- POR CAROLINA VANNI carolina.vanni@gruponacion.com.py
- POR ALDO BENÍTEZ aldo.benítez@gruponacion.com.py
En el departamento de Caazapá, donde cerca del 18% de la tierra es utilizado para la plantación de soja, la vida de una parte importante de sus habitantes transcurre entre la pobreza, el hambre y el abandono estatal. Un equipo de La Nación recorrió algunas de las comunidades indígenas y campesinas de este departamento que, sin embargo, es dueño de una enorme riqueza natural.
Es cerca del mediodía de un caluroso martes de febrero y el equipo periodístico de La Nación está camino a Abaí, una localidad distante a 10 kilómetros de San Juan Nepomuceno, la capital departamental de Caazapá, considerado uno de los departamentos más pobres del país.
En el trayecto a Abaí, cerca de la zona de Cerrito, una comunidad indígena donde viven 45 familias, rápidamente el rótulo de ser la región con más pobreza en el país se hace notar. Al costado del caliente asfalto, en medio de pastizales, salen al paso del móvil periodístico niños indígenas, descalzos, algunos hasta desnudos, extendiendo las manitas y preguntando: “¿Ereko ja’u va’erã?” (¿Tenés algo para comer?).
Los niños tienen sus rostros sucios, mezcla del jugo de chirimoya y el polvo. Como en otras ocasiones, esta fruta –que ni siquiera estaba bien madura– era lo único que tenían para engañar al estómago.
La situación marca una perfecta paradoja. Estos niños indígenas que salen a pedir algo de comer viven rodeados de un mar de soja, producto estrella de exportación. Paraguay es hoy uno de los principales exportadores del mundo de este y otros granos. Sin embargo, entre las miles de hectáreas de siembra, cordones de pobreza van ganando cada vez más habitantes.
MISERIA Y HAMBRE
Esta no es la única comunidad donde hay necesidades extremas y donde el derecho básico a la alimentación está en juego. Los que viven en Takuarusu I (30 familias), del distrito de Abaí, también pasan penurias para conseguir comida, al igual que varios pobladores del asentamiento Mandu’arã I (25 familias) de la colonia Tapyta, distrito de San Juan Nepomuceno.
“No es fácil, pero nos rebuscamos para comer. A veces vamos a pescar o buscamos frutas, miel. Aunque hay familias que sí pasan hambre”, dijo Deisy Paola Rolón, pobladora de la comunidad Mandu’arã I.
Tanto los indígenas como los campesinos de la zona se volvieron invisibles porque, además de padecer la incertidumbre de no saber si habrá comida para el día, no tienen servicios básicos. La situación es mucho más penosa cuando el clima los castiga con la sequía, en especial cuando los yvu (manantiales) y arroyos que están cerca de sus comunidades se secan y deben caminar kilómetros para conseguir un poco de agua para beber y lavar.
Aunque no todos admiten que pasan hambre, el fogón de las casas no se prende todos los días, prueba de ello es que las cenizas de una cocina que visitamos al mediodía estaban frías y el carbón apagado. “Nuestra comida es poroto, choclo. Si nos alcanza el dinero, comemos carne. Mi hijo va a pescar, así logramos comer cada día”, dijo doña Teodora López, de 70 años, que vive en el asentamiento Mandu’arã I.
La situación de extrema necesidad lleva a muchos a abandonar sus comunidades, ya sean campesinas o indígenas, y a rebuscarse en las grandes ciudades donde engrosan el cinturón de pobreza en los bañados o zonas periféricas.
DESNUTRICIÓN
El departamento de Caazapá tiene 9.496 km2, de los cuales el 18% está cubierto de plantaciones de soja. Es uno de los departamentos más pobres del país y también donde los casos de desnutrición, bajo peso y la mal nutrición resultan problemas comunes para los médicos y enfermeros de los centros asistenciales.
“No es un caso aislado”, aseguró el doctor Ronald Brítoz, director del Hospital Distrital de San Juan Nepomuceno, al hacer referencia a los dos casos de niñas con severa desnutrición que llegaron hasta el centro asistencial a su cargo semanas atrás. “Es un problema que nos atañe a todos. Es un problema que se viene arrastrando desde hace un tiempo”, dijo al explicar que la situación con los indígenas se dificulta debido a la barrera cultural y económica.
Por su parte, la licenciada Maura Zena, jefa de enfermería del mismo hospital, indicó que con los indígenas “sabemos que están siempre en riesgo de desnutrición”, por lo que una de las primeras medidas adoptadas cuando surgen estos casos es contactar con los representantes de la Codeni de donde proviene el menor, de modo a arbitrar los mecanismos que permitan hacer un seguimiento y sobre todo lograr la recuperación del afectado.
“Para nosotros es común recibir denuncias de niños desnutridos. Pero no solo se da en comunidades campesinas, sino también en el casco urbano y en los asentamientos. Trabajamos en forma conjunta con los entes encargados de niñez y mujer”, dijo Liz Silvero, encargada de la Codeni y Secretaría de la Mujer de San Juan Nepomuceno.
Solo en esta localidad todos los meses se recibe un promedio de 10 denuncias de menores con bajo peso, de los cuales 7 provienen de las comunidades indígenas. A este lugar también llegan pedidos de ayuda para comprar medicamentos, alimentos o para estudios solicitados por los médicos que no se hacen en el hospital distrital.
La doctora Martha Cardoza, encargada de la USF de Tupã Renda, distrito de Abaí, explicó que trabaja con 6 comunidades indígenas y aseguró que en asentamientos nativos de la parcialidad mbya guaraní resulta común que los niños, incluso adultos, tengan bajo peso y talla. La diferencia ronda entre los 3 y 4 kilos menos que los demás niños de la misma edad.
“Por ejemplo, tenemos pacientes de 4 años y 1 mes cuyo peso es de 13,5 kilos. Bajo para dicha edad. Pero también esos casos se dan en los adultos, son flaquitos”, dijo la galena al indicar que los problemas de salud más comunes en las comunidades indígenas son las afecciones respiratorias, el bajo peso y las enfermedades venéreas (sífilis).
AUSENCIA DEL ESTADO
Caazapá es uno de los departamentos más golpeados por la pobreza. Si bien la población indígena que habita el departamento es de 5.400 aproximadamente, no solo los pueblos originarios pasan por situaciones de extrema necesidad, sino también familias campesinas que viven en asentamientos de difícil acceso.
Para muchos de estos campesinos e indígenas resulta una utopía la tierra propia, la ayuda técnica para producir y los caminos para sacar la producción, reclamos que vienen gritando desde hace décadas, pero no son escuchados. La educación y la salud de calidad también son meros sueños para ellos porque si bien existen escuelas y Unidades de Salud Familiar (USF), estos no tienen las condiciones mínimas para ofrecer calidad en sus servicios, en especial a las comunidades más alejadas.
Según la doctora Nadia Riveros, encargada de Atención Primaria de la Salud de la 6ª Región Sanitaria, de los 184.530 habitantes que tiene el departamento, 128.757 reciben atención médica a través de las 49 USF instaladas en la región, de las cuales 16 se encargan de la asistencia de las 36 comunidades indígenas de la zona.
Muchas de estas unidades primarias de atención a la salud no cuentan con una ambulancia o vehículo institucional funcionando, lo que dificulta el desempeño de los trabajadores que deben dar respuestas a las necesidades que surgen cada día. “No tenemos ambulancia y los traslados hacemos con vehículo particular. Si el paciente no puede pagar, nosotros juntamos y pagamos el flete”, dijo la doctora Martha Cardozo, de Tupã Renda, situada a 60 kilómetros de San Juan, yendo por un camino en parte empedrado y en parte terraplén.
La falta de vehículo para el traslado de pacientes se siente también en el hospital distrital de San Juan Nepomuceno, que es un centro asistencial de referencia, pero que solo tiene una ambulancia, lo que significa que deben pedir socorro a otras localidades como Abaí o Tavaí en caso de que necesiten otra unidad por urgencia.
“Tenemos una sola ambulancia que trabaja las 24 horas, todos los días. Cuando nos quedamos sin la misma, pedimos a otros municipios que nos ayuden para los traslados”, dijo el director del Hospital Distrital de San Juan Nepomuceno.
La mayoría de las comunidades está aislada no solo por la considerable distancia entre una y otra, sino también por el mal estado de los caminos, que en algunos sitios resulta intransitable inclusive en carreta.
“Hacemos lo que está a nuestro alcance. Hacemos las visitas a las comunidades indígenas cada dos meses, proveemos lo que el ministerio nos da”, explicó la doctora Cardozo, de Tupã Renda, al indicar que son 6 personas que trabajan en la USF del lugar y deben cubrir las necesidades de 13 comunidades, de las cuales 6 son indígenas.
La falta de caminos de todo tiempo es una queja constante de los pobladores, muchas no se pueden transitar en días de lluvia y otras son casi pequeños senderos por el que solo pasan motos o bicicletas.