Frente a un duro balance en la segunda ola de la pandemia, Suecia dio un giro en su atípica estrategia del coronavirus el viernes, al recomendar por primera vez el uso de la mascarilla en el transporte público.

Si bien no hay un confinamiento o los bares, restaurantes y tiendas no están completamente cerrados, el primer ministro Stefan Löfven presentó una nueva serie de medidas y recomendaciones más estrictas ante una segunda ola que ha matado ya a 2.000 personas en este país de poco más de 10 millones de habitantes.

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“Desgraciadamente, la situación sigue siendo muy grave”, constató el mandatario durante una rueda de prensa. “Se acerca la Navidad [...] Quizás, algunos encuentren excusas para considerar aceptable su invitación a un vino caliente o su velada de Navidad numerosa. Es erróneo y es peligroso”, advirtió.

Y detalló varias medidas: introducción de un aforo de visitantes en comercios y gimnasios, limitación a cuatro personas máximo por mesa en los restaurantes (frente a los ocho actuales) y --aún más simbólico-- recomendación de usar mascarilla en el transporte público, en especial en las horas punta, cuando es imposible respetar la distancia.

Hasta ahora, Suecia no recomendaba el uso de mascarilla en ningún sitio, una posición aislada en Europa e incluso en el mundo. “No creemos que tenga un efecto decisivo, pero en esta situación particular, tendrá un efecto positivo”, afirmó el jefe de la autoridad de salud pública, Johan Carlsson.

Pronto, 8.000 muertos

Este organismo, y en primer lugar su epidemiólogo jefe Anders Tegnell, argumentaba que la eficacia de la mascarilla no estaba demostrada o que podría tener efectos contraproducentes al dar un falso sentimiento de seguridad.

Entre otras medidas anunciadas el viernes, se prohíbe además la venta de alcohol después de las 20H00 (en lugar de las 22H00) y se prolongan las clases a distancia en secundaria hasta el 24 de enero. Con 100 muertes anunciadas el viernes, el balance de la segunda ola supera los 2.000 decesos, elevando el total a 7.993 en un país de 10,3 millones de habitantes.

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Aunque el número de muertos por millón de habitantes es ligeramente inferior a algunos países europeos que impusieron confinamientos, como Italia, España o Francia, es entre cinco y diez veces superior a otros países nórdicos (Noruega, Finlandia, Dinamarca). El jueves, el propio rey de Suecia volvió a poner sobre la mesa el debate sobre “el fracaso” de la estrategia sueca, aunque sin señalarla explícitamente.

“Creo que hemos fracasado”, afirmó Carlos XVI Gustavo, en una entrevista en la televisión pública SVT. Tras el aumento de casos y de fallecidos, el gobierno endureció su táctica a mediados de noviembre, especialmente limitando los eventos públicos a ocho personas como máximo. Desde entonces, se pide a la población que tenga contacto únicamente con los miembros de su hogar.

Se abandonaron además algunas recomendaciones sorprendentes, como la de seguir llevando a los niños a la escuela incluso cuando los padres eran portadores del coronavirus. Contrariamente a una idea extendida, el país escandinavo nunca buscó alcanzar la inmunidad colectiva.

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Pero sus responsables sanitarios estimaron durante mucho tiempo que el alto nivel de contagios en primavera le permitiría, probablemente, contener más fácilmente un rebrote de la epidemia a largo plazo. Una idea que podía apoyarse en un buen balance estival, pero que la fuerte segunda ola ha echado por tierra en gran medida.

¿Qué quedará de la estrategia sueca? El primer ministro volvió a descartar el viernes la idea de un confinamiento, que considera “como una carga” demasiado pesada de soportar a largo plazo para la población. “Un confinamiento estricto no tendría un efecto a largo plazo pues la gente no lo toleraría”, afirmó.

Fuente: AFP.

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