Sobre toda la avenida Mariscal López, en la ciudad de Caacupé, los feligreses se disponían a retornar a sus hogares mientras reinaba el caos vehicular por la cantidad de transportes públicos y vehículos particulares. A los que se sumaban transeúntes –que se quedaron sin acera–, motociclistas y ciclistas. No faltaron los bocinazos y colectivos atestados que se interponían en forma inclinada sobre la ruta y otras vías de acceso, en ellos viajaban los ciudadanos de manera hacinada.

El oficial ayudante de la Policía Nacional Carlos Cardozo dijo que el tráfico se generaba porque mucha gente salía en el mismo horario luego de haber presenciado la misa, por lo que se obstaculizaba el tránsito como factor congestivo. La Patrulla Caminera dirigía el tránsito en la mañana del 8 de diciembre junto con otros efectivos.

Por otro lado, un grupo de jóvenes procedió a darse un refrescante chapuzón en un arroyo cercano al templo, en las inmediaciones de Lagorã. Mucha gente estaba apostada en la orilla del arroyo. En este espacio se bebía alcohol y la música festiva ya formaba parte de la celebración pagana.

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Los vendedores aprovecharon para vender helados y las chiperas pululaban en el citado espacio de esparcimiento. Subiendo un terreno empinado hacia la ruta, un hombre se hallaba gritando a los jóvenes en paños menores. Pero el público, lejos de indignarse, lo trataban con humor.

El oficio de la máquina de cocer resurgió con los pedidos de confección de souvenirs alegóricos a la Virgen de Caacupé, los mismos se aprestaban en los distintos puestos de artesanía asentados en las adyacencias de la explanada de la Virgen de los Milagros.

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