Por Andrés Barrios, andres.barrios@gruponacion.com.py

Cordillera es uno de los departamentos más elevados del país, pero también una de las regiones con más cantidad de cuencas hídricas. Cauces como el Manduvirã, Yhaguy, Piribebuy o Yhu recorren y embellecen gran parte de su geografía, pero en épocas de lluvia provocan atípicas crecidas. La Nación recorrió el noroeste de este departamento para conocer cómo sobreviven centenares de compatriotas que no reciben asistencia del Gobierno ni de las autoridades departamentales y comunales por las inusuales crecidas.

Numerosos pescadores se ubican al costado de la Ruta 3, General Elizardo Aquino, a la altura de la ciudad de Arroyos y Esteros, donde viven en precarias casas construidas con carpas. Las aguas también atacan a localidades como Emboscada, Juan de Mena y Tobatí.

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NULA ASISTENCIA

Juan Rojas, uno de los pescadores, vive en una precaria carpa, donde tiene un colchón y sus ropas, también una pequeña cocina y una conservadora de isopor que le sirve como mesa.

“La crecida nunca pasó la ruta, pero no recuerdo una inundación como esta. Los estancieros llevan sus animales a zonas altas, no hay caso. Está difícil la situación, pero no tenemos otra opción que pelear por nosotros mismos”, dice Juan y se dispone a limpiar el pescado para el menú del día. El agua no se compadece y cuesta conseguir leña, por lo que hay que saber administrar lo poco que se tiene.

La mayoría de los pobladores de Arroyos y Esteros se dedica a la pesca y a la producción de caña dulce, pero la zafra normalmente dura pocos meses y el resto del año deben buscar otro ingreso. Este año, el cultivo también se vio afectado por la crecida, sumiéndolos en una importante crisis.

Hasta el momento, señalan que no recibieron ninguna asistencia de la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN).

Otro afectado es Florentín Caballero, quien hace meses vive con su pareja, Teodolina Amarilla, bajo una carpa. En el lugar, tienen dos perros, dos cerdos y gallinas. Cuando no hay venta de pescado, son buenas alternativas para generar dinero o hacer pasar el hambre.

Florentín tiene dos hijos con su anterior pareja y con lo poco que genera con la pesca debe ayudarlos a solventar sus gastos. Mientras habla, Teodolina se queja de dolor de estómago. Está así hace días porque no tiene recursos para ir hasta un centro asistencial, considerando que debe pagar transporte, consulta y medicamentos.

“Hace tres meses más o menos que vino la crecida. En temas de asistencia no recibimos nada. Nadie nos hace caso. Procuramos para sobrevivir”, cuenta Florentín mientras se detiene un auto en busca de pescado. Esta pareja sobrevive como puede, y así como Juan, tampoco recibió asistencia alguna.

SIN AGUA POTABLE NI LUZ

Los capataces de las estancias deben autorizar para pescar en los ríos que cruzan los inmuebles que cuidan. No tienen luz ni agua potable. El líquido vital que consumen es del esteral, de los arroyos o ríos. Las ropas se lavan en los humedales.

Los damnificados, además de sobrevivir con lo poco que tienen, también tienen que lidiar con la presencia de todo tipo de alimañas. Las aguas no perdonan, ni a los pobladores, ni al ecosistema.

Damián Cardozo, otro afectado, vive solo y debajo de una precaria carpa. Se dedica a la pesca hace 16 años. Si bien es oriundo de Tobatí, vive en Arroyos y Esteros desde los 6 años. “Vivo como puedo, dentro de todo no me puedo quejar. Voy de pesca y lo que saco vendo para hacer dinero. A veces no hay nada, pero se sobrevive como se puede. Algunos amigos suelen venir y preparamos para el almuerzo. No es fácil, pero es la realidad que nos toca. No recibimos ayuda de nadie y por nuestra cuenta tratamos de ir para adelante”, relata mientras se dispone a echar más leña al fuego para combatir el frío.

Cuando la pesca es improductiva, las gallinas y los cerdos sirven para generar dinero o la comida del día. Muchos consideran que esta es la peor inundación después de 1983, cuando las aguas desbordaron todo y se llevaron hasta los sueños y esperanzas.

A LA ESCUELA EN BOTE

En Itá Piru, compañía de Arroyos y Esteros, algunos estudiantes deben ir en bote a la escuela, no hay otra forma. Si bien son muchos los damnificados en esta zona, y requieren de asistencia, no recibieron ninguna a pesar de estar a escasos 67 kilómetros de la capital del país.

Las aguas no perdonan, ni a los pobladores, ni al ecosistema.
Los capataces deben autorizar la pesca en las aguas que cruzan los inmuebles que cuidan.
Damián Cardozo vive en precarias condiciones al costado de la ruta.

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