San Pablo, Brasil. AFP.
Frederic, de 32 años, llegó al hospital Emilio Ribas de San Pablo con síntomas de COVID-19. Menos de doce horas después una doctora le decía a su tía: “hicimos todo lo posible”. El luto de su familia es la esperanza de otra: aquí en cuidados intensivos solo hay cupo cuando alguien muere o recibe el alta.
Para la doctora Fernanda Gulinelli, que atendió a Frederic, se volvió común firmar tantos óbitos como altas en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de este Instituto de Infectología, la primera de la red pública de San Pablo en saturarse por la propagación del nuevo coronavirus que en Brasil ya dejó más de 2.700 muertos, más de un tercio de ellos sólo en este estado.
“La regla es que tenemos más altas que muertes fuera de la pandemia, pero con la gravedad de estos pacientes tenemos días con más muertes que altas”, cuenta Gulinelli. Brasil aún no entró a la fase más aguda de casos de coronavirus, que según el Ministerio de Salud debe ocurrir a partir de mayo.
La UCI de Emilio Ribas está dividida en dos salas, una con veinte camas y otra, tercerizada, con diez. Por ser un instituto de infectología, cada cama está en una pequeña sala individual protegida con puerta doble y aislada por una cámara de aire que impide contaminar las áreas comunes.
Excepto una joven de 22 años con tuberculosis, todos los pacientes, de 37 a 66 años, son casos sospechosos o confirmados de COVID-19, explicó Jaques Sztajnbok, supervisor médico de la UCI.
Con 28 años de experiencia en el Emilio Ribas, Stztajnbok afirma que el coronavirus “es algo único” que les absorbe en cuerpo y alma. “Cuando no estoy aquí, estoy pensando en lo que está aconteciendo aquí”, refiere el doctor, de 54 años.
Los pasillos de la UCI son largos y despejados. La calma es apenas aparente. En las salas individuales es donde los médicos viven batallas, no siempre victoriosas. Frederic fue entubado, pero su oxigenación no subía. Durante una hora le practicaron masaje cardíaco para intentar reanimarlo.
CAOS Y TERROR EN MANAOS
La ciudad de Manaos, capital del selvático estado Amazonas de Brasil, vive un caos sanitario por el nuevo coronavirus: falta personal médico, algunos hospitales almacenan cadáveres en camiones frigoríficos y los cementerios empezaron a abrir fosas comunes. “Es una escena en vida de una película de terror. El estado ya no es de emergencia, sino de calamidad absoluta”, describe el alcalde de la ciudad, Arthur Virgilio Neto, en una entrevista telefónica con la AFP.
En Manaos morían en promedio entre 20 y 30 personas al día, pero la cifra subió a “más de 100” diarias y colapsó el deficitario sistema de salud en plena pandemia de la OVID-19, que está llegando a las alejadas comunidades indígenas de este estado de 1,5 millones de km2 (casi el triple de España).