Para acelerar la campaña de vacunación contra el COVID-19, las autoridades chinas combinan la recompensa con la presión, ofreciendo huevos frescos a cambio de una vacuna o condenando al oprobio a los recalcitrantes. China, primer país afectado por el coronavirus, pero también el primero en salir de la pandemia, está luchando por convencer a su población de que se vacune cuanto antes.

El país más poblado del mundo ha administrado hasta ahora 140 millones de dosis (la mayoría de las vacunas disponibles requieren dos dosis), lo que equivale al 10% de su población. El gobierno se fijó el objetivo de llegar a fines de junio con el 40% de los chinos vacunados.

En la medida en que la vida ha vuelto a la normalidad en China, donde cada día se anuncia apenas un puñado de contagios adicionales, muchos chinos no consideran urgente vacunarse. Ante esa apatía, las autoridades regionales y locales desbordan de imaginación para arrimar a los chinos a la jeringa.

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Primero la zanahoria

Daxing, un suburbio de Pekín, ofrece bonos de compra a las personas cuando se aplican la segunda dosis. En otro suburbio, las autoridades prometen canasta de huevos a los mayores de 60 años que presentan el certificado de vacunación.

Otros obtienen entradas gratuitas para visitar el Tempo de los Lamas, un célebre sitio budista de la capital, que normalmente cuestan tres euros, unos 2,80 dólares. Las únicas vacunas disponibles en China son de fabricación local, con porcentajes de eficacia que van de 50% a 80%.

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Los chinos tienen cierta desconfianza debido a que en años pasados hubo varios escándalos de vacunas adulteradas. Sin embargo, poco a poco, la campaña de vacunación gana impulso y comienzan a verse largas filas de espera frente a los centros médicos como en el distrito de Chaoyang de Pekín.

“Dudaba en hacerlo porque era algo nuevo, pero ahora cada vez hay más personas vacunadas”, dice resignado el joven Zhang, poco antes de recibir la inyección.

Luego el palo

En el distrito de Xicheng, en el centro de Pekín, las entradas de los edificios exhiben un panel de color que especifica el porcentaje de residentes o empleados vacunados. El panel de color verde significa que 80% de los residentes fueron vacunados, el amarillo señala que el índice de vacunación se sitúa entre 40% y 80% y el rojo que es inferior a 40%.

“Me parece un poco raro”, dice Wang Ying, cuyo café tiene un cartel rojo. “Creía que la vacunación era facultativa, pero ahora pareciera que todo el mundo debe vacunarse”, comenta. La camarera del café reconoce que duda sobre la seguridad de las vacunas disponibles, pero que al igual que sus colegas terminarán vacunándose.

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“En los bares y restaurantes esto tranquilizará a los clientes”, comenta. El gobierno afirma que la vacunación es voluntaria, pero en algunos casos la posibilidad de negarse al parecer no existe.

En la frontera con Birmania, la pequeña aldea de Ruili (sureste) decidió vacunar a la totalidad de la población en un plazo de cinco días, tras el descubrimiento de un caso de COVID-19 la semana pasada. Las autoridades no aclararon si es posible negarse.

Fuente: AFP.

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