Una de las principales actividades de Quiindy, que en los últimos años alcanzó un auge con el esmero de los vendedores tras ubicarse a orillas de la Ruta 1 en la entrada de la ciudad para atrapar a nuevos clientes viajeros.

Al ingresar a la ciudad de Quiindy, depar­tamento de Para­guarí, a unos 109 kilómetros de Asunción, entre el verdor de los árboles se empieza a apreciar un pintoresco pai­saje, como llamando a los transeúntes y automovilis­tas a frenar y observar una serie de puestos de pelotas ubicados estratégicamente a orillas de la Ruta 1 Maris­cal Francisco Solano López, cuyos vendedores alientan a visitarlos y comprarlos.

Conocida actualmente como la ciudad de la pelota, ya que el 65% de la población, más de 21.300 según el último censo de la Dirección General de Estadística, Encuestas y Cen­sos (DGEEC) 2017, se dedica al rubro entre fabricantes pro­pietarios, productores, costu­reros, vendedores de salón, de calle y los que recorren varias ciudades acercando el pro­ducto a todo el país.

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Entre las principales casas de pelota se encuentra Cris­dor, de Cristóbal y Dora, un matrimonio que involucra a sus 2 hijos en el negocio, ya sea en la terminación o en el diseño, ya que justamente son conocidos por innovar con la impresión digital personali­zada en las pelotas.

“Todos tenemos capacidad de producir lo que nos piden, pero lo que no tenemos es una demanda fija, por eso elabo­ramos según los pedidos, y al ser una de las principa­les actividades de la ciudad, necesitamos crecer para que las familias puedan lle­var vidas más dignas, y eso solo será posible si logramos algún mercado fijo, por qué no el exterior”, expresó Cris­tóbal Recalde, propietario de Casa Crisdor.

CERTIFICACIÓN

Explicó que hace un tiempo vienen trabajando desde la asociación que nuclea a 14 de aproximadamente 70 productores, para lograr una certificación de que el producto que confeccionan los artesanos costureros es de alta calidad, bajo nor­mas que adquirieron desde México, y que ya cuentan con las especificaciones del Instituto Nacional de Tec­nología, Normalización y Metrología (INTN), de que son pelotas profesionales, por ende aptas para grandes ligas e incluso para el mer­cado internacional.

“No necesitamos plata del Gobierno, pero sí que nos apoye con algún mercado fijo, lo que va significar tra­bajo seguro para las varias familias que viven de eso acá en Quiindy”, agregó.

Al respecto, Jorge Riveros Melgarejo, otro de los fabri­cantes, señaló que una de las trabas es la burocracia excesiva, y que salir al exterior sería ideal si la remuneración fuese más cotizada y valo­rada, por todo lo que implica producir un producto como tal, bastante artesanal ya que las pelotas son confecciona­das totalmente a mano, que son las que más se requieren, por la calidad y resistencia.

“Para lograr exportar también necesitamos controles estric­tos en Aduanas, porque hay muchos productos chinos y eso para nosotros es una compe­tencia muy desleal, por que los aranceles que pagan son ínfi­mos, hacen figurar que una pelota tiene 7 kilos, cosa que es imposible, y además vienen desinfladas en cajas de hasta 50 unidades, y pagan por 2 pelotas por ejemplo”, denunció Riveros, propietario de Fábrica de Pelotas JRM.

INICIOS

Recordó que el oficio se inició allá por los años 50, cuando el pionero Diego Paredes adquirió los conocimien­tos de la Argentina y forjó la producción en Quiindy como una alternativa, ya que ante­riormente los habitantes solo podían recurrir a las activi­dades agrícolas. “En una época incluso, en los 90, nos fuimos entre varios a coser al Uruguay, por que solo acá sabíamos coser y ellos nece­sitaban de costureros profe­sionales”, expresó.

También Santiago Gonzá­lez tiene una de las fábricas que mayor manos de obra ocupa de los habitantes, provee de los cortes a 20 y hasta 30 costureros, depen­diendo de la demanda, como los demás fabricantes. Uno de los más nuevos en el rubro es Ramón Mereles, que primero fue vendedor y luego vio que podía ser su propio jefe. “Lo lindo es que es un negocio de familia, se le puede involu­crar a todos”, dijo.

MIGUEL ISASI

Empezó con la costura de pelotas desde los 8 años y prácticamente toda su familia se dedica a lo mismo. Durante algunos años tuvo que hacer otras actividades agrícolas, pero aseguró que con la actividad pudo sacar adelante a 5 hijos y recordó que su mamá también cosía a los 74 años. A sus 81 años, sin anteojos, produce 2 pelotas por día, “pero, dependiendo de mi guapeza, puedo hacer más”, dijo.

PÁNFILO AYALA

Tiene 61 años y contó que básicamente toda su vida se ha dedicado a la costura de pelotas, empezó entre los 14 y 15 años, pero que en algunas ocasiones también tuvo que recurrir a otras actividades económicas en temporadas bajas, porque con la costura de pelotas solo se logra poder comer. Señaló que produce entre 4 a 5 pelotas por día, con una paga promedio de G. 9.000 por unidad.

OSVALDO ECHEVERRÍA

Su memoria lo lleva al tercer grado, cuando tuvo que empezar a aprender el oficio, pero cuenta también con experiencia en panadería. Tras un accidente, optó por priorizar la costura de pelotas porque puede manejar su tiempo. Con 53 años y gran parte de su vida dedicada a la costura hizo que su hija termine el colegio. “En mi buena época hacía 5 por día, ahora 3”, agregó.

ROBERTA AYALA

Cuenta con 50 años, con su marido Dionisio Ramírez (65) llevan 25 años de casados y ambos se sostienen de la actividad de costura de pelotas, pero como todos, en ocasiones, se rebusca por alguna changa. Tienen 5 hijos, todos grandes y 2 nietos, se la encuentra sentada al lado de su compañero y contó: “Yo siempre cosí, desde los 10, 12 años por ahí, ahora hacemos 7 a 8 pelotas juntos”.

GUSTAVO VERA

Es un joven de solo 30 años. Mencionó que no hay muchas alternativas en Quiindy, por lo que debe esforzarse para coser hasta 8 pelotas al día, ya que tiene que mantener a 5 niños, de 12 años la más grande y 3 años la más pequeña. Empezó desde los 7 años y le pagan a veces hasta G. 15 mil por una pelota oficial. “Cuando la situación no está tan bien, al menos salva para comer”, dijo.

RAMÓN MOLINAS

Es criado de la casa de don Isasi, se dedica desde hace unos 7 años a acompañar la actividad de la familia, porque prácticamente es el único sustento que puede proveer, pero entiende de que los costureros pueden ser mejor cotizados o pagados si hubiera mayor oferta; es decir, mercado más seguro. “Hay muchas falsificadas también y eso nos saca trabajo”, mencionó.

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