De junio a agosto, Minna recibió 320 reportes de abuso en niños. Del total, 105 casos tuvieron como victimarios a los padres, padrastros, madres y madrastras. En nuestro país aún cuesta aceptar que el agresor también puede ser un familiar. Autoridades sostienen que las víctimas requieren atención integral, si no el círculo vicioso continuará.

Había una vez una niña a quien sus amigos llamaban Caperucita por su radiante y pintoresca simpatía. Era la tercera de ocho hermanos. En aquel entonces tenía apenas diez años. Vivía en una precaria vivienda de la Chacarita, junto con sus padres y hermanos. A su corta edad, y pese a las carencias por las que atravesaba su familia, ella soñaba con conquistar al público de los más afamados teatros con su presentación estelar del “Lago de los Cisnes”.

Cuando estaba sola, cerraba los ojos y bailaba. Si se sentía feliz bailaba y si estaba triste también lo hacía. La música era su refugio. Su mente inventaba nuevas melodías y su deseo de conquistar al mundo se hacía más intenso. Desde pequeña, Caperucita demostró tener potencial para llegar a ser una gran bailarina. La mayor parte del día era feliz viviendo su infancia, hasta que el sol era reemplazado por la luna y la magia de la ilusión era abruptamente quebrantada por la presencia del lobo.

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El horrendo animal se metía silenciosamente a la habitación en la que ella y sus demás hermanos descansaban, con sus afiladas garras la amenazaba para que no gritara; sus enormes y peludas manos empezaban a robar su inocencia. Caperucita solo cerraba sus ojos y bailaba.

Algo andaba mal y la niña lo sabía. Intentó comentarle a su mamá, pero ella la calló diciendo que todo era producto de su imaginación. Según ella, lo único que el animal buscaba era “demostrarle su cariño paternal”.

Pasaron varias lunas en la vida de la pequeña, los ataques se volvieron más constantes. Los días para ella eran iguales, con el tiempo el sol dejó de alumbrar y las melodías ya no sonaban en su mente. Pero una noche todo cambió. En la pequeña habitación solo estaba ella y la bestia, cuya sombra en la pared reflejaba cómo saciaba sus más bajos instintos. De pronto, todo se volvió oscuro y la noche se tiñó de rojo carmesí. La inocencia perdió su color.

Caperucita, una vez más, cerró sus ojitos y bailó, bailó, bailó hasta quedarse sumergida en un profundo sueño del que ya nunca pudo despertar.

A diferencia de los cuentos de hadas con finales felices a los que estamos acostumbrados, la historia de Caperucita es el relato de la vida de cientos de niños, niñas y adolescentes que viven en Paraguay y que son o fueron víctimas de abuso sexual dentro del entorno familiar.

En estadísticas proveídas por el Ministerio de la Niñez y la Adolescencia (Minna) se puede observar que en los meses de junio, julio y agosto de este año un total de 320 niños, niñas y adolescentes fueron reportados como víctimas de abuso sexual a través del servicio 147 Fono Ayuda; del total, 137 casos son de adolescentes mujeres de entre 14 y 17 años. En el mes de junio se denunciaron 85 casos, en julio 109 y agosto 126.

Los tipos de violencia reportada fueron abuso sexual, estupro, explotación sexual, trata con fines de explotación sexual, producción, reproducción y difusión de materiales con contenidos de abuso sexual infantil y la sextorsión.

EL LOBO ATACA EN CASA

En nuestro país todavía existen tabúes que muchas veces representan un retroceso en la lucha por la prevención del abuso sexual, uno de ellos es no querer aceptar que los ataques también pueden provenir del entorno familiar. Como en el relato anterior, la madre de Caperucita prefirió minimizar los hechos y convertirse en cómplice antes que aceptar que el padre representaba un grave peligro para sus hijos.

Desde el Minna confirman que en el 80% de los casos el agresor es un miembro de la familia de la víctima. Llama poderosamente la atención que incluso haya madres denunciadas por abuso. En tres meses se registraron 22 reportes contra las progenitoras y 45 denuncias que señalan al padre como el agresor.

“Mucha gente protestó, piensan que se le ataca a la familia, pero no es así, no todas las familias son abusadoras, pero hay abusos dentro de cierta familia. No lo decimos como algo empírico, las evidencias están en los números de los casos denunciados”, manifestó Teresa Martínez, ministra de la Niñez y la Adolescencia.

CAMPAÑAS DE PREVENCIÓN

La ministra Martínez explicó que desde la institución a su cargo se encuentran en permanente trabajo para erradicar los abusos contra los niños, niñas y adolescentes paraguayos. Lo hacen a través de campañas de visibilización y desnaturalización del problema. Dos de ellas son “Lazo Verde” y “Rellenos de Amor, todos somos responsables”.

“En una primera etapa trabajamos en la visibilización; ahora, en una segunda etapa, nuestra labor se centra en recuperar a la familia como un espacio seguro. El Gobierno está abocado a trabajar en ello, a los efectos de poder desterrar la violencia dentro de las familias. Por eso lanzamos el programa ‘Rellenos de amor, todos somos responsables’. Tenemos equipos trabajando en las comunidades, capacitando a las familias con pautas positivas de crianzas”, detalló.

MITOS DEL ABUSO SEXUAL

Según describe la guía “Abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes: Una guía para tomar acciones y proteger sus derechos”, del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), cualquier niño, niña o adolescente puede ser víctima de abuso sexual, independientemente de su edad, género, etnia y nivel sociocultural. Además, describe una lista de mitos y realidades que deben ser tomados en cuenta para combatir el flagelo.

Por ejemplo, es un mito que los abusos sexuales no son frecuentes, la realidad es que representan un problema común en la infancia; también que los agresores sexuales siempre usan la fuerza física para someter a sus víctimas, lo cierto es que suelen emplear tácticas de persuasión y manipulación, juegos, engaños, amenazas y distintas formas de coerción para involucrarlos y mantener su silencio.

No dejemos que los mitos, los tabúes o el miedo al qué dirán impidan que hagamos lo correcto. Ante cualquier señal de alerta que pueda poner en riesgo la vida de un niño, niña o adolescente, denunciemos a las instancias pertinentes: 147 Fono Ayuda, (021) 451-187 del Ministerio Público y 911 de la Policía Nacional. Evitemos que más caperucitas y príncipes azules pierdan su color.

CÍRCULO VICIOSO

El Ministerio Público recibió un total de 839 denuncias de abuso sexual en niños en los tres meses analizados (junio, julio y agosto), pero en lo que va del año, la cifra asciende a 2.307 denuncias, según el informe de la Dirección de Tecnologías de la Información y Comunicación de la Fiscalía General.

Karina Sánchez, fiscala delegada de la Unidad Especializada en la Lucha Contra la Trata de Personas y Explotación Sexual de Niños, Niñas y Adolescentes, señaló que los casos de abuso en el entorno familiar siempre ocurrieron, la diferencia está en que ahora se dan a conocer más. “Ahora las redes hacen que estemos más informados sobre este tipo de hechos. La visibilización hace que más personas se animen a denunciar. Pero, ¿por qué los padres? Es una pregunta difícil de responder. ¿Qué será de estas víctimas en el futuro si no son atendidas o no reciben una atención integral?”, precisó.

De acuerdo a la fiscala, los niños (víctimas) podrían llegar a ser abusadores, mientras que las niñas que entran en ese sistema de violencia se acostumbran a esa vida y la normalizan. “Vemos adolescentes abusadores ya procesados, estos generalmente tienen antecedentes de abusos. El tema está en la atención integral que reciben, sino se vuelve un círculo vicioso que no termina, adolescentes abusadores, adultos abusadores”, lamentó.

Nunca se debe ocultar lo ocurrido, menos culpar al niño”

Nilda Maggi, psicóloga clínica

“En primer lugar, los padres o tutores de los niños, niñas o adolescentes, para evitar que sean víctimas de abuso sexual, deben hablar a sus hijos sobre la importancia de cuidar sus cuerpos, además de confiar en sus intuiciones y no dejarlos solos con personas que generan desconfianza. Una vez constatada la existencia de abuso, deben generar confianza en sus hijos, de manera que no se sientan culpables por lo ocurrido y puedan encontrar en ellos el respaldo y el afecto necesarios para superar la situación. Lo primero que el adulto debe hacer es no perder la calma para poder escuchar al niño y acogerlo con afecto, para que se sienta seguro. Además, por sobre todas las cosas, hay que creer en lo que cuentan porque ellos no mienten. Nunca se debe ocultar lo ocurrido y menos culparlos”.


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