Río de Janeiro, Brasil. | AFP.

A un mes de las elec­ciones presidencia­les en Brasil, la cam­paña se ha convertido ya en la más surrealista y su resultado en el más imprevisible de los tiempos modernos en el país.

Hasta la semana pasada, más de la mitad de los 147 millo­nes de electores estaban dis­puestos a lanzarse a los bra­zos del prisionero más famoso del país, el ex presidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva–encarcelado por corrupción– o en los del ex militar de extrema derecha Jair Bolsonaro, conocido por sus declaraciones racistas,misóginas y homófobas. Señal de que Brasil va mal.

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Violencia incontrolable, corrupciónendémica, desem­pleo, crisis presupuestaria e impopularidadrécord del presidente Michel Temer: los brasileños estánsaturados. Casi un 30% del electorado se declara indeciso. Losmerca­dos están nerviosos, y el real se deprecia frente aldólar.

El Tribunal Superior Electo­ral (TSE) acaba de declarar a Lula inelegible para las elec­ciones del 7 de octubre, con una segunda vuelta el 28 de ese mes. Situación grotesca en sí: el ex mandatario (2003-2010) hubiera ganado concasi toda seguridad, convirtién­dose en presidente por ter­ceravez.

Pero la descalificación del jefeincontestable de la izquierda, lejos de aclarar la situación, hacreado un nuevo embrollo.

Lula apeló ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU y ante la corte suprema. “Legalmente todavía hay una posibilidad de que pueda pre­sentarse”, afirma Michael Mohallem, analista de la Fundación Getulio Vargas,para quien “esta elección no se parece a ninguna”.

“La estrategia de todos los demás candidatos depende de Lula. Él es la clave de la elección”, añade. Brasil está inmerso en lo desconocido, a lo que se añade una campaña especialmente corta, dado que se redujo de 90 a 45 días tras una reforma electoral.

PROTAGONISMO JUDICIAL

Otro hecho inédito que deriva de la enrevesada novela de la candidatura de Lula es que “el poder judicial ha desempe­ñado, como nunca antes, un papel central” en la elección, subraya Michael Mohallem, que se pregunta si “en demo­cracia no es más bien el pueblo quien debería tener la última palabra”.

Con Lula dentro o fuera de la liza, el excapitán Jair Bolsonaro, defensor del uso de la tortura durante la dictadura (1964-85), tiene casi asegu­rado, según los sondeos, alcan­zar el segundo turno electoral. “Ese es otro aspecto surrea­lista de esta campaña”, afirmó David Fleischer, profesor emé­rito de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia. Brasil atravesó “21 años de régimen militar y la mayoría de los que apoyan a Bolsonaro tienen menos de 35 años y nacieron después de la dictadura”.

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