Centenares de niños desafiaron el miércoles la prohibición de manifestarse en los campos de refugiados rohinyas en Bangladés para conmemorar el cuarto aniversario de la violenta represión contra esta minoría en Birmania, que generó un masivo éxodo. Miles de policías y soldados armados patrullaron los campos del distrito de Cox’s Bazar, aunque no intervinieron.
Unos 750.000 rohinyás huyeron del estado birmano de Rakáin (oeste) en agosto de 2017, tras una operación de represión del ejército en ese país de mayoría budista, denunciado por asesinatos y violaciones contra esa minoría. Familias enteras se sumaron en condiciones muy difíciles a los 200.000 refugiados víctimas de persecuciones y ya instalados en campos del otro lado de la frontera, en Bangladés.
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Este miércoles niños, algunos de solamente cinco años, participaron en una marcha-sorpresa de 15 minutos en el campo de Kutupalong, el mayor campo de refugiados del mundo, para pedir justicia por los rohinyás muertos durante la represión, cuya cifra es de varios miles, según las ONG.
Entre 3.000 y 4.000 niños participaron, gritando “¡queremos justicia!”, y pìdiendo una repatriación “justa”, según el responsable comunitario Mohamad Osman. Según la policía, solo algunas decenas de niños habrían participado.
Las autoridades de Bangladés han prohibido las manifestaciones en los campos de refugiados afirmando que podrían propagar el COVID-19. La pandemia ha causado la muerte de al menos 30 rohinyás y contaminado a miles más.
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Fuente: AFP.
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Sudáfrica responde con estadísticas a las acusaciones de “genocidio”
- Johannesburgo, Sudáfrica. AFP.
Sudáfrica no enfrenta un “genocidio” de blancos y las afirmaciones de que la mayoría de las víctimas de asesinatos en granjas son de ese color representan una distorsión de las estadísticas, declaró el viernes pasado el ministro de Policía. La teoría conspirativa del genocidio es “totalmente infundada y completamente carente de pruebas”, afirmó Senzo Mchunu, rechazando las acusaciones de Donald Trump, quien volvió a sostener el miércoles durante conversaciones con el presidente Cyril Ramaphosa que “miles” de agricultores blancos fueron asesinados.
“Los asesinatos en granjas siempre incluyeron a africanos (negros) y en mayor número” que blancos, añadió. Presentando las estadísticas trimestrales de criminalidad, indicó que dos propietarios de granjas fueron abatidos entre enero y marzo de 2025, ambos negros. Un residente de una granja, dos empleados agrícolas y un administrador de granja también perdieron la vida en ataques en granjas durante el trimestre. Solo uno —el residente— era blanco, precisó Mchunu.
Doce asesinatos en granjas fueron registrados entre octubre y diciembre de 2024, de los cuales solo una víctima —un propietario de granja— era blanca, agregó el ministro. Durante las conversaciones del miércoles en la Oficina Oval, Trump mostró un video y artículos que pretendían respaldar sus acusaciones de “persecución” y que la AFP verificó, encontrando numerosas inexactitudes.
Las cifras registradas entre enero y marzo mostraron una disminución del 12 % en el número de asesinatos en comparación con el mismo período del año anterior, con 5.727 personas asesinadas en un país con más de 64 millones de habitantes. Esto equivale a unos 63 homicidios por día, frente a más de 75 diarios durante el año fiscal 2023/24, según cifras policiales. Las víctimas son en su mayoría hombres jóvenes negros que viven en zonas urbanas.
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Trump embosca al presidente de Sudáfrica con acusaciones de genocidio
- Washington, Estados Unidos. AFP.
Donald Trump sorprendió ayer miércoles al presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, al mostrarle un video que supuestamente comprueba las acusaciones estadounidenses de un genocidio contra personas blancas en el país africano. Durante un encuentro oficial con Ramaphosa en la Casa Blanca, Trump pidió que apagaran las luces para que se proyectara un video en una pantalla, al afirmar que mostraba a políticos sudafricanos negros instando a la persecución de granjeros blancos.
"Les permiten tomar tierras y cuando toman las tierras, matan al agricultor blanco. Cuando matan al agricultor blanco, no les pasa nada", dijo Trump. También exhibió recortes de prensa que, según él, respaldan sus afirmaciones, aunque uno de ellos tenía una foto de República Democrática del Congo.
Ramaphosa negó que su país esté confiscando tierras de agricultores blancos en el marco de una ley de expropiación aprobada en enero, con la que se pretende corregir las desigualdades históricas del dominio de la minoría blanca. “No, no, no, no”, dijo Ramaphosa. “Nadie puede tomar tierras”.
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El líder sudafricano intentó hablar varias veces durante la reproducción de la grabación de cuatro minutos, pero el propio Trump lo interrumpía. “¿Dónde es esto?”, cuestionó Ramaphosa mientras se movía inquieto en su asiento.
La visita del gobernante sudafricano era una oportunidad para suavizar las relaciones diplomáticas luego de que Trump y su cercano asesor de origen sudafricano, el multimillonario Elon Musk, también presente en el despacho oval, denunciaran sin fundamento tal genocidio.
Musk es uno de los principales impulsores de esas afirmaciones. “Estamos aquí esencialmente para restablecer la relación entre Estados Unidos y Sudáfrica”, había dicho Ramaphosa, quien acudió al encuentro con dos famosos golfistas sudafricanos, Ernie Els y Retief Goosen, y el hombre más rico de su país, Johann Rupert. Los tres hombres blancos.
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“Mucha calma”
En las imágenes, el legislador opositor de extrema izquierda Julius Malema aparecía cantando “matemos al bóer, matemos al agricultor”, parte de un cántico de la época del Apartheid cuando se combatía el dominio de la minoría blanca.
El video concluyó con una protesta en Sudáfrica en la que se instalaron cruces blancas a lo largo de un camino rural para representar las muertes de agricultores, aunque Trump dijo erróneamente que representaban sus tumbas.
La prensa estaba presente y en cierto punto Ramaphosa suplicó “hablar del asunto con mucha calma”. “Nelson Mandela nos enseñó que siempre que hay problemas, la gente debe sentarse a la mesa y conversar. Y esto es precisamente de lo que nosotros también queremos hablar”, dijo.
Lo ocurrido recordó el episodio de febrero en el que Trump y su vicepresidente, JD Vance, enfrentaron al mandatario ucraniano, Volodimir Zelenski. Ramaphosa pareció estar más preparado al mantener la calma y pidió mejorar las relaciones bilaterales.
“Un gran éxito”
El presidente sudafricano también intentó hacer un balance positivo de la reunión y dijo que espera que Trump participe de la cumbre del G20 en Johannesburgo en noviembre. Comentó que los dos gobernantes “no insistieron” en el asunto de la violencia contra las personas blancas durante el almuerzo y que los ministros de ambos países conversaron sobre temas comerciales.
Además, comentó que no piensa que Trump creyera realmente que se está produciendo un genocidio a pesar del video: “Al final, creo que en su cabeza hay dudas e incredulidad sobre todo esto”, dijo a periodistas. Los dos golfistas también trataron de calmar las aguas cuando Trump les pidió que hablaran. “Queremos que las cosas mejoren en nuestro país de origen”, dijo Els, ganador de cuatro majors.
Trump otorgó el estatus de refugiados a un grupo de 49 sudafricanos blancos, descendientes de colonos europeos, que supuestamente eran perseguidos, pese a que impulsa una política de mano dura contra la migración y frenó la llegada de solicitantes de asilo. Ramaphosa recordó que en su país la principal víctima de la criminalidad es la población negra. Personas blancas poseen la mayor parte de las tierras en Sudáfrica pese a que representan solo el 7,3% de la población.
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Un genocidio olvidado: las atrocidades de los nazis contra los gitanos
- Por Blaise Gauquelin.
Z de “Zigeuner” (“gitano”) y un número. Algunos supervivientes todavía llevan el horror del holocausto gitano tatuado en la piel, recuerdo de un genocidio olvidado que los historiadores intentan documentar. Rosa Schneeberger es una de las últimas sinti, una comunidad itinerante que deambula desde tiempos medievales por el oeste de Europa.
Tenía solo cinco años cuando la deportaron con su madre y sus hermanos al mayor campo de reclusión de gitanos, Lackenbach, construido en 1940 por los nazis en la anexionada Austria, donde familias enteras eran sometidas a trabajos forzados. A los 88 años, Schneeberger, de nacionalidad austríaca, evoca con dolor los recuerdos que dejó enterrados en lo más profundo de su mente durante décadas.
En el salón de su casa en la ciudad austríaca de Villach, repleta de fotografías de sus cuatro hijos, sus diez nietos y sus dos bisnietos, Rosa cuenta a la AFP lo que recuerda de esa dolorosa infancia. “Solo dejaba de tener hambre cuando robaba la comida de los caballos”, explica. “Los alimentaban mejor que a nosotros”.
En Lackenbach, los niños estaban obligados a cargar rocas, mientras los adultos trabajaban en el bosque, en la construcción de carreteras o en otras obras públicas. Los más viejos y los más pobres caían exhaustos en las letrinas, recuerda. “Los nazis recuperaban en la mañana temprano sus cadáveres congelados”.
Su querido abuelo murió enfermo ante sus ojos, dice. Solo un 10 % de los 11.000 gitanos y sintis austríacos sobrevivieron a las atrocidades nazis. Unos 4.000 fueron enviados a Lackenbach, de los que 237 murieron debido a las enfermedades, el frío y las palizas. Muchos fueron enviados a los campos de exterminio en la Polonia ocupada, como el de Chelmno o el de Auschwitz, liberado por el ejército soviético hace 80 años, el 27 de enero de 1945. Schneeberger sobrevivió hasta la liberación de Lackenbach en marzo de 1945 porque su padre, como muchos en su comunidad, tocaba un instrumento y entretenía a los guardias.
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Unos 200.000 muertos
Los historiadores no saben cuántos gozaron de la misma suerte. La alemana Karola Fings, de la Universidad Heidelberg, está recopilando la primera enciclopedia sobre este tema. “En muchos países, todavía no hemos comprendido todo el alcance” de la persecución, afirma. En Estonia, por ejemplo, la comunidad fue virtualmente aniquilada y el dialecto que hablaban ya no existe.
Países como Bélgica, Países Bajos o Croacia quedaron particularmente afectados. En otros, como Francia, Bulgaria y Rumania, muchos sobrevivieron. Pero no existen datos previos a la guerra sobre la dimensión de la población romaní. Actualmente se estima que cuenta con 12 millones de personas, de un origen cultural muy diverso. Entre ellos hay cientos de supervivientes del holocausto.
“Si juntamos los datos de los que sabemos seguro que eran sintis y romaníes, podemos decir que hubo entre 110.000 y 120.000 muertos”, afirma la historiadora Fings. “Pero hay un gran número de casos no registrados”, agrega. “La hipótesis que más o menos se impone en la investigación es que podemos hablar de alrededor de 200.000 muertos”.
Los crímenes cometidos solo se documentaron en el Tercer Reich, donde la primera redada de gitanos tuvo lugar en junio de 1938. Sin embargo, todas las pruebas se destruyeron al final de la guerra y los “verdugos” reintegrados en la sociedad alemana “continuaron estigmatizando a las víctimas gitanas como antisociales y delincuentes”, explica Fings.
Internacionalmente, la investigación no ha progresado hasta los últimos 20 años, cuando ya era demasiado tarde para recoger el testimonio de muchos deportados, a quienes los nazis identificaban con un triángulo negro o marrón, en función del campo.
La francesa Henriette Asseo, experta en la historia del pueblo gitano en Europa, considera “atroz” que después de la guerra, los supervivientes no fueran considerados “víctimas raciales” ni en Alemania ni en otros países del centro de Europa.
De hecho, en Alemania no se ha devuelto su antigua nacionalidad a las víctimas que escaparon. “Se ha hecho todo para excluirlos de las indemnizaciones”, afirma Asseo. Y eso que desde 1935, las leyes de Nuremberg --las leyes raciales sobre ciudadanía en el Tercer Reich y “protección de la sangre alemana”-- establecían que “los gitanos pertenecen a las razas impuras”.
Discriminación
El reconocimiento del genocidio gitano no empezó a surgir hasta los años 1980, gracias a la movilización de activistas nacidos después de la guerra dispuestos a “reconquistar el pasado” mientras caía el comunismo y la democracia se abría paso, explica Asseo. Pero recién en 2015 se instauró el 2 de agosto como el “Día Europeo de Conmemoración del Holocausto Gitano”.
En diciembre de 2024, la Alianza Internacional de Memoria del Holocausto (IHRA) publicó recomendaciones para aprender de esta “historia ignorada”. Pero en muchos casos, el paso del tiempo ha sepultado las memorias. En la Checoslovaquia comunista se construyó una granja porcina industrial donde había el campo Lety, situado en el sudoeste de Praga.
Entre 1942 y 1943, unos 1.300 gitanos fueron internados en horribles condiciones en ese lugar. Al menos más de 300 fallecieron, muchos de ellos menores de 14 años, aunque los supervivientes aseguran que la cifra subestima lo ocurrido. Después de 20 años de campañas y presiones, el gobierno checo compró en 2018 la granja para demolerla y erigir un memorial. Este se inauguró en abril del año pasado, cuando ya el último superviviente del campo había fallecido.
Jana Horvathova, una checa descendiente de esos supervivientes, fue una de las activistas que reclamó la apertura del memorial. “Según las encuestas, al menos el 75 % de la opinión pública todavía está influenciada por prejuicios hacia los gitanos, lo que implica una falta de interés en la cuestión”, afirma.
Anna Miscova, una historiadora checa responsable de la exhibición permanente instalada en el lugar, también atribuye a la discriminación hacia esta comunidad las dificultades para arrojar luz sobre esa masacre. “Alguna gente no quería hablar porque escondían el hecho de ser gitanos”, explica.
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“Todo se ha esfumado”
Ni siquiera dentro de las familias se ha transmitido el recuerdo. Muchos supervivientes se casaron con parejas no gitanas y dejaron de hablar su idioma de infancia, el romaní. Es el caso de Christine Gaal, nacida en 1949. Para pasar desapercibidos, sus padres incluso se cambiaron su apellido Sarkozy, muy extendido entre los gitanos.
En su residencia de ancianos en Viena nadie sabe su pasado. “Si supieran que lo era (gitana), los pensionistas no serían tan agradables conmigo”, afirma. Sus hijos no se sienten gitanos ni conocen sus costumbres ni saben tocar el címbalo, un popular instrumento con cuerdas metálicas tocado por muchos músicos de esa comunidad.
La madre de Gaal, que tuve 13 hijos, fue la única en regresar del campo de concentración de Ravensbruck. Su padre perdió a siete hermanos y hermanas. “La itinerancia, los músicos en las posadas, los trabajos que teníamos como comerciantes de caballos, todo eso se ha esfumado”, lamenta la hija de Schneeberger, Gina Bohoni, de 64 años.
“Los sintis están desapareciendo”, agrega. Mientras Gina recuerda los insultos que sufrió en la escuela, su sobrina de 27 años escucha en silencio, tomando conciencia de su legado. Sin embargo, no quiere dar su nombre. Si su jefe se entera que es gitana, asegura, sería un desastre.
Fuente: AFP.
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La increíble historia de cómo mil niños fueron salvados del genocidio en Ruanda
En 1994, en pleno genocidio contra la minoría tutsi en Ruanda, mil niños huérfanos o separados de sus familias fueron salvados gracias a los “convoyes de la vida” de una oenegé suiza, una historia que sale a la luz 30 años después. La escritora francoruandesa Beata Umubyeyi Mairesse, que entonces tenía 15 años, hizo el viaje junto a su madre en un convoy el 18 de junio.
Casi todo el viaje lo hizo “echada en el fondo” del camión, lleno de niños, y “cubierta con telas” para esconderse porque las autoridades ruandesas solo habían autorizado el rescate de menores de 12 años. Beata cuenta esta historia poco conocida en su libro “El convoy”, publicado recientemente, una investigación de varios años que empezó con sus propios “recuerdos difuminados” y que es al mismo tiempo la reconstrucción de lo que vivieron y un homenaje a quienes les salvaron, arriesgando sus propias vidas.
El genocidio contra la minoría tutsi en Ruanda, orquestado por el régimen extremista hutu entonces en el poder, mató a casi un millón de personas entre abril y julio de 1994. Fue un proceso de exterminio sistemático, perpetrado por los militares y los milicianos del grupo paramilitar hutu Interahamwe. Entre junio y julio de 1994, mil niños se salvaron de una muerte segura gracias a los convoyes que puso en marcha la oenegé suiza Terre des Hommes (Tdh).
También gracias al compromiso de varios extranjeros y ruandeses (una pareja de cooperantes, un cónsul, periodistas, sacerdotes y monjas) que permitieron sacarlos al vecino Burundi. La AFP habló con varios de estos huérfanos, adoptados o acogidos en el extranjero, y que han reconstruido con valentía su historia.
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Camiones abarrotados
En las fotos que Beata ha podido consultar se ven las miradas asustadas o sorprendidas de los niños mirando al fotógrafo desde el interior de los camiones o a su llegada a Burundi. Algunos habían sido internados en orfanatos o centros de acogida antes de las masacres, o eran huérfanos tutsis cuyos padres acababan de ser asesinados.
Fueron sacados del país en autobuses o camiones abarrotados, muchos eran supervivientes de las masacres y llevaban vendas. La muerte los acechaba en cada retén de las carreteras controladas por los extremistas hutus. Uno de los testigos, Jean-Luc Imhof, un cooperante que trabaja desde hace 30 años para la oenegé suiza, ayudó a la autora en su investigación.
En 1993 y 1994 estuvo destinado en Ruanda y volvió al país en 1995. La organización de estos convoyes fue “caótica”, recuerda. En ese momento el genocidio llevaba semanas en marcha. A medida que avanzaban los rebeldes tutsis del Frente Patriótico Ruandés (FPR), que acabaría poniendo fin al genocidio, los militares y la milicia Interahamwe “enloquecieron” porque sentían la derrota inminente.
“Terre des Hommes se enfrenta a una situación increíble: la responsabilidad de esos más de mil niños identificados”, recuerda el cooperante. “Eran sobre todo niños pequeños, de entre cinco y diez años, y menores de tres años. Muchos resultaron heridos, en especial por golpes de machete”, dice.
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Barreras
La oenegé tomó la decisión, en acuerdo con otras entidades humanitarias internacionales, de organizar su salida. El primer convoy, organizado a inicios de junio con el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), logró llegar a Burundi. El del 18 de junio, que no se pudo hacer con el CICR, “fue aún más arriesgado”.
“El convoy avanza hacia incógnitas increíbles, hay barreras donde los militares obligan a salir a los niños, que arriesgan su vida cada vez”, relata Imhof. Recuerda las tragedias que presenciaron estos niños para sobrevivir y los “traumas que cargan”. Muchos de ellos “vieron masacrar a su familia”.
“Su vida cotidiana consistía en huir de la muerte varias veces por día”, cuenta. Treinta años después, Claire Umutoni, huérfana del genocidio tutsi junto a sus cuatro hermanas, narra esos momentos con una agudeza que estremece. “Recibimos una llamada telefónica hacia el 20 de abril de una persona cuya voz mi padre reconoció; sabía que era uno de los dignatarios de la ciudad de Butare (sur), que le dijo ‘tu hora ha llegado’”.
Los padres pidieron entonces a sus hijas salir inmediatamente de la casa. Claire, de 17 años, y sus hermanas se refugiaron en diferentes sitios de los que serían expulsadas. La joven se convierte de golpe en jefa de familia de sus cuatro hermanas tras la muerte, con una “crueldad inimaginable”, de su madre el 26 de abril y de su padre el 10 de mayo. Las hermanas se refugian en una escuela.
“Caían bombas cerca de la escuela donde estábamos con varios huérfanos; los niños habían sufrido todo tipo de heridas, en el cuerpo y emocionales, era terrible”, suspira Claire en Canadá, donde vive. El 3 de julio Claire sería llevada a Burundi en uno de los convoyes con varios huérfanos.
“Caos”
“Recuerdo que en la carretera había muchos genocidas huyendo con martillos y machetes (...) era un caos porque el FPR estaba a las puertas de Butare, pero aún había genocidas que querían matar a los tutsis”, cuenta. Recuerda también los controles de carretera a cargo de milicianos que llevaban “porras, grandes cuchillos de matadero, granadas” y su “sensación de miedo constante”.
Finalmente, Claire y sus hermanas son acogidas por unas tías. “Mi tía decidió enviarme a Canadá en 1999, a un país lejano, para empezar una nueva vida, para reconstruirme... y elegí no caer en la locura”, cuenta Claire, ahora funcionaria en la Oficina del Consejo Privado de Canadá y madre de tres hijos.
Regresó a Ruanda en 2008 para enterrar a sus padres, cuyos cuerpos finalmente fueron identificados. Para Beata, el año 2024 marca un “despertar”. “Los que eran pequeños entonces por fin están conociendo esta historia, y eso es poderoso”, dice. Tras la publicación de su libro fue contactada por varios de los niños salvados, ahora adultos. “Cuando alguien se pone en contacto conmigo, le explico que puedo enviarle fotos e intentamos averiguar en qué convoy estuvo, el libro tiene un impacto”.
“Gracias a ustedes”
Varios de los “niños de los convoyes” se reunieron por primera vez el pasado 30 de junio con cooperantes y periodistas que participaron en su exfiltración. El encuentro, al que asistió la AFP, tuvo lugar en el Memorial de la Shoah, en París. Cuando Nadine Umutoni Ndekezi -que ahora vive en Bélgica- toma la palabra, evocando sus recuerdos del convoy del 3 de julio que la exfiltró del orfanato en el que se había refugiado cuando sólo tenía nueve años, la emoción se apodera del auditorio.
Agradece “la valentía” de quienes participaron en los rescates. “Estamos aquí hoy también gracias a ustedes, porque no se dieron por vencidos”, dice esta mujer, ahora trabajadora social en salud mental y madre de un adolescente de 14 años. Agradece también a Beata, que le permitió “al fin” saber quiénes le ayudaron a escapar.
“Son nuestros héroes, hicieron un acto increíble”, abunda Claire Umutoni, en declaraciones a AFP. Al final de la entrevista, Claire resume los últimos 30 años. “Elegí vivir en nombre de nuestro pueblo, que fue asesinado cuando no era culpable. Para permanecer digna e íntegra frente a los genocidas”.
Fuente: AFP.