A diferencia de la posición cambiante del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien en principio no consideraba la amenaza de la pandemia del nuevo COVID-19 como un asunto serio –incluso llegó a calificarla de “histeria”–, los grupos mafiosos de Río de Janeiro tomaron el guante y decidieron ser ellos los que impongan de ahora en más el “orden y progreso” de la nación.
“¡Atención a todos los residentes de Rio das Pedras, Muzema y Tijuquinha! Toque de queda desde las 8:00 de hoy. Quien sea visto en la calle después de este tiempo aprenderá a respetar al prójimo”, dice un contundente mensaje del brazo armado de la mafia organizada, los pandilleros, quienes desde ayer imponen toque de queda a causa de la pandemia de coronavirus en las favelas de Brasil.
Más de un millón y medio de personas deberán acatar la orden severa o atenerse a las consecuencias, ya que desobedecer generalmente lleva a la muerte. La resolución es contundente y sin apelativos, a diferencia de las del mandatario brasileño, quien hace horas debió retractarse tras publicar un decreto que autorizaba a las empresas a que suspendieran el derecho de dejar de pagar al trabajador durante cuatro meses para preservar empleos.
Así, ese amplio conglomerado de estructuras con techos de chapas de zinc y paredes de plásticos, con túneles y recovecos intransitables para las personas foráneas, queda a cargo de las pandillas y no de las fuerzas armadas del Ejecutivo, que ante el avance de la pandemia no impuso ningún toque de queda nacional.
“Queremos lo mejor para la población. Si el gobierno no tiene la capacidad de arreglarlo, el crimen organizado lo resolverá”, advierte otro mensaje que desafía la autoridad de Bolsonaro y de su capacidad de acción.
Las favelas de Río de Janeiro, donde la prefectura local comenzó a intensificar las campañas de prevención y donde operan las bandas de traficantes, están compuestas por viviendas insalubres donde conviven aglomeradas las personas. El sábado, en la Ciudad de Dios, se confirmó uno de los más 2.200 casos de contagiados en Brasil, que ya se cobró unas 46 vidas.