con­denó a la población del Para­guay al “… perpetuo silencio de lo acaecido" y mandaba que "...ninguna persona, de cual­quier sexo o edad, de hoy en adelante, sea osado hablar o tratar sobre las cosas que han pasado en esta Provincia...".

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CON EL DICTADOR FRANCIA: AISLAMIENTO SIN CORONAVIRUS

Durante gran parte de la dictadura del Dr. José Gas­par Rodríguez de Francia, el Paraguay vivió bloqueado por dentro y por fuera. Nadie podía salir ni entrar al país, aunque a lo largo de su gobierno no hubo men­digos, el pueblo no conoció el hambre y la vagancia era castigada con azotes y cár­cel. Y a pesar de la “crueldad” adjudicada al Supremo por sus enemigos, se sabe que los peores momentos de la represión durante su largo gobierno, alcanzó a “sola­mente” 68 fusilados cuando se descubrió un complot contra su vida.

BLOQUEO A PARTIR DE 1865

Antes de firmarse el Tra­tado Secreto para la Triple Alianza, el Paraguay fue com­pletamente bloqueado. Desde febrero de 1865, ninguna de las mercaderías, armas o uniformes adquiridos por el Estado paraguayo en Europa, pudieron ya cruzar las barre­ras aduaneras y militares del Plata. Aún con esta dificultad y ante la necesidad de paliar la aguda escasez de todo durante toda la contienda, el gobierno, sus técnicos, mili­tares y la disciplinada colabo­ración del pueblo, se esmera­ron para que nada faltara. La pólvora llegó a extraerse del salitre “... de la sal de la orina del personal de la tropa que orinaba en grandes tachos que permanecían al sol para que evaporara el líquido”. Las municiones para los cañones y fusiles eran fabricados con los restos de herramientas, ollas y armas destruidas.

Nuevos elementos de gue­rra fueron fabricados a par­tir de vapores ya inservibles convertidos en metal fun­dido. Y hasta las campanas de las iglesias sirvieron para la construcción de los únicos cañones de ánima rayada que tuvo el Paraguay. Se cons­truyeron puentes portátiles y nuevos aparatos telegráfi­cos. Saturio Ríos inventó uno “...sencillísimo, mediante el cual podían recibirse los des­pachos a oído, sin emplear la cinta de papel”. Cuando fue­ron hundidas las cadenas que cerraban el río a la altura de Humaitá, se construyeron otras de madera. Pues estas flotaban a diferencia de las de hierro que necesitaban canoas o boyas para sostenerse.

En agosto de 1867 y en medio de absolutas carencias, la población iniciaba la produc­ción masiva de la milenaria industria nativa basada en fibras del cocotero y del cara­guata; así como experimen­tar con nuevos tintes para los tejidos. Por la escasez de papel, los documentos fueron reducidos de tamaño y los ofi­ciales recibieron órdenes de llenarlos “con letra menuda” para mayor rendimiento del material. La tinta -también agotada- se obtenía de las cenizas ”de una haba negra abundante en el Chaco, de rápido secado”.

Con el Paraguay “preso en casa” y aislado del mundo, la tecnología de la crisis aplicada por mentes escla­recidas y patriotas, atenuó las carencias.

“¡Salgan todos! … ¡que nadie quede en casa”!

El 21 de febrero de 1868, los asuncenos afrontaban una situación completamente opuesta a la de los días que corren. Porque en vez del “quédate en casa”, la orden terminante difundida en el medio día de aquella fecha, era que todos abandonasen Asunción cargando lo que pudieran. La disposición debía ser cumplida en forma perentoria pues si alguien fuera encontrado en el recinto urbano después de cumplido el plazo para el desalojo, debía ser fusilado en el acto.

La ciudad quedó completa­mente vacía en 48 horas. Cerca de 30.000 personas, la mayo­ría de ellas, mujeres, ancia­nos y niños con los bártulos que podían cargar, se trasla­daron hasta Luque, la nueva capital. La guerra alcanzaba finalmente a toda la pobla­ción mientras la contienda se desarrollaba en los esteros del Ñe’embucu, a unos 360 kiló­metros al sur de Asunción,

GUERRA DEL CHACO

Para el enfrentamiento con Bolivia (1932/1935), nuestro país estuvo mejor preparado, pero nada de lo que tuviera pudo superar al intenso amor a la patria que impulsó a toda la población a cooperar con la “causa nacional”. Los jóve­nes acudían masivamente a los centros de reclutamiento y en todas las escuelas de la República, las huertas esco­lares colaboraban en la pro­visión de alimentos para los combatientes. Las batallas se libraron en el Chaco, pero todo el pueblo vibró en la reta­guardia, las penurias de sus soldados en el frente.

ANTES Y AHORA

No es posible saber si ante todas las dificultades del pasado, nos habíamos impuesto el propósito de que “todo va a cambiar”, como parece ser la intención que ahora se manifiesta. Porque si lo hicimos, no nos empeñamos demasiado o fracasamos rotundamente en el intento. Podríamos deducir por lo tanto, que nada va a cambiar si apelamos a la memoria de lo ya experimentado.

Porque a pesar de los valores francamente alentadores que nos regala la pandemia. A pesar del peligro aún latente y del esfuerzo que supone para todos, gobierno y población, aceptar y cumplir las medi­das impuestas, la gente cele­bra bodas, festeja cumplea­ños o sale -simplemente- a pasear. Se trata de personas instruidas, con comodidades y recursos superiores a la que tiene por casa, nada más que un “mono ambiente” de hule y cartón para sobrellevar el aislamiento. Los primeros ni siquiera asumen la res­ponsabilidad de dar el ejem­plo. O tal vez ignoran toda­vía que el coronavirus tiene un raro mecanismo de selec­ción: ataca a los imprudentes, a los que no dimensionan la peligrosidad de sus efectos. Y que a través de estos y la falta de cuidados puede dis­tribuirse toda la sociedad, con las consecuencias leta­les que tememos.

¿Combatir el virus de la corrupción?

También se ha denunciado las acometidas de la vieja “clase ventajista” que ace­cha el costado más vulnera­ble del estado: la impunidad. Un virus hasta hoy no com­batido como se debiera y sin vacunas para erradicarlo. En todo caso y para no colmar la irritación de la gente, nin­guna autoridad debe decla­mar lo que no hace. Porque si estamos en aislamiento y cuarentena -y sobre todo inteligente- si cualquiera viola las indicaciones y se sospecha, “mete la mano en la lata”, debe ser suspendido, detenido, investigado y cas­tigado ejemplarmente… en ese orden. Porque cuando el Sr. Presidente y sus ministros dicen que respaldarán a sus funcionarios si no hay prue­bas en contra, es que todo seguirá igual. Pues nadie debiera ignorar que cuando a alguna/o es “beneficiado/a” con un soborno indebido, el coautor del delito no le va a exigir la prueba de una fac­tura legal.

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