La ministra de Cultura de Reino Unido, Michelle Donelan, ha afirmado este martes que más de 250.000 personas acudieron a la capilla ardiente de la reina Isabel II en el palacio de Westminster, que estuvo abierta durante cuatro días y cerró el lunes de cara a su funeral de Estado y entierro en la Cripta Real de la Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor.

Donelan ha resaltado en declaraciones concedidas a la cadena de televisión británica Sky News que más de un cuarto de millón de personas “pasaron por el Parlamento”, si bien ha manifestado que la cifra es provisional y ha agregado que las autoridades aún están examinando datos sobre las personas que acudieron, en muchos casos tras hacer horas de cola.

Asimismo, ha subrayado que la mayoría de los británicos consideran que los costes del funeral suponen “dinero bien gastado”. “No estoy segura del coste exacto, pero creo que el público británico considerará que es dinero bien gastado”, ha argüido, tal y como ha recogido la agencia de noticias PA Media.

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“Ya vieron a miles de personas ahí y no creo que nadie pueda sugerir que la fallecida monarca no se merecía esa despedida, dada la labor y el servicio abnegado que llevó a cabo durante más de 70 años”, ha manifestado Donelan, que ha incidido en que afirmar lo contrario sería “totalmente ridículo”.

“Hubo un gran sentimiento de una comunidad uniéndose. Siempre pienso en nuestra fallecida monarca como el pegamento que unió nuestra sociedad”, ha defendido, al tiempo que ha descrito como “fenomenal” las colas que se registraron para acudir a la capilla ardiente de Isabel II, según la agencia alemana de noticias DPA. Por último, ha rendido tributo a los voluntarios que han trabajado para sacar adelante los actos de los últimos diez días.

En el pub Queen Elizabeth

“No me importa”, dice uno, mientras otro habla de “comunión”. En el pub Queen Elizabeth de Londres, la división de opiniones sobre la monarquía, Isabel II, o sus funerales, muestra que no hay unanimidad en la sociedad británica.

Este bar del barrio londinense de Walworth, en el sur, de bonita fachada de ladrillos, en una zona residencial de viviendas familiares, debe su nombre a Isabel I, que reinó de 1558 a 1603. En la sala principal, decorada con fotos de caballos de carreras, en blanco y negro, algunas amarillentas, la cerveza corre de buena mañana para algunos clientes habituales.

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Para Tony, cabellos blancos, risa fuerte y cavernosa de fumador, este lunes no tiene nada de particular. Va al pub “todos los días” y lo que se ve en la pantalla no le emociona demasiado: “tienen un estilo de vida totalmente diferente al mío”, se justifica. Un joven limpiador ha llegado después de su turno, y no da su nombre porque no quiere que se sepa que está ahí, su esposa cree que termina más tarde.

Es indiferente a la familia real. “Me importa una mierda, nunca pagaron mis facturas”. Vuelan las reflexiones cáusticas sobre la reina consorte Camila o el príncipe Andrés, que se libró de las acusaciones de agresión sexual a una menor pagando millones de dólares.

“No hizo nada por mí”

De vez en cuando, algunos echan una mirada silenciosa al televisor, entre idas y venidas para salir a fumar. En este ambiente masculino, la gente grita, bebe y eructa. Pero no todos son indiferentes. “Amo a la reina”, dice Hassan Halil, de 69 años, para quien este lunes es “triste, muy, muy triste”. La reina era “como una madre en todo el mundo”.

A su vecino Roy Wayre, de 71 años, no le importa el funeral de la reina. “No soy monárquico”, dice, liando un cigarrillo, “no hizo nada por mí”. En una sala diferente del bar, se ven pintas de cerveza, pero sobre todo tazas de té con leche, zumo de naranja. Aquí, un público más familiar escucha religiosamente en un silencio sólo perturbado por un niño pequeño y por algunos susurros.

Un cliente pide que se suba el sonido de la televisión para poder escuchar mejor el sermón del arzobispo de Canterbury, Justin Welby. Otro mira angustiado a la otra habitación ruidosa. En esta parte del pub se guardan los dos minutos de silencio y se canta el himno nacional.

“Ceder el testigo”

David Clifford, un abogado de 36 años y padre joven, vino al pub Queen Elizabeth por sentido de la comunidad, para ver el funeral con sus vecinos. “Es el fin de una era”, señala, “el fallecimiento de alguien que ha estado ahí toda mi vida y el comienzo de la vida de mi hija”. Resalta que es difícil combinar “la pompa de la vieja Gran Bretaña” con la reflexión “de lo que será la nueva”.

El himno nacional, añade, sirve para “ceder el testigo al nuevo monarca. Lo cantamos tantas veces como ‘Dios salve a la reina’, y para mí era la primera vez” de cantar “Dios salve al rey”. “Es un momento de comunión (...) Para eso se inventaron estos acontecimientos”, observa Vincent Letort, un informático francés de 50 años, instalado en Londres desde 2014.

Fuente: Europa Press/AFP.

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