Mientras escarba entre el lodo seco, Javier Torres recuerda los fines de semana en casa de su abuela en Texas, de pesca en el río Guadalupe, ese mismo que el último viernes se desbordó y que probablemente la sepultó bajo escombros. Nacida en México, Alicia Olvera había cumplido 68 años hace dos semanas. Sus 8 hijos, 25 nietos y 3 bisnietos le hicieron una fiesta en casa de su hija Angélica, en un barrio cerca de Austin, la capital del estado.
Luego Alicia volvió a Hunt, una ciudad en el centro sur de Texas a orillas del río en donde, desde hace dos décadas, cuida una casa junto con su esposo José, de 70. Era su trabajo y su hogar. Allí estaba la madrugada del viernes 4 de julio, cuando fuertes lluvias ocasionaron el repentino desborde del río Guadalupe, arrasando todo y matando al menos a 100 personas, mientras que 160 están aún desaparecidas.
Cuando sus familiares se enteraron por las noticias, la llamaron por teléfono, sin éxito. Así que armaron una misión para ir a buscarla. Sortearon carreteras interrumpidas y finalmente pudieron llegar hasta la casa de Alicia el sábado por la mañana. Todo estaba cubierto por el lodo.
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Aquella piscina en donde Javier, de 24 años, solía jugar con sus primos cada vez que iban de visita, era un pantano, mientras que la casa estaba cercada por un lodazal de varios metros de altura, en donde se hundían al caminar. Mientras escarbaban, al primero que encontraron fue a José Olvera, esposo de Alicia.
“Él estaba enterrado en el lodo, junto a una camioneta, lo sacamos, pero ya no estaba con vida. Estaba junto a un niño y una niña” que aparentemente habían sido arrastrados por la corriente, explica Javier. En el lugar donde fueron hallados los cuerpos, la familia colocó tres cruces de madera e improvisó un pequeño altar. Pero aún no hay señales de “grandma”.
“Seguimos en la búsqueda de mi mamá, ya tenemos desde el sábado buscando y no hemos tenido resultados, le hablamos a la comunidad si nos pueden mandar más ayuda porque es lo que más queremos, encontrarla, me gustaría con vida, pero a estas alturas hemos perdido las esperanzas”, cuenta Angélica Torres, de 48 años, hija de Alicia.
Vecinos de Camp Mystic
La casa de Alicia está ubicada a cinco minutos en auto de Camp Mystic, el campamento de verano que fue severamente impactado por la arremetida del Guadalupe, y en donde 27 de las 750 niñas que acampaban allí perdieron la vida.
Este martes, las pertenencias que las niñas dejaron en su huida a un lugar seguro, habían sido colocadas organizadamente en las puertas de cada cabaña del campamento. Helicópteros militares aún sobrevolaban la zona, mientras autoridades visitaban el recinto afectado, cuyo acceso ha sido completamente restringido.
Los esfuerzos de los rescatistas han sido reforzados por voluntarios. Hasta la casa de Alicia llega Brett Lang con sus tres perros de búsqueda, que peinan la zona en busca de algún rastro. Lamentablemente aún no hay señales.
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Mientras tanto, así como hicieron para celebrarle su cumpleaños, los hijos de Alicia, y los hijos de sus hijos, se reúnen para remover cada centímetro de tierra para hallar a la abuela.
De esta casa, que era el hogar y el trabajo de Alicia, sus hijos salían muy bien alimentados. “Nos sentíamos bien a gusto cuando veníamos, le gustaba a ella mucho cocinar, siempre nos la pasábamos comiendo, todo el tiempo que veníamos quería hacer sus tamales”, dice Angélica.
Su hija reúne fuerzas para hacerle un pedido ante lo que parece inevitable. “Le he hablado mucho a ella que por favor ya no se esconda, que la queremos, siempre le hacíamos su fiesta, hace 15 días cumplió años (...) Yo quiero encontrarla, aunque ya sea diferente, pero quiero tenerla allí para lo que sigue, como Dios manda. Le pido ese milagro a Dios”.
Fuente: AFP.