COMENTARIO

Por Mario Samaja, coordinador residente de las Naciones Unidas en Paraguay

“Si no cambiamos conjuntamente el rumbo, existe un alto riesgo de que fracase”. Este fue el mensaje recientemente trasmitido por el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, a un grupo reducido de jefes de Estado y de Gobierno antes de la celebración de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático del 2021 (COP26), que acaba de comenzar.

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La rotunda y dramática afirmación de Guterres se basa en los resultados de un informe de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que incluye unas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional: los planes en los que los países se comprometen con medidas concretas para reducir el impacto del calentamiento global. Según este informe, esas contribuciones están muy alejadas del objetivo de contener en un aumento máximo de 1,5 grados centígrados la subida de la temperatura media de la Tierra, tal y como acordó la comunidad internacional en el Acuerdo de París. “En base a los compromisos actuales de los Estados miembros, el mundo se encuentra en un camino catastrófico hacia los 2,7 grados de calentamiento. La ciencia nos dice que superar los 1,5 grados sería un desastre”, aseguran las voces de alerta de la comunidad científica.

Para cumplir este compromiso es necesaria una reducción de un 45% de las emisiones contaminantes para el 2030, lo que nos permitiría alcanzar la neutralidad del carbono a mediados de siglo. Sin embargo, la realidad no solo es diferente a la urgida meta, sino contraria a la misma. Los compromisos asumidos por los países hasta la fecha implican un aumento del 16% de las emisiones de gases de efecto invernadero en el 2030, en comparación con los niveles de 2010. No obstante, estamos a tiempo de cambiar aún los pronósticos más pesimistas, pero para ello debemos apuntar a tres objetivos fundamentales: No superar los 1,5 grados centígrados del Acuerdo de París, lo que aún es posible según datos que maneja el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático.

Cumplir el compromiso alcanzado por los países desarrollados de aportar 100.000 millones de dólares anuales para la acción climática en los países en desarrollo. Aumentar las inversiones para la adaptación al menos hasta el 50% del total de la financiación pública climática.

LA SOLUCIÓN ESTÁ EN NUESTRAS MANOS

No podemos ignorar que nos encontramos inmersos en una triple crisis planetaria que afecta nuestra casa común y pone en riesgo nuestra propia supervivencia: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, y la contaminación. Paradójicamente, estos problemas tienen en común su origen en actividades humanas. Esto hace innegable el hecho de la solución está enteramente en nuestras manos. Con una sociedad organizada y decidida a levantar su voz e influenciar a los tomadores de decisiones a priorizar las bases de la vida, podemos lograrlo.

Es verdad que los países desarrollados deben tomar la iniciativa; especialmente los del G20. Estas naciones representan el 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero también es esencial que varias economías emergentes den un paso más y contribuyan efectivamente a la reducción de emisiones.

Y aquí entran países como el Paraguay que, si bien es muy vulnerable al cambio climático debido a que su economía se basa principalmente en la producción agrícola-ganadera, tiene en contrapartida una valiosa y gran ventaja: su mayoritaria población joven. Según las estimaciones estadísticas, la mitad de la población total tiene menos de 27 años. Este es un segmento que, en toda su pluralidad, reclama activamente mayor incidencia de participación e influencia en las tomas de decisiones.

Las juventudes de Paraguay están tomando cada vez más conciencia. Corroboramos con satisfacción la creciente presencia de grupos de jóvenes y estudiantes activistas comprometidos, representando una voz colectiva que reclama a los tomadores de decisión la adopción de acciones valientes y contundentes para conservar ambientalmente el planeta de cara a las próximas décadas, transformando modelos y prácticas. La adaptación al cambio climático, especialmente de los sectores más vulnerables de la población debe ser una prioridad. La producción familiar campesina requiere un fuerte apoyo técnico y financiero para fortalecer su capacidad de adaptación a las nuevas condiciones climáticas. Tampoco debemos olvidar a los pueblos indígenas que durante siglos han convivido armónicamente con la naturaleza y cuyo patrimonio cultural y natural debemos proteger. La desaparición de los bosques causada por la deforestación, ponen en peligro sus medios y estilos de vida, además dela rica diversidad de fauna y flora y los servicios ambientales que ofrecen.

Celebramos el reciente reconocimiento del derecho a gozar de un ambiente limpio, saludable y sostenible como un derecho humano. Esta decisión del Consejo de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos que se da por primera vez en la historia da el marco oportuno y adecuado de cara al 76º aniversario de la Organización de las Naciones Unidas; comprometiéndonos aún más a redoblar los esfuerzos de nuestro trabajo por el desarrollo sostenible de nuestro planeta, sin dejar a nadie atrás.

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