Por Micaela Cattaneo
Hace más de 160 años, en marzo de 1857, las trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York salieron a las calles para reclamar las pésimas condiciones en las que trabajaban y los ínfimos salarios que cobraban en ese contexto. En aquella ocasión, la policía las reprimió.
Años después, en marzo de 1908, en esta misma ciudad de los Estados Unidos, alrededor de 15.000 mujeres se manifestaron para exigir menos horas de trabajo, mejores pagas, el derecho a votar y el fin del trabajo infantil. Ambos hechos fueron claves en la historia para que hoy, nosotras, las mujeres, tengamos la posibilidad de volver a salir a las calles y luchar por los derechos que nos pertenecen como seres humanos.
Y aunque a lo largo de este más de siglo y medio conquistaron muchos de ellos, en algunos aspectos la igualdad sigue siendo una deuda de la sociedad para con nosotras. Porque hoy sí votamos, hoy sí ocupamos espacios de decisión que históricamente pertenecieron a hombres, pero hoy también nos siguen pagando menos que a ellos, nos siguen violentando y haciéndonos responsables de estas violaciones; hoy continúan cargándonos con la mayor parte del trabajo doméstico.
¿Qué implica ser mujer en este contexto? La ex – ministra Soledad Núñez, la historiadora Ana Barreto y la economista Verónica Serafini lo analizan.
“Si bien hay conquistas y existen avances significativos en el proceso por lograr la igualdad en el acceso a oportunidades entre hombres y mujeres, creo que todavía existen barreras estructurales tanto en el ámbito económico, como en lo político y en la vida social. Y el primer gran desafío como sociedad es ponernos de acuerdo y reconocer que eso sigue sucediendo”, señala Soledad Núñez.
Y continúa: “La violencia en el hogar, el acoso sexual, la diferencia salarial, la discriminación laboral, entre otros, siguen siendo situaciones que, si bien no afectan únicamente a mujeres, se concentran principalmente en este sector de la población. Estos desafíos nos necesitan a todos, hombres y mujeres, trabajando juntos para eliminarlos”.
Por otro lado, Ana Barreto piensa que son las mujeres las que tienen una deuda con la historia del Paraguay. “No hay que esperar que las deudas sean mágicamente saldadas, quizás como lo fue el voto femenino en el Paraguay, ya que más que una conquista plena de mujeres profesionales, obreras y estudiantes, fue una obligación, un reconocimiento “tardío”. No. Quiero creer que la deuda que las mujeres deben saldar es con el futuro, con las jovencitas y las niñas”, expresa.
“Es decir, de abrir un camino, de despejar y asegurar un Paraguay libre de violencia de género, de violencia sexual, de mecanismos de exclusión, de una exclusiva carga de cuidados y vinculación doméstica sobre las mujeres. Y para honrar esa deuda, no existe nada mejor que prestar atención a los vacíos narrativos que tiene la historia del Paraguay”, reflexiona la historiadora.
Para ella, más que contar las historias o hablar de biografías es importante que las ciencias históricas nos guíen en entender procesos; estructuras para acercarnos a la compleja sociedad y a los actores del pasado. “Supongo que muchos y muchas quisieran encontrar sólo un pasado de grandes hombres y mujeres, el eterno mito de un país grandioso, pero resulta que el pasado es igual al presente: ¿corrupto, desigual, violento?”, comenta.
“Ser mujer hoy a diferencia de hace 30 años es ser una ciudadana libre; es a diferencia de hace 50 años, tener el 50% de las matrículas en las carreras universitarias; es a diferencia de hace 80 años, poder llevar los cómodos pantalones en vez de faldas y medias de seda; es poder tener voz propia, algo imposible de imaginar hace 100 años”, sostiene Barreto.
Y agrega: “Pero ser mujer hoy también implica desafíos enormes en un país machista y que ha normalizado conductas violentas hacia las mujeres. Ser mujer hoy en Paraguay obliga a reconocer, más que avances, a la coyuntura, a la historia y a las precursoras de los mismos. Ser mujer implica ser conscientes del camino andado y dónde descansa el lugar donde al fin consigamos una sociedad más justa en plena igualdad”.
Para la economista Verónica Serafini es importante diferenciar los tipos de mujeres en Paraguay.
“Somos muchos tipos de mujeres con reivindicaciones, demandas y posiciones heterogéneas. En muchos casos, esta posición heterogénea no significa diversidad en una connotación positiva, al contrario, significa una acumulación de desigualdades. Las condiciones de vida y las oportunidades de una mujer con estudios superiores viviendo en el sector urbano son muy distintas a las de una mujer campesina. Desde la posibilidad de morir en el parto hasta la garantía de contar con jubilación en la vejez”, explica.
“A lo largo de estas últimas décadas aumentó el nivel educativo de la mayoría, pero esto no significó necesariamente mayores oportunidades económicas. Se redujo la tasa de fecundidad de manera importante, se retrasó la edad del primer hijo y el periodo intergenésico, es decir, tenemos menos hijos y mas espaciados. Y más educación y menos hijos genera mayor oferta de trabajo, mayores aspiraciones de autonomía económica. Sin embargo, ni el crecimiento económico ni las políticas públicas acompañaron esta dinámica”, menciona Serafini.
Asegura que la educación formal y para el trabajo es deficiente y tiene fuertes sesgos de género, por eso las mujeres terminan trabajando en ocupaciones desvalorizadas socialmente como el trabajo doméstico. “No estamos educando a las niñas para ser ingenieras, economistas o investigadoras”, analiza.
Además, indica que la violencia de género es otro de los obstáculos para su autonomía económica. “Desde un piropo en la calle hasta una violación o un asalto, la falta de transporte público de calidad y la violencia por parte de su pareja; todo esto reduce sus oportunidades económicas sin que haya respuestas desde el Estado”.
Y concluye: “Para garantizar mayores oportunidades para las mujeres necesitamos un modelo de crecimiento que genere empleos de calidad, un Estado que recaude y destine recursos a favor de las políticas que necesitan las mujeres y políticas públicas con perspectiva de género: educación, salud, agropecuaria y laboral”.