“Claro que tenemos miedo, ¡casi siempre cae aquí!”, cuenta Nikolaï, apresurando el paso para regresar a casa antes del toque de queda. Las tropas rusas suelen bombardear a última hora de la tarde. Dos horas antes, en ese mismo barrio de Tiurinka, al menos seis personas murieron por disparos de cohetes mientras esperaban ante una oficina de correos para recibir ayuda humanitaria.

“En Járkov, hay fuegos artificiales todos los días”, resume, muy serio, un policía en un puesto de control. El pasado viernes, otras cuatro murieron acribilladas y unos proyectiles provocaron dos grandes incendios.

A mediados de semana, en un solo día, la administración local informó de “44 ataques de artillería, tanques, morteros, etc... y 140 ataques con cohetes” contra la ciudad, además de dos ataques con misiles desde el mar Negro y 30 intervenciones de los servicios de emergencia. “Es lo que llamamos una situación estable”, comentan las autoridades, con un toque de ironía.

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“Contra los civiles”

“Todos los días, hay bombardeos indiscriminados sobre la ciudad y muchos muertos”, denuncia el alcalde de la ciudad, Igor Terekhov. “Es una guerra contra Járkov, contra Ucrania, contra los civiles”, dice. Járkov es una ciudad predominantemente rusófona de casi 1,5 millones de habitantes y se encuentra a unos 40 km de la frontera rusa.

Fue rusa durante siglos bajo los zares y de 1917 a 1934, fue la capital de la Ucrania soviética. La ciudad pagó un alto precio contra la Alemania nazi, con cuatro batallas mortales y cientos de miles de muertos. Pero esta vez, el agresor es ruso. El primer día de su ofensiva, el 24 de febrero, las fuerzas moscovitas arrasaron la ciudad, penetrando hasta en sus suburbios. Aunque finalmente, las fuerzas ucranianas las empujaron hacia las periferias del norte y del este.

Desde entonces, la artillería rusa ataca a todas horas, durante el día y la noche y hasta en el centro de la ciudad, gracias a misiles de largo alcance que parecen apuntar a edificios gubernamentales y de seguridad. Járkov lleva las cicatrices de cuatro semanas de intensos bombardeos. Hasta hoy, las tropas rusas destruyeron o dañaron 1.143 infraestructuras, incluidas 998 casas o edificios residenciales, según el ayuntamiento.

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El famoso Derjprom, el primer rascacielos soviético construido en 1928 permanece intacto por el momento, con sólo algunas ventanas derribadas. Pero en la plaza de la Libertad, tres semanas después de un ataque mortal, los socorristas siguen sacando cuerpos de los escombros.

Con sus defensas aéreas destruidas en las primeras horas de la invasión, la ciudad quedó abierta a la aviación rusa, que lanzó varias bombas de gran potencia. Las autoridades locales apuntan a bombas termobáricas, cuya característica es no dejar cráter y destruir todo en un círculo de unos diez metros.

Así, un jardín de infancia para niños sordomudos y dos bloques de viviendas del distrito de Shevchenko (norte) fueron devastados como por un huracán, aunque sin causar víctimas por milagro. Desde hace una semana y gracias a la llegada de nuevas defensas antiaéreas, los bombardeos aéreos han cesado, según responsables locales.

Psicosis

“La situación cambia constantemente”, cuenta Serguiï, que vive en el quinto piso de un edificio soviético. “Digamos que es más bien indiscriminado en los suburbios, un poco más dirigido en el centro de la ciudad”, explica, refiriéndose a los ataques.

En las zonas más peligrosas, no hay peatones. Los habitantes solo salen para buscar alimentos o pasear rápidamente a sus perros en parques vacíos. “Soy de Járkov, no tengo ningún lugar adónde ir. Entonces, ¿para qué irme?”, se pregunta Anna Kolinichienko, de unos 50 años, acompañada por su viejo labrador.

En su pequeño piso de tres habitaciones, donde vive con su hermana y su cuñado, ni siquiera se molesta ya en bajar al sótano cuando suenan las alarmas. “Si cae una bomba, moriremos de todos modos”, dice, resignada. “Ya no hay enfrentamientos callejeros, aquí había muchos saboteadores...”, recuerda.

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Járkov es una ciudad “donde los habitantes tienen hermanos y amigos en Rusia”, según su alcalde. Esta proximidad es utilizada por Moscú para infiltrar armas y combatientes. En 2014, durante la revolución del Maidán en Kiev, la ciudad fue, al igual que las ciudades de Donetsk y Lugansk en el Donbás, el escenario de un levantamiento “prorruso”, que fue rápidamente reprimido.

En el centro, la paranoia es palpable, con barricadas improvisadas y obstáculos antitanque en varios puntos de la ciudad. Cualquier extraño es inmediatamente interrogado y los coches sospechosos son detenidos y registrados. “La situación es actualmente muy difícil”, dice el alcalde, que solo se reúne con la prensa en un lugar secreto. “Pero estamos unidos y lucharemos”, dijo, glorificando el “heroísmo” de su ciudad.

Fuente: AFP.

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