París, Francia, AFP.

En primera línea del cui­dado a los enfermos de COVID-19 en un hos­pital de la región parisina, un médico anestesista comparte con la AFP un diario con su día a día, bajo pedido de anonimato. Extractos:

Martes 24 de marzo: Hace dos semanas que nos preparamos sin creer mucho en ello. Pero ahora ha llegado y la situación empieza a desbordarse por todas partes. Empezamos a identificar a los pacientes que van a morir porque no tenemos muchos tratamientos que proponer. Nadie conoce esta enfermedad. Nadie tiene la receta milagrosa. El ritmo es difícil. Empezamos a preguntarnos cómo vamos a aguantar. Tanto los médicos como los paramédicos.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Miércoles 25 de marzo: Las jornadas son cada vez más ago­tadoras. La tensión se ha incre­mentado realmente desde hace cuatro o cinco días. Empezamos a decirnos que algunos enfer­mos no podrán ir a reanimación mientras que en tiempos nor­males hubieran tenido acceso. Empezamos a rozar nuestro límite. Y el personal sanitario tiene miedo. Varios pacientes están en estado grave (…) No son muy mayores. En fin, está claro que no hay edad para morir. Aún este fin de semana pensaba que el hospital podría absorberlo todo. Desde hace dos o tres días ya no lo creo.

Jueves 26 de marzo: Ya estamos en el peor escenario. Aceptamos (o estamos obli­gados) hablar de “escoger a los pacientes” para reanimación o de hacer una selección. Los pacientes de covid que recibi­mos en reanimación están, la mayoría de las veces, con asis­tencia respiratoria o sedados. Tratamos de hacer nuestro tra­bajo con la mayor normalidad posible. Por la noche, volvemos a revivir la jornada en la mente. Estamos conmovidos por estos aplausos a las 20:00 todas las noches y recibimos muchos ánimos y agradecimientos. Pero no vamos diciendo por ahí que somos personal sanitario… algunas personas temen real­mente que los contagiemos el virus.

Viernes 27 de marzo: Ya hay muertos y más que va a haber en los próximos días… Pero preferimos pensar en los pri­meros pacientes que empiezan a salir de nuestro servicio. Hay pacientes que ya no llegan a rea­nimación. Hace unas semanas esto no se nos hubiera pasado por la cabeza. No hay criterios para separar a los pacientes. Depende de cada caso. Anali­zamos las cosas y tratamos de ser lo más “éticos” posibles. Ayer, me enteré de la muerte de Julie, 16 años, la víctima más joven de COVID-19 en Francia. Su muerte es profundamente impactante. Desgraciada­mente, estas tragedias forman parte de nuestro día a día. Con o sin COVID-19.

El personal se agota, pero cuando se trabaja en el sistema público, con todas las dificulta­des que han salido a la palestra en los últimos meses, hay preci­samente una entrega y una dis­posición a hacer sacrificios per­sonales y profesionales. Repito: ya estamos en una situación catastrófica.

Sábado 28 de marzo: La ola sigue creciendo. La falta de pla­zas en reanimación comienza a modificar totalmente nues­tras prácticas y nuestra visión de la medicina moderna. Los pacientes que la víspera consi­derábamos jóvenes y sin ante­cedentes ahora algunos los con­sideran demasiado mayores y con muchas patologías añadi­das. Ya se habla de una morta­lidad del 70% en reanimación, mucho más alta que en tiempos normales.

Domingo 29 de marzo: Es duro decirlo, pero no es fácil encariñarse con los pacien­tes ahora. Todos se parecen. Antes, algunos pacientes no tenían asistencia respiratoria y podíamos hablar con ellos. En el caso de los sedados, estaban las familias que nos hablaban de su vida. Los allegados también colocaban fotos en sus habita­ciones. Eso ya no existe. Todos los pacientes están sedados y hablamos rápidamente por telé­fono con sus familiares. Un ser­vicio de reanimación son varias habitaciones individuales, rui­dos de fondo constantes: moni­tores, alarmas, respiradores… Y muchos aparatos que vigilar: pantallas, tubos, cables.

Con las familias, estamos obli­gados a ser más cortantes: les decimos que los pacientes corren alto riesgo de morir, mientras que en tiempo nor­mal no solemos utilizar estos términos y algunas informa­ciones pasan por la comunica­ción no verbal. Imposible por teléfono… Lo más duro proba­blemente es no poder imaginar el final del túnel.

Martes 31 de marzo: Algunos pacientes están con asistencia respiratoria algunas horas en salas de quirófanos, ya que no hay lugar en reanimación. Ya no tenemos siquiera tiempo de describir o de escuchar los deta­lles de la historia del paciente. Todo se resume a algunas infor­maciones ‘cruciales’. Es decir, ¿covid confirmado? ¿Intu­bado? Eventualmente la edad. Después tratamos de encontrar un lugar en el servicio. Todo el tiempo así, todo el día… Tene­mos más ganas que nunca de salir de esta pesadilla.

Jueves 2 de abril: Tenemos la impresión de que ya hemos alcanzado la “velocidad de cru­cero”. También tenemos la impresión de que empezamos a acostumbrarnos. Estos días, seguimos trasladando pacien­tes a otras regiones. Esto es cada vez más difícil. A veces nos sen­timos deshumanizados. Real­mente no es normal trabajar encerrados, con enfermos que todos tienen la misma patología y hacerse casi mecánicamente las mismas preguntas, diez, veinte veces por día, aplicar los mismos tratamientos, dar las mismas noticias por teléfono a las familias…

Un psicólogo explicaba, y con razón, que mucho personal está en un estado de hiperacti­vidad continuo. Esto te permite aguantar, pero agota.

Viernes 3 de abril: Parece que se confirma una creciente calma. Desde hace dos días, hay menos llamadas, menos presión constante para buscar camas. Tenemos la sensación de poder respirar un poco. ¿Está llegando realmente el pico de la epide­mia? O, incluso mejor, ¿se ha superado? No lo sabemos, pero lo esperamos con ansias. Tam­bién podría ser que se trate de un momento de calma antes de que vuelva la tempestad.

El fin del confinamiento llegará. Lo sabemos. Tenemos miedo. Sin duda, habrá un aumento del número de casos. Esperemos que los menos posibles, porque lo más duro ahora es que hay que mantener este ritmo toda­vía varias semanas.

Déjanos tus comentarios en Voiz