Con tratamiento, está sano. Con sueños, tiene un futuro. Pero sin una familia, ese futuro duele. El testimonio de Lucas refleja una realidad que sigue silenciada: la de cientos de niños, niñas y adolescentes en hogares del país que esperan ser adoptados, aún cuando ya no son bebés, aún cuando viven con VIH.
“Yo soy Lucas, hoy tengo 16 años pero alguna vez fui un bebé”. Así comienza el testimonio de un adolescente que hace más de una década espera una familia. Es lo que puede verse en un material audiovisual compartido por Paraguay Protege Familias, un movimiento por el derecho de todo niño, niña y adolescente de vivir en una familia segura y afectuosa.
Lucas nació con VIH, una condición que carga estigmas aún en pleno siglo XXI. A pesar de seguir un tratamiento que le permite estar sano, crecer con normalidad y practicar deporte todos los días, Lucas sigue esperando que alguien lo elija, no por lo que tuvo al nacer, sino por lo que es hoy: un joven con ganas de vivir, con sueños simples y profundos.
Lucas vive en un hogar desde pequeño. Allí ha crecido viendo cómo sus compañeros van encontrando su lugar: algunos son adoptados, otros acceden a programas de autonomía. Él no ha tenido esa oportunidad todavía.
“Me gusta el fútbol, juego todos los días. Hace años sueño con tener padres y una casa con patio enorme y un perro que me acompañe. Me imagino mis amigos viniendo a jugar y mi mamá trayendo un jugo”, cuenta.
Sus palabras no solo interpelan, también revelan el desafío que aún enfrenta el sistema de adopciones en Paraguay, donde los niños mayores de 6 años, aquellos con enfermedades crónicas o condiciones especiales, y los adolescentes son los menos adoptados.
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Infancia institucionalizada
Cuando la edad se combina con condiciones de salud como el VIH, la posibilidad de encontrar una familia disminuye drásticamente, pese a que actualmente existen tratamientos que permiten llevar una vida completamente normal.
Lucas, como muchos otros, no necesita compasión, necesita una oportunidad. Necesita una familia que pueda ver más allá de un diagnóstico, más allá de un número en su documento. Necesita que alguien lo vea con los ojos del presente, no del prejuicio.
En Paraguay, cientos de niños, niñas y adolescentes permanecen en hogares residenciales esperando una familia definitiva. Muchos de ellos, como Lucas, no son bebés ni figuran entre los perfiles “más buscados” por las familias que quieren adoptar.
El desafío del sistema no solo es legal, sino también cultural: romper los estigmas sobre el VIH, sobre la edad y sobre las posibilidades reales de brindar amor, cuidado y futuro a quienes no nacieron en la cuna ideal, pero sí merecen una vida digna.
“Aunque tenga 16, aunque ya no sea un bebé, aunque tenga VIH…”, finaliza Lucas y, en ese “aunque”, se condensa la urgencia de repensar nuestras prioridades como sociedad.
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