• HNO. MARIOSVALDO FLORENTINO
  • Capuchino

Ya estamos en el tercer Domingo del Adviento. Y de nuevo es la persona de Juan Bautista que quiere ayudar­nos en nuestra preparación, para acoger la presencia del Señor. De hecho, el evangelio nos dice que:

“La gente le preguntaba: ‘¿Qué debemos hacer?’ Y Juan Bautista les contes­taba...” (Lc 3, 10)

Profeta, es aquella persona que tiene una visión clara de la vida y de la historia, que sabe discernir cuáles cosas están bien y cuáles están equivocadas, porque mira las cosas con los ojos de Dios.

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El profeta, como enviado de Dios, no puede ‘tapar el sol con un dedo’, no puede hacer de cuenta que no vio nada, no puede tener miedo de decir lo que está mal. Su deseo no es descomponer la vida de nadie, al contrario, es llevar a la ple­nitud, es ayudar a ser mejo­res, sin máscaras, sin enga­ños, sin equivocaciones...

A veces esto es una tarea un poco dolorosa. Pero el profeta debe ser maduro y enfrentar la situación. Es como cuando encontramos una persona que se clavó un anzuelo, qui­tarlo es momentáneamente doloroso, pero dejarlo es mor­tal.

El profeta, como enviado de Dios, no puede decir al corrupto, tranquilo, no hay problema, existen peca­dos peores que este. O decir al que desperdicia sus bie­nes, tuviste suerte de nacer rico o supiste ganar mucho, entonces puedes usar como te parezca. El profeta no puede bendecir al que explota a los demás, diciendo que lo importante es que estés dando empleo a tanta gente. No puede decir al padre o la madre de familia que no cum­ple con su misión, decir que lo que cuenta es que no falte la comida o los otros bienes materiales... y tantos otros ejemplos.

La gente preguntaba a Juan Bautista ¿qué debo hacer? y él respondía muy concre­tamente a cada uno: “el que tenga dos capas dé una al que no tiene, y quien tenga que comer haga lo mismo”. Vinieron también los cobra­dores de impuestos para que Juan los bautizara. Le dije­ron: ‘Maestro, ¿qué tene­mos que hacer?’ Respondió Juan: ‘No cobren más de lo debido’. A su vez unos solda­dos le preguntaron: ‘Y noso­tros, ¿qué debemos hacer?’ Juan les contestó: ‘No abusen de la gente, no hagan denun­cias falsas y conténtense con los que les pagan”.

Pienso cada uno de noso­tros hoy debería presentarse delante de Juan Bautista y preguntarle ¿qué cosa debo hacer para prepararme al encuentro con el Señor?

Estoy seguro que, a través de nuestra conciencia, él nos dirá exactamente cuales acciones y actitudes debemos cambiar inmediatamente.

Yo sé que no es fácil para nadie cambiar su propia vida. Hasta mismo reconocer nuestros propios pecados es un pro­ceso muy difícil. Es por eso que el camino de conversión es también llamado camino de penitencia. Pues la verda­dera penitencia, la más exi­gente, no es hacer ayunos, caminatas y abstinencias. La verdadera penitencia es cambiar el corazón, es cam­biar nuestro modo de ver, es asumir nuestros defectos y luchar por transformarlos. Por eso, esta penitencia es absolutamente necesaria si queremos realmente huma­nizarnos, si deseamos crecer en la gracia de Dios, si aspira­mos ser plenamente felices.

El pecado es el camino de la muerte. Sutilmente destruye nuestras vidas. Nos ilusiona con una apariencia de felici­dad, pero nos corroe, nos con­sume, nos esclaviza.

Prepararse para Navidad es mucho más que arreglar un arbolito, que enviar tar­jetas, prender luces, com­prar regalos, limpiar toda la casa, mandar hacer nuevas ropas, visitar a los parien­tes y amigos, comer bien... Estas son cosas externas, algunas de ellas puramente comerciales. Una buena pre­paración para la Navidad, sin dudas, es crear el coraje y preguntar a Juan Bautista, de acuerdo a nuestra condi­ción (cobrador de impuestos, soldados, médicos, sacerdo­tes, marido, esposa, padre, madre, cristiano, traba­jador...) ¿qué debo hacer?

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la Paz.

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