Berlín, Alemania. AFP.
En un centro comunitario de Berlín, una decena de migrantes procedentes de Irán o Afganistán están concentrados en sus máquinas de coser, con las que fabrican mascarillas que serán distribuidas gratuitamente a la población. “Cada uno debe hacer lo que puede”, dice Jamila Ahmadi, tras su mascarilla de tela blanca con flores doradas, una de las creaciones de esta voluntaria.
“Alemania nos ayuda y ahora nosotros queremos y debemos ayudar a la gente”, añade esta afgana de 45 años. La mujer cose unas 45 mascarillas al día en estas instalaciones transformadas en taller de costura, inundadas de telas de todos los colores y donde el sonido de fondo es únicamente el de las máquinas. La demanda es enorme, como se puede adivinar al ver la cola en el exterior de este centro del barrio de Spandau, al oeste de la capital.
Desde el pasado lunes, las mascarillas son un objeto preciado. Su uso es obligatorio en los transportes públicos y en todas las tiendas de Alemania. Todo ello para evitar una segunda ola de contagios del nuevo coronavirus, que ya ha matado a 6.000 personas en el país, donde se está iniciando poco a poco el desconfinamiento de la población.