La ciudad brasileña de Petrópolis amaneció el viernes con una fuerte lluvia, tres días después de un temporal histórico que dejó al menos 120 muertos y 116 desaparecidos, y cubrió barrios enteros de lodo, bajo el cual todavía yacían los desaparecidos.

Por su parte, el papa Francisco expresó “sus condolencias” y compartió “el dolor de todos los enlutados o despojados de sus bienes”, en un telegrama en portugués enviado al obispo de Petrópolis, Gregorio Paixao Neto.

En esta antigua ciudad imperial, situada a 68 km al norte de Rio de Janeiro en una zona montañosa, más de 500 bomberos y cientos de voluntarios, ayudados por perros, excavadoras y aeronaves, trabajaban a destajo, aunque la esperanza de hallar víctimas con vida se agota. Las autoridades municipales volvieron a activar por la mañana las sirenas de alerta, en medio de una fuerte lluvia que amenaza con nuevos deslizamientos.

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La noche del jueves, las precipitaciones volvieron con fuerza, las tareas de rescate fueron suspendidas y vecinos de varios barrios fueron llamados por alarmas y mensajes de texto a resguardarse en casas de familiares o refugios públicos “debido al volumen de lluvia que afecta a la ciudad y que seguirá, con intensidad entre moderada y fuerte, en las próximas horas”, informó la Defensa Civil local.

“Siento miedo al ver que vuelve a llover, porque el suelo continúa empapado. Pienso en las familias que viven en los barrios donde ya murieron muchas personas y me desespero”, dijo a la AFP Rodne Montesso, un habitante de Petrópolis de 45 años cuya casa no corre riesgo.

Al menos dos calles fueron cerradas y los vecinos evacuados preventivamente tras un deslizamiento de “bloques rocosos”, que no causó heridos, añadió la institución. El cielo descargó tanta furia el martes en seis horas que varios cerros de esta ciudad turística se desmoronaron con torrentes de lodo que sepultaron decenas de casas y arrastraron automóviles, buses con pasajeros y todo a su paso.

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Un desastre con cifras cada vez más dramáticas. Por ahora hay 120 muertos confirmados, 24 rescatados y 849 desplazados, mientras que las cifras de desaparecidos son confusas debido a los pocos cuerpos identificados, que según el sitio de noticias G1 eran 57 este viernes.

La Policía Civil registraba hasta este jueves 116 desaparecidos, según los medios locales, y el Ministerio Público informó a la AFP que en su servicio de localización de personas siguen registrados 35, aunque ambas cifras iban siendo revisadas a medida que ubicaban sobrevivientes o se identificaban cuerpos.

“No abandonaremos”

“No abandonaremos, con o sin ayuda, vamos a continuar”, afirma Anderson Mota Barreiros, que busca a su hermana bajo el lodo y los escombros de lo que hace dos días era su casa en la ciudad brasileña de Petrópolis, escenario de lluvias históricas.

“Mi hermana y su familia siguen desaparecidos. Aquí es donde estaba su casa”, dice Barreiros, de 37 años, mientras se abre paso entre una enorme pila de escombros en el barrio pobre de Alto da Serra, en una ladera de la pintoresca ciudad, al norte de Rio de Janeiro.

Como Barreiros, muchos residentes corrieron a rescatar a sus seres queridos y vecinos incluso cuando todavía se desarrollaba el desastre, la noche del martes. Al menos 104 personas murieron como consecuencia de las lluvias y los deslizamientos de tierra, según el último balance del jueves.

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La mayoría ha seguido ayudando a excavar en el lodo incluso ahora que han llegado soldados y rescatistas. Pero entre la población, hay una ira amarga por la tragedia y el tiempo que están tomando las operaciones oficiales de rescate para encontrar a los desaparecidos. Barreiros buscó todo el miércoles y después de una noche de agonía, regresó al alba para continuar en el mismo lugar donde se había interrumpido, ayudado por un grupo de amigos. En su zona “no hay nadie” de las autoridades para ayudar, dice Barreiros a la AFP.

“No he visto a ningún bombero, a ningún rescatista que me ayude. Pero no abandonaremos. Con o sin ayuda, vamos a continuar”. Mientras proseguían los esfuerzos de búsqueda, los residentes frustrados comparaban información sobre qué casas y negocios habían desaparecido y se preguntaban si había noticias de las personas que conocían. A menudo, no las había.

El número de personas que siguen desaparecidas es confuso. Muchos pueden estar entre las decenas de cuerpos que aún no se han identificado. Veinticuatro personas fueron rescatadas del lodo y los escombros, la mayoría en las primeras horas posteriores al desastre. Pero a medida que pasa el tiempo, la esperanza de encontrar más personas con vida se desvanece.

Nada más que lodo

Cubierto de lodo, con una azada en una mano y una pala en la otra, Luciano Gonçalves, un vendedor en un mercado local de 26 años, trabaja como rescatista voluntario desde la noche del martes. Ayudó a salvar a un hombre dentro de un automóvil que estaba siendo arrastrado por las aguas de la inundación, pero no cree que ya se encuentren más sobrevivientes, dice a la AFP.

“Desafortunadamente, parece prácticamente imposible”, dice con una mirada de dolor en su rostro. Gonçalves, que creció en Alto da Serra, dice que perdió “muchos” amigos en la tragedia. Los restos de los edificios donde él y sus compañeros voluntarios ahora están excavando están “llenos de lodo, nada más”, lo que deja pocas posibilidades de bolsas de aire donde los sobrevivientes puedan estar vivos, dice.

“Pero vamos a seguir buscando, para al menos poder entregar los cuerpos a las familias para que puedan enterrarlos y tener ese consuelo”. Los residentes de esta comunidad de clase trabajadora construida en el declive de un cerro, como tantos barrios pobres de Brasil, dicen que no tenían a nadie que los ayudara más que a ellos mismos cuando la ladera de la colina cedió, arrasando con todo a su paso.

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Yasmin Kennia Narciso, una maestra de 26 años, recuerda los sonidos de esa noche: el rugido de la ladera derrumbándose, luego los gritos de los vecinos pidiendo ayuda. “Mi padre se apresuró para ayudar a nuestros vecinos, pero seguía cayendo más y más tierra”, dice, sentada en un colchón en el suelo de la iglesia cercana donde ella y su familia de 12 han buscado refugio.

“No logró ayudar a las dos ancianas que vivían cerca de nosotros. Una tenía 82 años y la otra 89. Todo quedó enterrado allí”. Los cuerpos de las mujeres fueron recuperados, dijo. “Pero otra señora que vivía junto a nosotros todavía está allí arriba, enterrada en el barro”.

La urbanización salvaje

La tragedia de Petrópolis, la localidad turística cerca de Rio de Janeiro donde al menos 120 personas murieron por lluvias torrenciales, pone de nuevo evidencia los riesgos de la urbanización salvaje, con viviendas precarias en los cerros. La zona más afectada fue el barrio Alto da Serra, ubicado en lo alto de un cerro, no lejos del centro histórico de la ciudad que fue residencia de verano del emperador Pedro II de Brasil en el siglo XIX.

Es un barrio densamente poblado, con casas modestas pegadas unas a otras, a lo largo de calles muy estrechas y empinadas. Todas esas casas fueron alzadas en la ladera, la mayoría sin permisos de construcción. A unas 80 se las tragó la tierra el martes. La avalancha de lodo que destrozó gran parte del barrio sorprendió a Michel Mendonça, un mecánico de 35 años que desconocía vivir en una zona de riesgo.

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“Fui yo que construí la casa hace diez años, nunca imaginamos que esto pudiera pasar, como pasó. Sabemos que hay un desnivel allá arriba, pero no se tiene la dimensión de ese riesgo”, confiesa ante la AFP, mientras barre la espesa capa de barro frente a su casa, que ha quedado más o menos intacta.

“Tengo un taller allá abajo, hay 40 cm de agua, pero no es nada comparado con toda la gente que perdió a sus seres queridos”, asegura. Según él, desde que llegó a vivir al barrio las autoridades nunca alertaron a los habitantes del menor riesgo.

“Los pobres son relegados, siempre son los últimos en enterarse, y apenas cuando las cosas suceden. Yo creo que, en este tema de los cerros, de las favelas, ciertamente la culpa la tienen las autoridades, sí. La tragedia es un fenómeno natural, pero las autoridades ciertamente tienen la culpa”, denuncia.

“Yo dormía tranquila”

Regina dos Santos Alvalá, directora adjunta del Centro de Monitoreo de Desastres Naturales (Cemaden), opina que “a pesar de algunos avances en los últimos años”, Brasil aún tiene mucho por hacer para reducir los riesgos asociados a los desastres naturales.

“Brasil ha avanzado en los últimos años en términos de monitoreo, emisión de alertas, pero necesitamos avanzar en otros aspectos, adoptar acciones que contribuyan a minimizar la vulnerabilidad de las personas y políticas de vivienda, de manutención de la vegetación nativa, que sirve de barrera a los deslizamientos de tierra”, explicó.

“No podemos evitar la lluvia, pero mitigar los impactos es posible y crucial”, agregó. El Cemaden calcula que en Brasil 9,5 millones de personas viven en áreas de riesgo por deslizamiento o inundación, muchas de ellas en favelas, sin estructuras de saneamiento básico.

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“Esta casa la compré en 1996, nunca pensé que pudiera pasar algo así, aparentemente aquí era tranquilo. No la consideraba una casa en una zona de riesgo. Dormía tranquila, incluso con lluvia”, explica Sheila Figueira, otra vecina de Alto da Serra.

La avalancha de lodo pasó a unos metros de su casa de dos pisos. Desde su balcón, ve a los bomberos desenterrar cuerpos. “No sé si podré quedarme, pero me gusta este lugar, esta casa tiene un significado especial para mí, luché mucho (para comprarla)”, lamenta esta vendedora de 59 años.

“Casas cada vez más arriba”

Algo similar siente Rafael de Matos, cuya casa de paredes amarillas, a pocos metros abajo de la de Sheila Figueira, también se salvó. “Yo nací y crecí en esta casa que construyó mi padre en los años 70. En ese momento, era una de las casas más altas del barrio, pero hoy es una de las que están más abajo. En los últimos años ha habido muchas otras construcciones, cada vez más arriba (en el cerro)”, explica este peluquero de 38 años, señalando la zona alta, afectada por el deslave.

Para Estael Sias, meteoróloga de la agencia Metsul, los platos rotos de esta combinación de desastres climáticos y urbanismo sin control lo pagan los más pobres. “Los que terminan teniendo que vivir en estas regiones de riesgo son los más vulnerables, los que están más expuestas a este tipo de situaciones. Y eso sin contar que estamos viviendo una crisis económica producto de la pandemia que lo empeoró todo, porque la cantidad de personas que salieron de áreas que no estaban en riesgo para instalarse en áreas de riesgo sin duda aumentó”, explicó.

“Además de todo este escenario puramente meteorológico y asociado a la orografía (relieve montañoso), el hecho de que esas áreas estén siendo ocupadas de forma ilegal muchas veces también acaba siendo otro factor de riesgo”, agregó.

Entre la desesperanza y la solidaridad

Varias familias, algunas con lágrimas en los ojos, descendían el miércoles la colina de Alto da Serra, llevando consigo lo poco que consiguieron salvar de sus casas tras las lluvias torrenciales que golpearon la ciudad turística de Petrópolis, en el sureste de Brasil.

“Es desesperante. Nunca habríamos podido imaginar que aconteciera una cosa así”, deplora Elisabeth Lourenço, agarrando dos grandes bolsas en las que metió a toda prisa su ropa mientras desciende la empinada pendiente, resbaladiza por la lluvia.

Como todos los habitantes de su barrio, esta manicurista de 32 años tuvo que abandonar su modesta vivienda ante el temor a nuevos deslizamientos. “En el peor momento de la lluvia, cayó mucho lodo de lo alto de la colina y las ramas de los árboles cayeron sobre la parte trasera de mi casa”, dijo a la AFP.

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A unas decenas de metros, el caos. Una enorme área de la colina está cubierta de lodo mezclado con ladrillos y restos de tejados de zinc. La tragedia dejó al menos 120 muertos y decenas de viviendas destruidas, según un balance realizado el miércoles en la tarde por el gobernador de Rio de Janeiro, Claudio Castro, que puede aumentar a medida que continúan las búsquedas.

Los equipos de rescate están excavando para tratar de encontrar sobrevivientes, mientras los residentes observan la escena, incrédulos, estremeciéndose con cada helicóptero que pasa y que hace un ruido ensordecedor. “Estaba cenando cuando empezó la tormenta. Mi hermano vino a buscarme y me dijo: ‘tenemos que irnos, el cerro se está derrumbando’”, explica Jerónimo Leonardo, de 47 años, cuya casa, relativamente conservada, da a la ladera sepultada por el deslizamiento de tierra.

Todos los habitantes de Alto da Serra, un barrio popular construido en la ladera de un cerro a unos veinte minutos del centro histórico, se vieron obligados a desalojar el recinto. Destino: la iglesia de Santo Antonio, situada a unos diez minutos a pie, en lo alto de otro cerro.

“Agua hasta la cintura”

Desde la plaza de esta pequeña iglesia colonial con la fachada de color azul cielo, se puede ver el área devastada por el deslave, a través de la neblina. Allí acuden decenas de familias desplazadas, cargadas con bolsas, y muchos voluntarios que vienen a traer donaciones.

“Desde el inicio de la tragedia, abrimos las puertas de la parroquia para recibir a los damnificados, (el martes) al final de la tarde. Recibimos alrededor de 150, 200 personas, entre ellas un gran número de niños”, explica el padre Celestino, cura de la parroquia. Detrás de la iglesia, se instalaron colchones en el suelo de la sala principal de la parroquia.

“No he dormido en toda la noche”, explica Yasmin Kennia Narciso, una asistente escolar de 26 años que está amamantando a su bebé Luana, de nueve meses, sentada en un colchón. La joven, que vive con su otra hija de seis años y sus abuelos, no pudo salir de su casa hasta las 11 de la noche.

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“Tratamos de salir antes, pero había muchas piedras en medio del camino y todo estaba inundado. Teníamos agua hasta la cintura y tuvimos que esperar a que bajara el nivel”, cuenta esta joven, que viste un gorro. “No tengo noticias de varios vecinos, una señora mayor y sus tres hijos pequeños que vivían unos metros más arriba quedaron soterrados por el lodo”.

En las instalaciones de la parroquia logró cambiar los pañales de su hija gracias a las donaciones que llegaron de madrugada. En la plaza de la iglesia, una docena de voluntarios descargan botellas de agua de una camioneta, mientras otros clasifican ropa. “¿Me puede dar unos zapatos?”, pregunta un niño, descalzo, con la ropa manchada de barro. Las víctimas han iniciado una larga espera antes de saber si algún día podrán regresar a casa, si es que no ha quedado engullida por el lodo.

Principales aludes de tierra

Principales aludes de tierra provocados por fenómenos meteorológicos en los dos últimos años en el mundo, tras el ocurrido el martes en la turística ciudad brasileña de Petrópolis, cercana a Rio de Janeiro:

Octubre de 2021, India y Nepal

Casi 200 personas mueren tras varios días de fuertes inundaciones y devastadoras avalanchas de tierra en India y Nepal. En India, con un saldo de 102 muertos, los más afectados por estos desastres son los estados de Uttarakhand (norte, Himalaya) y de Kerala (sur, costas).

Julio de 2021, India

Las lluvias monzónicas causan también inundaciones y desprendimientos de tierra en la costa oeste del país, con un saldo de 160 muertos y decenas de desaparecidos. Sólo en el estado de Maharasthra pierden la vida 149 personas, 40 por un alud que arrasa la aldea de Taliye, al sur de Bombay.

Julio de 2021, Alemania y Bélgica

Inundaciones de una rara intensidad, causadas por lluvias torrenciales el 14 y 15 de julio matan al menos a 221 personas, 183 en Alemania y 38 en Bélgica. Además, en el primero dos personas son declaradas desaparecidas, los Länder más damnificados son Renania-Palatinado y Renania del Norte-Westfalia (oeste). El 16, en Erfstadt, cerca de Colonia (oeste), parte del pueblo se derrumba tras un alud de tierra, dejando varios muertos y desaparecidos.

Noviembre de 2020, Honduras, Guatemala y Nicaragua

Con menos de 15 días de diferencia se abaten los huracanes Eta e Iota, que siguen la misma trayectoria desatando a su paso catastróficas inundaciones, avalanchas de tierra y destrucción, con centenares de muertos en Honduras, Guatemala y Nicaragua. Sólo en Guatemala, un alud de tierra, que sepulta decenas de casas en la aldea indígena de Queja (norte), habría provocado más de un centenar de víctimas mortales.

Octubre de 2020, Vietnam

Fuertes inundaciones y avalanchas de lodo en el centro del país matan a unas 130 personas, dañando o destruyendo más de 310.000 viviendas. Entre los muertos figuran 22 soldados sepultados por un gran alud en la provincia de Quang Tri.

Julio de 2020, Birmania

El día 3, un gigantesco desprendimiento de tierra mata a más de 166 recolectores informales en una mina de jade en el norte del país. Tras lluvias monzónicas torrenciales, una enorme cantidad de rocas caen en un lago, provocando “olas de barro” que sepultan un valle en el distrito de Hpakant, cercano a la frontera con China.

Abril de 2020, Kenia

Inundaciones y derrumbes de tierra causados por fuertes lluvias provocan la muerte de unas 200 personas a lo largo de un mes, destruyendo muchos cultivos, en particular en el oeste y centro del país, pero también en regiones costeras.

Fuente: AFP.

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