El legendario barco Aquidabán es uno de los principales medios de transporte para las comunidades ribereñas del departamento de Alto Paraguay. Durante 44 años, esta embarcación blanca de madera ha sido el servicio regular de ferry de la localidad, que en su nivel inferior funciona como un supermercado flotante.

El Aquidabán es el protagonista del periódico estadounidense The New York Times, en el que se lo describe como un viejo barco de río que se traslada por el mayor humedal del mundo, desplegándose como ferry, supermercado, carguero y bar. “El barco ha atraído durante mucho tiempo a pintorescos personajes”, resalta el material.

Es el único ferry en una de las zonas más remotas de Sudamérica y ahora puede desaparecer, menciona una parte del artículo. Relata que por la plancha de desembarco de madera, en una sola fila, casi todo un pueblo indígena se apiñaba en la cubierta frontal del Aquidabán, también los tomarahos habían tomado la embarcación río abajo para votar en las elecciones nacionales de Paraguay y luego durmieron cuatro días a la intemperie en espera de que el bote los regresara a casa.

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Más de 200 de ellos estaban en cuclillas sobre baldes volteados al revés, apretujados en hamacas y desparramados por el suelo. Nadie sabía a ciencia cierta cuántos chalecos salvavidas había a bordo, pero casi todos estaban seguros de que los tomarahos los superaban en número.

“Desde que yo era chiquita ya había Aquidabán”, dijo Griselda Vera Velázquez, de 33 años, una artesana en la aldea tomaraho, donde no hay carretera. Suele tomar la embarcación para llevar a su hija con síndrome de Down a los especialistas médicos a 640 kilómetros de distancia. “Nosotros no tenemos camino”, agregó y expresó: “Estamos aislados”.

El material periodístico continúa relatando las escenas en el Aquidabán. Dice que cerca de ahí, cuatro vaqueros bebían una cerveza tras otra, lanzando las vacías al río, camino a un turno de trabajo en los campos ganaderos que duraría un mes. Una madre de seis, en una vacación luego de un divorcio, se balanceaba en el barandal de la cubierta, gritando para un video destinado a sus amigos en Facebook. Arriba, una joven pareja indígena acunaba a su hija de 17 días de nacida en el largo trayecto del hospital a la casa.

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La embarcación se encuentra entre de los principales medios de transporte para las comunidades ribereñas del departamento de Alto Paraguay. Foto: Gentileza

Una embarcación blanca de madera

Durante 44 años, esta embarcación blanca de madera de 40 metros de largo ha sido el servicio regular de ferry para llegar a esta espesura del Pantanal, un terreno inundable más grande que Grecia, recorriendo 800 kilómetros del río Paraguay de martes a domingo, llevando desde motocicletas de cross hasta recién nacidos. Su nivel inferior es un supermercado flotante, con 10 vendedores que ofrecen frutas y verduras, carnes y dulces desde las mismas bancas en las que duermen. El comedor del barco es el único lugar donde muchas comunidades pueden hallar cerveza fría.

Pero tan vital como ha sido el Aquidabán para los locales, sobre todo las personas indígenas, para viajar con libertad por su hogar selvático, también es un crisol de la mezcla cultural que hace mucho caracteriza a Paraguay. Este país sudamericano sin salida al mar de siete millones de habitantes durante generaciones ha atraído a un desfile constante de zelotes, idealistas, utopistas y desadaptados extranjeros. Y durante décadas, el barco ha sido uno de los pocos lugares donde todos estos grupos se mezclaban.

A bordo van misionarios mormones y granjeros menonitas, jefes indígenas y chef japoneses. Madres amamantan en hamacas a niños pequeños, campesinos amarran pollos a los barandales de la cubierta y cazadores venden capibaras sin cabeza, pero ahora las travesías de la embarcación podrían llegar a su final.

Paraguay ha estado trazando nuevas carreteras por todo el norte apartado, como parte de un proyecto para construir un corredor transcontinental de Brasil a Chile a fin de conectar los océanos Atlántico y Pacífico. Dichas carreteras y otras han mermado las ventas de carga del Aquidabán y la familia que maneja el bote dice que el negocio se hunde.

“Hay muchas partes que están rotas, y para arreglar eso no sobra la plata”, dijo Alan Desvars, de 35 años y uno de los dueños del navío, de pie en la cubierta frontal con una camiseta de thrash metal alemán. Añadió que este puede ser el “último año” que viaja el barco.

La embarcación

“El Aquidabán es ruidoso y sucio. La comida, sospechosa. La tripulación, malhumorada. Los mosquitos, voraces. Y para el cuarto día el aire pesa con los aromas de los productos agrícolas que se malogran, el ganado y los rancheros que vuelve luego de pasar meses en el campo”, describe el periódico internacional.

Sin embargo, comenta que para los Desvars, una familia constructora de buques, es la niña de sus ojos. Los Desvars se iniciaron vendiendo canoas por el río hace casi un siglo. Con el tiempo, la generación más joven se dio cuenta de que las comunidades ribereñas más alejadas requerían algo más que canoas. Requerían todo.

Así que construyeron un navío con forma de zapato largo hecho de la madera rosa del lapacho e impulsado por el motor de un viejo camión Mercedes y lo bautizaron Aquidabán, en honor a un afluente cercano. Fue un éxito instantáneo. Luego de su lanzamiento en 1979, la tripulación en ocasiones tuvo que bajar pasajeros en los puertos para que no se hundiera.

Desde entonces, el Aquidabán y sus aproximadamente 10 tripulantes y 10 vendedores han atravesado el río 51 semanas del año, algunos de ellos durante más de 25 años. “Es como una familia”, comentó Desvars. “Hay con quien te llevas mejor, con quien te llevas peor, a veces lo quieres matar”, dijo.

Un tour demora apenas unos minutos. El cavernoso pozo de almacenamiento está repleto de cajones de leche, tanques de aceite y televisores. Los artículos de dimensiones extrañas -motocicletas semiautomáticas, un armario con espejo, una cabra- van en la cubierta. Dentro, los vendedores ofrecen banana, pollos congelados y desodorante.

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