COMENTARIO

Por Ricardo Rivas, periodista – miembro del IPPAI de Madrid

La información da cuenta, en pocos días, que la tensión aumenta en el Oriente cercano. Irán, acusado por el presidente Donald Trump de ser parte de un “eje del mal”, es señalado por coincidentes fuentes estadounidenses de atacar con torpedos, en el Estrecho de Ormuz, al petrolero noruego Front Altair, que transportaba nafta en sus bodegas, y al japonés Kokuka Courageous, con metanol en sus entrañas. Ambas naves debieron evacuar a sus tripulantes inmediatamente.

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Un marino nipón resultó levemente herido. El gobierno del presidente Hassan Rohani negó categóricamente la acusación. Horas después, la Guardia Revolucionaria iraní reportó que derribó un dron militar estadounidense violador de su espacio aéreo. Portavoces persas no identificados agregaron que “incluso, podríamos haber derribado un avión” norteamericano. Trump, a través de las redes, sostuvo que “Irán ha cometido un grave error”. Más tarde, ordenó el bombardeo de objetivos estratégicos iraníes que, finalmente, abortó cuando las aeronaves armadas volaban en procura de sus blancos. Al parecer, le impresionó que pudieran morir 150 personas.

“La tensión con Irán tomó de pronto una dimensión inesperada al borde de una guerra de consecuencias imprevisibles. Trump la detuvo en el límite. Pero la crisis no se ha apagado. La campaña electoral en EEUU mirará inevitable en ese conflicto. Y todo puede ocurrir”, sentenció Marcelo Cantelmi en Clarín de Buenos Aires. Acuerdo. La mediocridad de Trump abruma y, por qué no, muchas de sus acciones podrían ser categorizadas como desafíos a la inteligencia. Hollywood –que toda tragedia bélica la transformó en heroísmo y épicas rentables, al igual que Netflix por estos tiempos–, como no pocos historiadores y periodistas, desde muchas décadas advierte sobre burdas operaciones que, en el pasado, encendieron los odios para dar paso a la muerte.

En tono de comedia mordaz, crítica y para nada desprovista de cinismo, en 1997, Robert de Niro y Dustin Hoffman, en “Mentiras que matan”, mostraron cómo en una imaginaria consecuencia de un abuso sexual cometido por un presidente estadounidense en perjuicio de una becaria en el mismísimo Salón Oval devino en la ficción de una guerra contra Albania para facilitar la reelección de ese inescrupuloso mandatario cuando solo faltaban 11 días para las elecciones. En tono muchísimo más serio, en junio de 1971, The New York Times publicó los que se conocen como “Los papeles del Pentágono”, en los que se revela cómo cinco mandatarios norteamericanos –demócratas y republicanos– mintieron descaradamente sobre la guerra en Vietnam.

Aquella contienda absurda que Richard Nixon, uno de los mentirosos, finalizó con una retirada humillante de sus tropas en 1975, también cobró impulso el 4 de 1964 con un incidente naval inexistente con la marina de Vietnam del Norte en el Golfo de Tonkín, del que participaron los buques de guerra Maddox y Turner, lo que permitió al presidente Lindon B. Johnson obtener fondos para que 500 mil soldados participasen de la contienda. Nada nuevo. El 25 de enero de 1898, el acorazado Maine de los Estados Unidos ingresó en el puerto de la Habana. El 15 de febrero de ese año, cerca de las 22:00, esa embarcación estalló. Murieron 256 marinos.

Las autoridades norteamericanas responsabilizaron a España por lo sucedido. Documentos desclasificados mucho después revelaron que no fue así. Los archivos claramente describen que, con la intervención mediática del Grupo Hearst que lideraba William Randolph Herast –el cinematográfico “Ciudadano Kane”–, se operó sobre la sociedad estadounidense para culpar al gobierno español del hundimiento y las muertes y, con esa estrategia, resolver las diferencias entre esos dos países por las armas. La historia exige dudar de los relatos oficiales de la Casa Blanca sobre los sucesos más recientes en el Estrecho de Ormuz. Please Donald, give peace a chance.

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