“¡Ahora hay paz!”. Del lado paquistaní de la frontera, familias afganas esperan con ansiedad su regreso a casa, lejos de Kabul donde miles de personas intentan huir desesperadamente. Desde el puesto fronterizo de Chaman (Pakistán), donde estacionan camiones abarrotados de alfombras, sábanas, ropa e inclusive cabras, gozan de una vista impresionante del sur de su país, Afganistán.

Unas 200 personas esperan impacientes para volver allí, a diferencia de miles de sus compatriotas que asedian el aeropuerto de Kabul para intentar huir en medio de un caos cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo tras la toma del control del país por los islamistas.

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Aquellos que huyeron de la guerra entre talibanes y occidentales en las dos últimas décadas creen que el nuevo gobierno ha devuelto lo que más ansían: la paz. “Abandonamos Afganistán a causa de los bombardeos y otros problemas que afectaban a los musulmanes. Pero ahora, gracias a Alá, la situación es normal, por lo tanto, decidimos regresar”, señaló a la AFP Molavi Shaib.

“Ahora la paz ha sido restablecida”, comenta otro, Muhamad Nabi. Marcada por una profunda brecha de 3 metros repleta de alambre de púas, la frontera que separa Chaman de la ciudad afgana de Spin Boldak, principal punto de acceso de mercancías hacia el sur de Afganistán, ve pasar por allí a miles de personas diariamente.

“Tenemos nuestros bienes, nuestras mujeres y niños están esperando. Queremos cruzar, pero no nos lo permiten. Le pedimos al gobierno paquistaní para poder hacerlo puesto que no hay más guerra”, añadió Nabi. Casi dos millones de afganos se refugiaron en Pakistán durante las últimas cuatro décadas, en tanto sucesivas guerras han devastado Afganistán. E, Islamabad afirma desde hace varios años que no puede acoger a más.

“Una vida mejor”

En Pakistán, numerosos refugiados afganos se han sentido incómodos y muy discriminados. Constituyen un factor importante en la delicada ecuación diplomática entre ambos países. En estos últimos 20 años, el ahora ex régimen pro-occidental de Kabul acusaba reiteradamente a Islamabad, históricamente próxima a los talibanes, de apoyarlos.

En la caja de uno de los camiones que aguarda poder cruzar, un adolescente carga a un bebé junto a un montón de objetos, entre los que pueden distinguirse un balde, una cama, una bicicleta. Separado del primero por una cabra blanca, otro chico se encuentra sentado sobre un almohadón amarillo.

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Todos creen que tendrán una vida mejor en Afganistán. Originario de Ghazni, provincia ubicada más al norte, sobre la carretera que conecta con Kabul, Wali Ur Rahman afirmó que está “feliz” de regresar. Ghazni, poblada sobre todo por pastunes, grupo étnico de los talibanes, ha sido un punto crítico en la guerra entre fuerzas afganas y occidentales, por un lado, y los rebeldes islamistas por el otro.

“Estaremos mucho mejor allá”, añade Wali Ur Rahman. Muy lejos de sus compatriotas que, en Kabul en particular, temen a eventuales represalias violentas por parte de los talibanes contra aquellos que trabajaron para el gobierno depuesto o para los occidentales.

Fuente: AFP.

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