Hace 2.000 años, en el sepulcro de Jerusalén, en aquella primera noche de resurrección, reinó el mismo silencio y la ausencia de público que se vio ayer en todas las iglesias del país y del mundo entero a raíz de la expansión del coronavirus.
El anuncio de la resurrección de Cristo se dio con iglesias vacías y con lo esencial para el desarrollo de la ceremonia, pero esta vez con el acompañamiento de equipos tecnológicos instalados en el interior de estos templos y que cumplían la misión de retransmitir el mensaje.
Desde la basílica menor de Caacupé, monseñor Ricardo Valenzuela instó a los católicos a pedir la intercesión de María Santísima por la paz en nuestros días; en su homilía dijo que está convencido de que “el Paraguay va a resucitar como un nuevo país de todo esto”, y que “hay esperanzas de vivir días mejores”.
En la Catedral de Asunción, el arzobispo Edmundo Valenzuela señaló que la pandemia “nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia. Ha bastado un elemento informe de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos”.
La ocasión también fue propicia para recordar a los sacerdotes que perdieron la vida ejerciendo su ministerio, acompañando a los enfermos del COVID-19. Todo esto es apenas una expresión de solidaridad que no proviene solo de las fuerzas del hombre, sino que es fruto de la resurrección de Jesús que ha hecho que dejáramos de ser extraños y nos volvamos hermanos.