• Mike Silvero, Marcelo Tolces, Carlos Juri.
  • Enviados especiales
  • Tel Aviv, Israel

Son las 5:00 de la tarde y el sol se oculta en el horizonte del Medi­terráneo. Tel Aviv es la ciudad más importante a nivel finan­ciero y cultural de Israel, y a pesar de ello mantiene un ritmo apacible, ya en las horas previas al Shabat, ese día de descanso consagrado a Dios, al descanso, a la tranquilidad, a recordar que la vida no pasa por ser esclavo de alguien, menos de uno mismo.

Esta ciudad con cerca de 500 mil habitantes en un terreno de poco más de 50 kilómetros cuadrados será sede en los próximos días de uno de los anuncios más importantes para la historia de la educación paraguaya y para el desarrollo de esa pequeña nación al otro lado del mundo, en el medio de Sudamérica. Pero a los res­ponsables del proyecto en sí no les gusta adelantar dema­siado. Así, quedan unos días de reflexión y cautela para el convenio final.

Mientras tanto, esta ciudad que alguna vez vio el ingreso del imperio otomano, antes de los babilonios, los per­sas, los bizantinos e incluso a Napoleón en su camino a Egipto, pasó hasta por manos inglesas para llegar a ser territorio israelí.

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Pero a pesar de lo que los pre­juicios occidentales puedan marcar desde la distancia, no se trata de una sociedad cerrada, sino todo lo con­trario: abunda la diversidad cultural, la convivencia es armoniosa entre personas de distintas razas y credos. Y la vida a metros de la playa está marcada por el arte, la música y la gastronomía.

La vieja ciudad de Joffa, reconstruida después de casi dos siglos en ruinas.FOTO:CARLOS JURI

La vieja ciudad de Joffa, reconstruida después de casi dos siglos en ruinas, man­tiene aún en el puerto del sur de la ciudad su cautivadora esencia, sus pasillos inter­minables y edificios antiquí­simos que sirvieron como posadas para los inmigrantes cristianos que paraban allí para reabastacerse de ener­gía de cara a 150 kilómetros más de viaje hasta Jerusalén, desde el siglo 18 nuevamente.

La ciudad que creció a metros, un poco más al Norte, es la vigorosa Tel Aviv. Silicon Wadi, como le dicen a una zona de esta ciudad en refe­rencia a la californiana Sili­con Valley. Es que aquí en esta costa, hace poco menos de dos años, se tenían regis­tradas 2.500 startups, es decir empresas emergentes, casi siempre relacionadas a la tecnología, pero aplicando las ideas más innovadoras del mundo con un tinte social para brindar soluciones a pro­blemas que angustian a gran parte de la sociedad o simple­mente a superar obstáculos cotidianos.

GRANDES VENTAS

Entre las grandes ventas de Silicon Wadi se destacan: WAZE (Mapas satelitales) a Google por 1.000 millones de dólares, Primesense (Impre­siones 3D) a Apple por 345 millones de dólares, Trus­teer (Seguridad informática) a IBM por 1.000 millones de dólares, Onavo (Análisis de tráfico web y mobile) a Face­book por 120 millones de dólares y ICQ (Mensajería instantánea) a AOL por 287 millones de dólares.

Podríamos también hablar de inventos que mejoraron la manera en que médicos detectan anomalías esto­macales con endoscopias que se realizan con unas píl­doras que a la vez son cáma­ras o ventanas solares que, si bien parecen transparen­tes, sirven para acumular energía del astro rey a la par de ser decorativas. También podríamos hablar de una sábana que monitorea la respiración de los bebés de manera de evitar las muer­tes súbitas en recién nacidos y decenas de inventos más.

Ni qué decir de MobileEye, el revolucionario sistema que se aplica a la mayoría de los autos más modernos del mundo hoy día para mediante unas cáma­ras facilitar el manejo y evitar accidentes, en el incontenible avance de la ciencia hacia que los autos se manejen solos.

Pero olvidémonos de estas ideas para bajar a algo básico: Un banco de parque. Pero ‘smart’, sí, inteligente. Un banco para tres personas de diseño sencillo, pero de aún mayor utilidad. Con solo sen­tarse y apoyar el teléfono a un respaldo, la batería se carga automáticamente. Si el telé­fono no es de alta gama y no permite ese sistema de alimen­tación de batería, no hay pro­blema, unos cargadores USB están disponibles y si el pro­blema es la conexión a internet, este “banquito” de parque pro­porciona conexión wifi a inter­net de alta velocidad.

Eso resume a Tel Aviv. Solu­ciones tecnológicas aplica­das a la vida cotidiana. Gente caminando conversando en familia hasta altas horas de la noche, sin mucha presen­cia policial, alquilando bici­cletas con sus tarjetas de cré­dito. Utilizando monopatines mediante una aplicación y sin necesidad de llevarlas hasta un punto de retorno. A nadie se le ocurre robarlas. De hecho no se podría hacer, cuenta con un sistema de GPS que los ubica en cualquier punto.

A esta ciudad a la que en 1994 le parecía imposible la pro­puesta de unos ciclistas de promover a la bicicleta como medio de transporte, hoy le sobran elementos para el orgullo de sus habitantes. ¿Los problemas de aquel entonces? El tráfico, la falta de infraestructura y el calor. Con las medidas adminis­trativas y las obras adecua­das, hoy el 15% de la ciudad se mueve en biciclos manuales y semieléctricos.

¿Puede una ciudad cambiar drásticamente en menos de medio siglo a convertirse en un destino atractivo para turistas, en motivo de orgu­llo para los residentes y ade­más mantener su cultura ancestral? Tel Aviv demues­tra que sí y, aparentemente, esta ciudad, en conjunto con este país, Israel, tiene ganas de compartir este modelo de crecimiento con otras nacio­nes. Dependerá de Paraguay aprovechar la oportunidad.

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