Río de Janeiro, Brasil. AFP.

La operación anticorrupción Lava Jato, que sacudió a Brasil y llevó a la cárcel a presidentes, empresarios y poderosas figuras de América Latina, se cerró esta semana sin ruido y con sus propias investigaciones bajo sospecha. Lava Jato (lavadero de autos) empezó en el 2014 con una requisa por blanqueo de dinero en una estación de servicio de Brasilia.

Tirando los hilos, y recurriendo a métodos como la delación premiada, los investigadores descubrieron una tentacular red de sobornos pagados por grandes constructoras como Odebrecht a políticos de casi todos los partidos, para obtener contratos en la estatal Petrobras. Sus principales figuras, el juez de primera instancia Sergio Moro y los fiscales de Curitiba (sur), se convirtieron en superhéroes para buena parte de los brasileños e inspiraron una película y una serie de Netflix.

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En casi siete años, el balance es de 174 condenados en Brasil y 12 presidentes o ex presidentes involucrados en América Latina, entre ellos el líder de la izquierda brasileña Luiz Inácio Lula da Silva. Los juicios permitieron además al erario brasileño recuperar 4.300 millones de reales (unos 800 millones de dólares al cambio actual) y otros 15.000 millones están en camino.

Pero en los últimos tiempos, Lava Jato perdió lustre y la Fiscalía General anunció el miércoles, sin provocar mayores reacciones, la disolución de su núcleo original. Irónicamente, esto ocurrió bajo la presidencia de Jair Bolsonaro, el líder ultraderechista que supo capitalizar la ola antisistema provocada por Lava Jato para ganar las elecciones de octubre del 2018.

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