Washington, Estados Unidos | AFP.

Casi un millón y medio de personas han perdido sus empleos en el sector de la salud en Estados Unidos desde marzo, entre ellas 135.000 que trabajaban en hospitales, cuyos ingresos se han reducido por la caída en el número de pacientes con afecciones distintas al COVID-19.

Desde marzo, las operaciones y los exámenes no urgentes se han cancelado en la mayoría de los hospitales de todo el país. El confinamiento ha disminuido el número de accidentes y muchos pacientes con enfermedades crónicas evitan acudir a estos centros de atención de salud por temor a contagiarse con el nuevo coronavirus.

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Personal sanitario de todas las especialidades se alistó al batallón que le ha hecho frente a la pandemia en Nueva York, el principal foco en Estados Unidos. Incluso llegaron médicos desde otros lugares del país.

Pero en otras regiones menos afectadas por el virus, los hospitales terminaron con camas vacías.

En Miami, las salas de emergencia del hospital infantil reciben solo un centenar de personas cada 24 horas, la mitad de los que atendía antes.

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A principios de abril se redujeron las vacantes para enfermeras que laboran a destajo, como Dayna James, de 40 años, que solía trabajar en la sala de emergencias dos días a la semana.

"En el sur de Florida no hay suficientes pacientes, el hospital no puede pagar a todo el personal que no tiene nada que hacer", cuenta James a la AFP. "Es triste, es mi vocación, ha sido mi carrera durante 17 años".

Ella permanece "de guardia": el hospital la llamó el domingo, cuando se celebraba el Día de la Madre. "Nadie quería trabajar, pero yo estaba desesperada, por supuesto que fui".

En Washington, en marzo las operaciones de cadera o rodilla, las extracciones de apéndice y de vesícula no urgentes y exámenes de imagen médica como tomografías y resonancias magnéticas se pospusieron indefinidamente. Pero no hubo un pico de COVID-19 que ameritara una movilización general del personal.

“El COVID ha hecho obsoleto mi trabajo”, dice una enfermera de 34 años que prefiere permanecer en el anonimato y que se ocupaba de cuidados pre y posoperatorios. “No hemos hecho cirugías no urgentes durante dos meses, que eran la principal fuente de ingresos para nuestro servicio”.

En el sistema estadounidense, muchas enfermeras trabajan por cuenta propia y cobran "por día", lo que permite al hospital reducir los costos de personal de un día a otro. La enfermera de Washington solo trabaja nueve horas por semana, en comparación con las 36 horas anteriores a la pandemia.

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El COVID-19 no es rentable

"El sistema de salud estadounidense se financia proporcionando exámenes y operaciones no urgentes que son muy costosos, y construyendo hospitales gigantes basados en este modelo económico", dice a AFP el profesor Howard Markel, director del Centro de Historia de la Medicina de la Universidad de Michigan. Él mismo tuvo que decidir que no pagaría los aportes jubilatorios de sus empleados para el próximo año debido a la caída de ingresos de su centro médico.

Los seguros médicos, tanto privados como públicos, pagan "cuando entubas a alguien, no cuando hablas con él", agrega Markel para ilustrar cómo el sistema incita a la inflación.

Debido a que no existe un único pagador, a diferencia de algunos países donde ese rol lo asume el Estado, no hay un techo fijado para los precios, que dependen de la relación de fuerzas entre los hospitales y las aseguradoras.

La Federación Americana de Hospitales estima las pérdidas en 200.000 millones de dólares para el período marzo-junio.

El ente prevé que los reembolsos por los pacientes de COVID-19 y los aportes del Congreso por 100.000 millones serán insuficientes para cubrir sus costos reales, que pueden superar los 80.000 dólares por paciente en caso de reanimación con respirador, según la Kaiser Family Foundation.

Más allá de los hospitales, una parte del sistema médico se cerró por completo durante el confinamiento.

Los consultorios de dentistas han perdido 500.000 empleos en un mes, según estadísticas del gobierno. La catástrofe se repite para podólogos, oftalmólogos, fisioterapeutas...

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Incluso en Nueva York, los neumólogos han cerrado sus consultorios. El doctor Len Hurovitz, que emplea a dos trabajadores, cerró durante cinco semanas.

“La tercera semana de marzo, el teléfono dejó de sonar”, cuenta a la AFP. Lo ha compensado con un poco de telemedicina, y ahora ha reabierto con una nueva fuente de ingresos: ofrece pruebas diagnósticas para COVID-19.


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