• POR RICARDO RIVAS, corresponsal en Argentina, Twitter: @RtrivasRivas

La aldea global, atravesada en las últimas dos décadas por las decisiones de los líderes de la nada, continúa con el inevitable ejercicio de prueba-error para enfrentar una pandemia que, al cierre de esta columna, da cuenta de cerca de 700 mil contaminados y unos 36 mil muertos en 193 países.

En el Mercosur, los datos de la tragedia reportan unos 5 mil afectados y 137 fallecidos. Los sistemas de salud globales, si no han sido destruidos, han descendido en su calidad y alcance social hasta los niveles de los que con tan lamentable como trágica estadística dan cuenta los números mortales de la presente emergencia. La próxima quincena, al decir de los que aseguran que saben, “será dramática porque luego de dos semanas de iniciadas las acciones preventivas, el virus circulante y localizado tenderá a expandirse”. Esos mismos informantes, que para evitar desgaste profesional demandan mantener sus identidades en reserva, agregan que “preocupa la evolución que la pandemia podría tener cuando comiencen los primeros fríos” otoñales.

El ministro de Salud local, el médico sanitarista Ginés González García, en el transcurso de una entrevista televisiva, luego de sostener que “el mundo está hablando del modelo argentino” en la lucha contra el COVID-19, revela que “el pico (de contagios), nosotros, en las hipótesis, lo teníamos para la segunda quincena de abril, (pero) como lo estamos ralentizando, quizás sea un poco más adelante”. Claramente, aquí lo que se imagina como más grave aún no sucedió. Prueba-error. Inevitable. Nadie sabe qué hacer cuando no hay vacunas aún.

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Por esa razón, el presidente Alberto Fernández (19 muertos) se apresta a prolongar el “aislamiento social obligatorio” que decretó días atrás para que se mantenga hasta nunca antes del 13 de abril venidero. El mandatario uruguayo, Luis Alberto Lacalle Pou (1 muerto), también va por el camino de la cuarentena impuesta. La misma estrategia –con algunas marchas y contramarchas– aplica Mario Abdo Benítez (3 muertos), el jefe de Estado paraguayo. Idéntica ruta crítica sigue Joaquín Piñera (6 muertos) en Chile. Unidad de criterios. En Brasil, Jair Messias Bolsonaro (114 muertos), va en sentido opuesto. No a las restricciones ni a enfriar, en consecuencia, la economía más grande de la región.

Se alinea con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump (2.191 muertos), que desde la lógica del “first America (primero EEUU)” prioriza la salud económica por sobre la humana en un país con un sistema de salud solo para ricos y famosos. Todos coinciden, sin embargo, en el cierre de las fronteras, en la vuelta al Estado nación para impedir que llegue el de afuera o que salga el de adentro. Eso ha dejado a miles de personas de toda nacionalidad lejos de sus países sin poder ejercer los derechos humanos a que las familias estén cerca, unidas y, al de regresividad, para que puedan volver a sus lugares de residencia. La angustia y la desesperanza son mucho mayores, por cierto, cuando Trump se esfuerza por llamar al COVID-19 “chinese virus (virus chino)” o “kung fu virus” y su homólogo chino, Xi Jinping (3.300 muertos), denuncia que el virus lo llevó a la ciudad de Wuhan una misión oficial de militares norteamericanos. Una guerra de percepciones de pacotilla.

Una reciente encuesta de Gallup International (GIA) reporta que “la mayoría de las personas a nivel mundial expresan preocupación por ellas mismas o por sus seres queridos en relación con el coronavirus. Cerca de tres cuartas partes de la población mundial dice que está dispuesta a sacrificar algunos de sus derechos si eso puede contribuir a luchar contra el virus”. Agrega que “la sociedad mundial tiene incertidumbre sobre qué pasará en las próximas semanas con la evolución del coronavirus”.

Detalla que la recolección de datos de campo alcanzó a una muestra de 25 mil personas (menos que las muertas por el virus) distribuidas en 28 países, entre los que se encuentran Estados Unidos, Rusia, India, Italia, Corea, España, Francia, Alemania, Suiza y otros, entre los que se encuentra la Argentina. Esa investigación revela también que se encuentra extendido “el miedo a contraer la enfermedad” y precisa que “el 75% de la población (argentina) tiene miedo de que él o un miembro de su familia pueda contraer coronavirus”.

En el orden local, según un trabajo realizado por la consultora Management & Fit, que dirige Mariel Fornoni, el 61,8% de los consultados en Buenos Aires y sus alrededores aseguró tener “preocupación” ante el COVID-19. Un 12,9% respondió tener “miedo”, lo que marca una enorme diferencia con Gallup. El 87,5% dijo estar “de acuerdo” con la cuarentena social y el 72% sostuvo que “el sistema de salud no está preparado” por la pandemia que, más tarde que temprano, pasará. Sus efectos luctuosos, sin embargo, no pasarán. Nada debería volver a ser igual después del COVID-19.


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